Leviatán cambió bastante en este tiempo. Empezó siendo un espacio de reflexión general cotidiano. Luego ahondó en el mundo de los datos. En un momento tuvo que darle paso a un emprendimiento semi-colectivo, que fue La Gente Vota en Cenital. Y ahí fue quedando, como el lugar donde voy dejando las notas que publico en distintos medios. Hacía rato que no escribía. Ahora volví. Me invitó José Natanson a decir algo en El Dipló sobre la caída de la participación electoral en las primeras elecciones provinciales que se celebraron en este 2025. Hace ya un rato que con mis colegas y amigos del Centro de Investigación para la Calidad Democrática (CICaD) venimos analizando el tema. Actualizamos, procesamos y graficamos la base de datos que tenemos. Una que, al momento de escribir estas líneas, tiene 892 elecciones nacionales y provinciales desde 1983 hasta 2025. Y salió esto.
La democracia fatigada
Facundo Cruz*
13 de abril de 2025.
Atardecer en Santa Fe. Llegan los primeros reportes: votó poco más del 50% del
padrón electoral para las elecciones de convencionales constituyentes
provinciales, que se realizaron junto a las primarias locales.
11 de mayo. Cerca de las 20:00
los datos muestran que en Chaco, Jujuy, Salta y San Luis votó el 52%, el 60%,
el 58% y el 59% de los respectivos padrones en las legislativas de mitad de
mandato. Los porcentajes más bajos desde 1983 en estas provincias.
18 de mayo. Ciudad de Buenos
Aires. Pasadas las 19:00 llegan las primeras informaciones: muestran que el
nivel de participación electoral ronda el 52%. Finalmente fue del 53,35% para
las primeras elecciones de renovación parcial de la Legislatura porteña.
Siete elecciones. Siete datos.
Siete alarmas. Una misma lectura que se extiende: no está votando nadie. Pero
lo que se viene formulando como una afirmación puede ser pensado mejor como
pregunta. ¿La gente vota? O más bien, ¿está votando? Si vemos el cortometraje,
la respuesta es que no tanto. Pero si miramos el largometraje, la historia es
muy diferente.
La tendencia histórica
Desde el Centro de Investigación
para la Calidad Democrática (CICaD) construimos una base de datos para analizar
las tendencias de participación electoral en Argentina desde 1983 hasta la
fecha. Tomamos todas las elecciones a cargos ejecutivos, legislativos, de
convencionales constituyentes y primarias, tanto nacionales como provinciales.
El registro nos arroja, hasta la fecha, un total de 891 comicios que brindan
información muy rica sobre la concurrencia a las urnas del electorado
argentino. El Gráfico 1 sintetiza esa película larga. Cada
punto indica el valor de participación electoral en una elección en un distrito
y año determinados.
El primer aspecto para resaltar es que las provincias argentinas se mueven bastante juntas. En otras palabras, los cambios en el comportamiento electoral son parejos cada dos años, salvo algunos casos aislados. Como muestra el Gráfico, esta idea se refuerza al ver la baja dispersión que muestra cada fila de puntitos: el tamaño de la pilita es bastante similar cada dos años. No es un dato menor si tenemos en cuenta que en las primeras dos décadas de democracia las elecciones provinciales y nacionales estaban en su mayoría unificadas, mientras que en los últimos 20 años se viene imponiendo el desdoblamiento.
El segundo punto a destacar está
en sintonía con el anterior, y se apoya sobre lo que muestra la línea de
tendencia. Hay oleadas, algunas descendentes y otras ascendentes. Esto quiere
decir que hay momentos en los cuales la participación disminuye elección tras
elección (los más), y otros en los cuales sube (los menos). Como toda marea, va
y viene. Pero, tal como se ve en el margen derecho extremo del Gráfico, las
elecciones de este año muestran una caída importante, rompiendo la tendencia
histórica. Excepciones, por ahora, antes que la regla. Hoy estamos cerca del
50% de participación electoral, valor que suele ser común en elecciones
celebradas en países que tienen voto voluntario.
¿Se trata, entonces, de un
momento aislado? ¿O estamos en una nueva fase? Esto se puede responder si
partimos la base de datos en décadas. La Tabla 1 sintetiza esa
información. La primera columna indica la década de referencia, mientras que la
segunda contabiliza la cantidad de elecciones celebradas en ese período. La
tercera y la cuarta columnas muestran la elección con menor y mayor asistencia.
