20 enero 2010

Por qué perdió la Concertación

Pero qué análisis se puede hacer de las elecciones chilenas sin tener en cuenta, aunque sea un poco, las causas de tan histórico cambio. Esta, aunque sea la segunda parte de esta historia, en sí debería ser la primera. Porque todo cambio tiene un por qué.


El juego de palabras es tentador: la Coalición por el Cambio logró desplazar a la Concertación, animal político de la misma raza –ambas coaliciones-. Como comentamos en el post anterior, el proceso de transición puede estar llegando a su fin. Pero para eso hay que esperar a ver qué pasa en los próximos años.


No nos vayamos de tema. Dijimos que esta es la segunda parte de la historia. Y lo que desvela –o no tanto- a más de un analista político es: ¿cómo es posible que una coalición que gobierna hace 20 años no pueda transferir el más del 80% de popularidad de su mandataria a su propio candidato, Eduardo Frei Ruiz-Tagle?


Las razones se deben encontrar en el ámbito interno de la Concertación. Como bien dejó en claro la autocrítica de algún funcionario saliente, “esta es una derrota nuestra más que una victoria de la derecha”.


Y tan errado no está el diagnóstico. El primer punto a tener en cuenta es la falta de renovación dirigencial en las filas de la coalición gobernante. Recién en estas elecciones ingresaron unos pocos diputados y senadores que bajaron el promedio de edad. Sin embargo, son los dirigentes de los partidos integrantes –PS, PPD, DC, PRSD- los que se mantienen aferrados a sus cargos partidarios y evitan recambio alguno.


El segundo punto radica en una tradición chilena que viene de antaño. La política del país vecino es de familias y clanes. Los Walter, los Zaldívar, los Zalaquetti son algunos de los que han logrado posiciones importantes en la administración estatal. A los ojos del ciudadano común queda en evidencia que los verdaderos círculos de poder los forman quienes portan apellido.


A estos dos se suma un tercero complementario: la falta de mecanismos democráticos internos para seleccionar candidatos y tomar las decisiones. La Concertación se administró con la misma tradición política chilena y sin muchos ámbitos de discusión internos. No hubo mesa nacional ni “Congreso de la Concertación”. Nada de eso.


Fue precisamente en estas tres direcciones a dónde apuntaron las denuncias de Marco Enriquez-Ominami, producto político de esa crisis interna. Lo respaldaron el 20% de los votos que adoptaron su mensaje de cambio y renovación, lo cual es una señal para no despreciar.


Para empeorar el panorama, la Concertación erró la dirección de la campaña. Prefirió abocarse a mantener el clivaje democracia-dictadura que tanto le sirvió en la década de los ’90, pero no contó con una gran cantidad de jóvenes que nacieron en la era post-pinochet y reclamaban un discurso más profundo que ese. Esos votos se repartieron entre ME-O y Piñera.


Tampoco pudo ofrecer nada nuevo al electorado en el discurso. La democracia ya estaba consolidada. Las instituciones fuertes. Los militares en los cuarteles. La economía marchando. El crecimiento en alza. Faltó algo nuevo, algo innovador. No alcanzó con rememorar todos los logros.


A eso se le suma el poco carisma de Frei y la escasa conexión que pudo construir con el electorado. Para el elector joven era otro dinosaurio de los ’90 intentando quedarse en el poder. Se necesita renovar. Encima, esta errada estrategia debió enfrentarse a un electorado más apático que otros años.


Gano el más innovador, el que encontró lo nuevo en su discurso. Ese fue el plus que supo incluir Piñera.


De parte de la Concertación, resta mejorar en los próximos 4 años. Debe hacerlo desde la oposición, novata en la materia. Pero sobre todo debe prestar atención a las críticas de ME-O, alineadas con el bajo interés ciudadano. Es su chance de oro.

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