Me llama (todavía) mucho la atención que Doña Rosa se siga asombrando por el resultado de las elecciones primarias del pasado 14 de agosto. Más aún por el vaticinio de los posibles ganadores de las generales del 23 de octubre. Porque la realidad es que se notaba un poco (pero no tanto) que se veía venir este escenario político-electoral.
La realidad es que esos números graficaron un fenómeno que se venía dando desde la segunda mitad del año pasado y que se terminó por concretar hace un mes. Duro pero real: a la oposición antikirchnerista se le pasó el cuarto de hora y desaprovechó su momento político.
Los distintos partidos políticos que se agruparon en torno a unas pocas alianzas electorales circunstanciales para las legislativas de 2009, terminaron implosionando esas mismas construcciones dos años después y se presentaron en una multiplicidad de fórmulas que no lograron convencer al electorado.
La oposición fue hija de la Resolución 125 pero huérfana de la Reforma Política. Cero en lectura política. Aplazado y a marzo (de 2015).
¿Por qué?
Básicamente porque la mayoría numérica alcanzada con el recambio legislativo de mitad de mandato (mayoría en Cámara de Diputados y empate en Senado) no generó los incentivos ni las oportunidades adecuadas para que los distintos bloques hicieran una especie de ejercicio de trabajo en equipo. El oficialismo kirchnerista, hábil administrador de poder, bien supo meter la cuña y profundizar así las diferencias con unos pocos proyectos de ley.
Peor aún. Las tibias desconfianzas surgidas en esas legislativas se recalentaron con el correr del año y profundizaron aún más con la puesta en marcha de la carrera por la Primera Magistratura. Si a eso le sumamos un repunte de la figura presidencial en las encuestas, entonces no queda más nada por hacer. La oportunidad se perdió.
Lo que terminó de matar al hijo que nunca nació fue simple ingeniería electoral. El juego de las fechas que creó la Reforma Política (ya lo charlamos hace poco) apuró acuerdos electorales entre partidos y sectores políticos no tan “conectables”, y desincentivó otros que parecían más adecuados. Por ahí es el mal del político argentino: a muchas bancas, buenos acuerdos; a pocos sillones, malas alianzas.
Tal vez la clave pueda estar ahí.
Pero eso no explica todo el fenómeno. Hay un fuerte componente de (mal) cálculo estratégico en las decisiones de la oposición. Conscientes del crecimiento de Cristina Fernández de Kirchner, a las cabezas opositoras les tentó más jugar a ser segundo que llegar en primer lugar. Por lo que el eje de las disputas dejó de ser oficialismo-oposición y pasaron a ser intra-oposición.
Mejor escenario no podían servirle al oficialismo kirchnerista. En bandeja de plata.
¿Qué les queda por hacer (de bueno)?
En primer lugar, mantener algunos pocos espacios de poder. Es harto sabido que las candidaturas se construyen sobre cargos públicos y no desde Showmatch. Con lo cual perder gobernaciones, intendencias y bancas en el Congreso (en ese orden) puede ser desastroso pensando en el período 2011-2015 que se avecina.
En segundo lugar, volver a aplicar la lógica de acuerdos electorales. Tal vez el camino sea el mismo: ensayar en las legislativas 2013 y construir sobre sólido para el 2015. O sea, hacer todo lo que no hicieron en 2009-2011.
Caso contrario, seguirá perdiendo tiempo valioso. Y le llegará la hora.
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