La quinta muestra el promedio de todo el período, y la última presenta la
diferencia del promedio de cada década contra la anterior, expresada en puntos
porcentuales.
Los datos hablan. La
participación electoral ha ido cayendo desde 1983 hasta hoy. Pero esa caída no
ha sido fuerte en términos históricos. El interés por participar en elecciones
se ha ido desgranando como una torta. Pasito a pasito, suave, suavecito. La
década de los 90 muestra, en promedio, que la caída es de poco más de cuatro
puntos porcentuales. Después del 2000, la baja es levemente más pronunciada,
superando los cinco puntos y medio.
Sin embargo, a partir del 2011 la
concurrencia a las urnas sube tres puntos y medio, con casi el doble de
procesos electorales celebrados. El período coincide con la incorporación de
las primarias obligatorias nacionales y en varias provincias. Esta suba, por
otra parte, no logra compensar la magnitud del descenso de las dos décadas
anteriores, pero sí estabiliza la participación en torno al 75%. Decente,
digamos.
La situación de hoy es la que
genera mayores alarmas. Alarmas que, sin embargo, hay que matizar. Es cierto
que los datos de las siete provincias que ya celebraron elecciones en 2025
rompen la tendencia histórica, con una caída de entre 20 y 25 puntos en relación
al período anterior. Pero, volviendo a la Tabla anterior, se puede ver que ya
en la década del 90 hubo elecciones aisladas donde concurrió a votar una
proporción similar a la de este año. Esto se puede ver claramente en los
niveles de participación mínima.
El gran interrogante es si este
cortometraje se convierte en una película larga. Eso es algo que todavía no
sabemos.
Los legisladores no son
ejecutivos
El electorado argentino tiene una
mayor propensión a concurrir a las urnas cuando se elige al Presidente o alguno
de los 24 gobernadores que cuando solamente se renuevan bancas de legisladores.
Este 2025 es un año de renovación parcial de cargos legislativos nacionales y
de 13 legislaturas provinciales.
La Tabla 2 ilustra
esta situación. Como era de esperar, la tendencia para ambos tipos de
elecciones, ejecutivas y legislativas, es en general descendente, muy similar
al recorrido histórico desde 1983 (salvo la década 2011-2019). Por fuera de
esta evolución paralela, hay diferencias. Al ver la comparación entre décadas,
se puede observar que la caída de la concurrencia a las urnas para elecciones
donde sólo se renuevan cargos legislativos es mayor. Solamente cambia en la
década del 2000 y en la subsiguiente. Incluso en el período que estamos
transitando el descenso es más del doble para elecciones legislativas (caída de
7,87) que ejecutivas (caída de 3,09). ¿Síntoma de época?
La otra diferencia entre ambos
tipos de elección se observa al interior de una misma década. En cada período
analizado, el promedio de participación en procesos electorales para bancas
legislativas fue menor que para sillones ejecutivos. Durante los primeros 36
años de elecciones, la distancia nunca superó los 2 puntos y medio porcentuales
entre legislativas y ejecutivas. En los últimos cuatro esa distancia se amplió
a poco más de 6. ¿Más síntomas de época?
El dilema de adelantar
Desdoblar elecciones se ha vuelto
una moda. Adelantarlas, en realidad, porque son muy pocos los casos en los que
los gobernadores deciden convocar a elecciones provinciales después de las
nacionales. Esto también fue motivo de debate. Las siete provincias que ya
votaron lo hicieron antes. En un mundo en donde la fatiga democrática nos
inunda, convocar a votar cargos provinciales por separado no parece ser el
mejor remedio.
Este argumento nos llevaría a
pensar que en elecciones desdobladas la participación electoral debería ser
menor a las que son unificadas. Pero los datos dicen que no es tan así. Salvo
en la década del 2000-2009, en el resto de los períodos la evolución es
bastante similar. Adicionalmente, la diferencia en el promedio de participación
es bastante parecida al contrastar desdobladas contra unificadas en cada
década. Desdoblar, entonces, no parecería ser el problema.
