15 agosto 2020

Cuestión de Estado

Parece que fue hace años que dictaminaron la cuarentena por la pandemia de Covid-19. La normalidad te lleva a pensar que fue hace banda. Bueno, no fue hace tanto, solo algunos meses. En pleno encierro, cuando andábamos viendo cómo nos acomodábamos todos y el alcohol en gel era un bien suntuario, nos sentamos con una Gringa a pensar el problema macro. Nos metimos con el Estado: en el centro de la escena, el definidor de las reglas, el que marca el timing y el que (no) puede atajar el bicho. Creo que no le pifiamos tanto. Salió en Cenital, con el apoyo de Iván y Juano. Me gusta cuando escribimos juntos, ya tenemos dinámica de pareja.

Cuestión de Estado

Lara Goyburu (@LaraLin78)

Facundo Cruz (@facucruz)

La pandemia producida por el Covid-19 llegó demasiado rápido. Nadie tuvo tiempo de prepararse. Los gobiernos han corrido detrás del problema y nunca llegaron a ponerse adelante. La veloz expansión dejó solamente el aprendizaje vecino para ejecutar prueba y error de manera constante. Mientras tanto, demandamos diariamente, semana a semana, soluciones rápidas a un problema invisible.

El Coronavirus puso en el centro de la escena al Estado. Otra vez, el Estado. No fue el mercado el encargado de salir a ofrecer soluciones. Nunca pudo haberlo sido y esto es lo irónico de la situación: todas las instituciones que los estudios internacionales mostraban que perdían sistemáticamente la confianza de la ciudadanía son hoy las vitales para contener la pandemia. A las sociedades las sostiene el Estado, no el mercado. Si la conectividad internacional generada por la globalización fue uno de los factores de la rápida expansión del virus, los gobiernos con sus herramientas estatales terminaron siendo los responsables de salir a atajarlo. Día a día de definiciones por penales.

En estos 3 meses hemos visto que todas las reacciones a este problema mundial han sido nacionales. Los ámbitos de cooperación internacional han quedado presos de las resoluciones individuales, limitándose únicamente a hacer llamados a la solidaridad comunitaria pero sin poder aportar soluciones concretas ni fondos suficientes. Tan solo la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha intervenido activamente, pero a partir de expertise, conocimiento técnico y recomendaciones, sin inyección de recursos. Los recursos son de los Estados. En esta primera etapa la prueba y el error es nacional; en una segunda etapa vendrá la cooperación internacional para la reconstrucción. Para eso aún falta, y bastante.

Si el Estado está en el centro de la escena, entonces el debate pasa a ser sobre sus capacidades. Los 195 leviatanes tienen las mismas funciones a cargo, pero disímiles recursos, formación, habilidades, herramientas y fondos para enfrentar un problema que es global. Compartir conocimiento ayuda, coordinar acciones contribuye y recibir asistencia auxilia, pero los Estados están solos con lo que tienen frente a la pandemia.

Un problema adicional se suma con las denominadas zonas marrones: regiones donde el Estado no llega con su autoridad y las riendas para ejercerla son tomadas por grupos privados con recursos propios. Si las autoridades oficiales no aplican, ni deciden, ni logran entrar, ¿quién protege? El ejemplo más claro y reciente fue la decisión del PCC (Primer Comando da Capital) en Brasil de implementar por su propia cuenta medidas contra la expansión del Coronavirus en las regiones que controla. Escenarios similares, pero sin presencia de grupos privados, pueden ser foco potencial de rápida expansión del virus sin las medidas de contención apropiadas. El Estado, siempre es el Estado o su ausencia.

Las primeras semanas demandamos eficacia en las decisiones. Reclamamos reacciones rápidas con resultados concretos, necesarios y urgentes. Relegamos a un segundo plano el deseo liberal de disfrutar de nuestra libre circulación para poner la seguridad individual y comunitaria en el primer plano. Hobbes le ganó a Locke y la salud a la república. Pero ahora se viene un segundo momento: evaluar la efectividad de esas decisiones. Aquellas zonas donde el Estado no pudo penetrar previamente se caracterizan por contar con menos recursos económicos y simbólicos, con una alta concentración y aglomeración de personas en preocupantes condiciones habitacionales. Estos son los focos importantes que contener para evitar la propagación del virus. No solo en términos de salud y prevención, sino en cuanto a actividad comercial, seguridad individual y supervivencia familiar.

Un simple ejemplo diario. La economía de estas zonas no está digitalizada, sino que se mueve cotidianamente a través del billete. Para superar la diaria se necesita dinero y solo se acepta en papel o en metal, algo que la propia OMS rechaza en este momento. Las largas colas en cajeros vistas el viernes pasado en municipios cercanos a la General Paz muestran esta tensión: al cruzar la autopista hacia tierra porteña Mercado Pago y el postnet afloran, pero no del otro lado. Esas también son zonas marrones.

Cuando la cadena de pagos que hace mover a la economía se corta donde no hay un resguardo en la autoridad pública, la soledad prima. No todos los Estados estarán entonces en las mismas condiciones para enfrentar este escenario. Así como Recoleta tendrá más herramientas y posibilidades de enfrentar el pico de la curva que Villa Lugano, Canadá las tendrá respecto de la Argentina.

Si, la pandemia llegó demasiado rápido, mientras seguíamos dentro de una grieta que generó más preguntas que respuestas. Nos agarró a todos de sorpresa. Cuando nos percatamos de que la pandemia se volvió un asunto grave, el Estado tomó el volante y cambió el lema: hacer lo imposible con lo posible y que pase la torm 

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