14 agosto 2020

¿Bolsonaro for ever?

Entre octubre de 2018 y enero de 2019 publiqué una serie de notas sobre el huracán Bolsonaro. En la era de los diagnósticos políticos errados, el Messias fue uno más. Esta situación generó un gran número de notas, análisis, tuits y entrevistas para tratar de entender cómo y por qué había pasado lo que pasó en Brasil. Bueno, las aristas fueron muchas y todas muy interesantes. En la primer nota publicada en Perfil y reproducida también acá me concentré en las causas electorales de la victoria de uno que parecía outsider pero que sin dudas es insider de la política. En esta segunda, también publicada en Perfil, resalté los límites autogenerados por Bolsonaro para empezar, fortalecerse y consolidarse. Tanto no le pifié.

¿Bolsonaro for ever?

Facundo Cruz, Coordinador Académico de la Lic. en Gobierno y Relaciones Internacionales (UADE)

No. Bolsonaro just for president. El próximo domingo 28 de octubre es muy probable que el mesías Jair Bolsonaro se convierta en el nuevo titular del Palacio del Planalto por los próximos 4 años. Habrá un nuevo ocupante. Tendrá posibilidad de reelección por un mandato más. ¿Habrá bolsonarismo?

Hace dos semanas esta idea rodó por los aires en un panel sobre las elecciones brasileras en la Universidad Católica Argentina. Entre comparaciones, asombros y sorpresas, los disertantes plantearon la posibilidad. O, peor, que ya lo tenemos frente a nuestros ojos. No desesperen: el mismo Brasil que lo hará ganar puede eyectarlo. Cuando quiera.

Los partidos políticos brasileros son hidropónicos, como los definió el politólogo César Zucco. Si, son plantas acuáticas con débiles raíces. Esto nace de dos factores centrales. Primero, de un sistema electoral caracterizado por listas legislativas cerradas y desbloqueadas, donde los electores pueden armar el orden de candidatos que les guste. A diferencia nuestra, eligen caras y nombres que arman su propio juego. Segundo, las campañas electorales están altamente personalizadas como consecuencia de este método de elección. Los codazos internos sobresalen. Difícil que sin centralización ni cooperación mutua haya partidos serios, ordenados y atractivos.

Salvo el PT, ninguno de los demás ha desarrollado vínculos sólidos y programáticos con los electores. El PMDB y el PSDB, fuertes en la década del ’90 y 2000, o incluso los históricos de centro izquierda PSB o PDT, son ejemplos claros. Han sostenido proporciones de votos similares en elecciones consecutivas (hasta ahora), pero no se ha generado un sentimiento de pertenencia o identificación de los ciudadanos con las propuestas de los candidatos y dirigentes. El PSL es una sigla más de una gran mesa familiar de partidos débiles, con baja cohesión, escasa organización y sin fortaleza social. Una estructura de estas características difícilmente pueda sostener una construcción el día que los vientos soplen en contra. La política colacional y de acuerdos casi personales en el Congreso que caracteriza a Brasil es consecuencia de esto, y nada indica que sin una reforma institucional importante cambie.

Bolsonaro y el PSL entraron por la ventana aprovechando al máximo estas ventajas estratégicas. Pero no deben dormirse en los laureles: son el mal menor. Los propios electores brasileros han manifestado su preferencia electoral actual por oposición a 16 años de gobierno que consideran inescrupulosos corruptos carentes de transparencia o dignidad.

Esto es propio brasileño, pero también regional. Las encuestas LAPOP y Latinobarómetro muestran una caída en el apoyo y en la satisfacción con la democracia como sistema de gobierno. Construir vínculos sociales a través del rechazo no solo es perjudicial para el sistema político sino que también es peligroso para quien se construye políticamente empujando estas ideas. Un cuchillo de doble filo.

Muy probablemente Bolsonaro arme su primer gabinete presidencial renegando de la partidocracia que sustentó el presidencialismo de coalición brasilero desde el retorno a la democracia. Se inclinará por una vieja receta, aunque nueva para Brasil: solo técnicos y militares para gobernar, decidir, penalizar, asignar y distribuir. Si privilegia respetar el deseo de su base electoral y renegar del propio sistema que lo alimentó, la hiena se puede comer otra cría. Pero si juega el juego de la política, necesitará reformar una estructura que tiene los incentivos para convertirlo en uno más, no en uno distinto. Sería más kerosene a una crisis democrática e institucional.

De modo que el mismo apoyo por la negativa puede convertirse en negativa directa. Negar al otro para ganar puede rendir. Para gobernar puede esfumarse. Del olor a una tormenta de Collor. 

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