Muchos mitos
“Existen acá”, cantaba Alejandro
Sokol. Y puede ser que eso le esté pasando a nuestro prisma de este año
electoral 2025. La estadística muestra que la baja participación puede ser sólo
un momento, no necesariamente una fase. Hemos tenido en el pasado elecciones
con 50% de participación, sí. Hemos tenido elecciones por encima del 90% de
concurrencia, también.
No hay que temer. Las alertas se
encienden porque la tendencia del año es bastante marcada respecto de períodos
anteriores. Sin embargo, eso no necesariamente indica que lo que queda de la
década pueda continuar en el mismo carril. Si las elecciones nacionales de
octubre se acercan a los mínimos históricos, y si esa tendencia se mantuviera
en 2027, sí habría motivos de preocupación.
¿Todos están viendo la misma
película? El dictamen es generalizado y se centra sobre cuatro puntos que
explican un presente de desencanto.
En primer lugar, y como se
adelantó más arriba, hay fatiga democrática. Esta idea refiere a cierto
desgaste o pérdida de entusiasmo de una parte importante de la ciudadanía hacia
la democracia como sistema político, a sus instituciones, sus procesos y sus
actores. Esta sensación no implica necesariamente que exista un deseo masivo de
reemplazar a la democracia por otro tipo de régimen, sino más bien una
disminución en la participación cívica, en la confianza en los procesos
electorales y en el compromiso con los comicios. Si el sistema político es un
motor, lo que no tiene hoy es la inyección de nafta ni de energía para andar
bien.
En segundo lugar, los niveles de
polarización política van in crescendo con el
correr de los años. Esto no es algo nuevo, pero sí es innovador el ingenio que
se le dedica a la disputa amigo-enemigo entre partidos, coaliciones y
dirigentes. Los puntos de consenso son cada vez menores; los de encuentro mucho
menos. Si el sistema está cada vez más polarizado frente a una demanda
ciudadana que, según surge de varios estudios de opinión pública, brega por el
consenso y los acuerdos, entonces se refuerza la fatiga. Es circular.
En tercer lugar, la oferta
política actual no entusiasma mucho. Es una especie de crisis del 2001 aggiornada.
Algo que, por otra parte, parece ocurrir cada veinte años. Si a fines de los 90
se jubiló a la generación política que lideró la transición a la democracia,
veinte años después de esa crisis de representación aparece una nueva, esta vez
enfocada en los responsables de reconstruir la relación del Estado con la
sociedad argentina después del estallido de diciembre de 2001. Son estas caras,
las mismas de siempre, las que no estarían satisfaciendo del todo la
necesidad de renovación política que la ciudadanía viene demandando desde hace
ya algunos años.
En cuarto lugar, y como corolario
de los tres anteriores, todo este cocktail tomó forma en el
medio de procesos electorales que no se entienden bien. En estos casos, el
adelantamiento puede operar como elemento catalizador. La Ciudad de Bueno Aires
votó por primera vez en su historia legisladores locales sin unificación con
diputados nacionales o Jefe de Gobierno. Lo mismo ocurrirá en territorio
bonaerense. “¿Qué hace un legislador por mí en mi diaria?”. “¿De qué me sirve
un convencional constituyente?”. “¿Por qué el gobernador necesita una mayoría
si ya empezó a cambiar las cosas?”. Preguntas sin respuesta, pero preguntas al
fin.
A esto se le suma un gran interrogante: el efecto Cristina Fernández de Kirchner. La titular del Partido Justicialista, principal referente opositora al gobierno de Javier Milei y quien mejor intención de voto y diferencial de imagen tiene en la provincia de Buenos Aires, está oficialmente fuera de la cancha electoral. Si ahora empieza a oficiar como DT desde el banco de suplentes, ¿resulta suficiente para reactivar la pasión por el peronismo? Asumir que la caída de la participación electoral se debe en gran parte a una desmovilización del votante peronista desencantado puede derivar en que la construcción de un Puerta de Hierro del siglo XXI recupere la mística, el amor, los votos y la participación. ¿Alcanzará? Tomando en cuenta los puntos anteriores, huele, por ahora, a poco.
*Politólogo. Codirector del Centro de Investigación para la Calidad Democrática (CICaD). @facucruz.
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