06 mayo 2010

200 años de dudas, deudas y diferencias

América Latina está de festejo. Dosmildiez es el año de cumpleaños de las revoluciones que derivaron en las repúblicas que integran esta austral región. Hace 200 años comenzaba el proceso de emancipación latinoamericano que pondría fin al yugo colonial de una Europa en donde también soplaban vientos de cambio.


¿Festeja? El gran proyecto bolivariano consistía en construir una “patria grande” que conectara a todas las comunidades independentistas, en lugar de que surgiera una multiplicidad de Estados, cada uno amparado en sus propias tradiciones y concepciones. Era la punta de lanza para la definitiva liberación regional.


Nada de eso ocurrió. Las identidades locales habían cobrado tanta fortaleza que se hacía prácticamente imposible volver a unirlas. Y los intereses comerciales acompañaron. Todos eran latinoamericanos, pero también nacionales.


A partir de aquí comenzaron a construirse y cimentarse (lo mejor que se pudo) Estados nacionales. Es esta la primera deuda regional para con sus ciudadanos. La realidad actual muestra la existencia de estructuras estatales burocráticas, poco capaces de responder a demandas sociales básicas y fuertemente cuestionadas por amplios sectores de la sociedad. Paralelamente, intereses corporativos y privados han penetrado en su interior, dejando de lado el filosófico concepto de “bien común”. Concepto que, inevitablemente, se asociaba a la “patria grande”.


La dinámica política también ha ido de la mano con esta decadencia estatal. Los partidos latinoamericanos no pudieron, en casi todo el Siglo XX, sentar las bases sobre acuerdos esenciales para el mantenimiento de la legalidad, el respeto por los derechos individuales y la calidad institucional. Abundan ejemplos regionales de partidos políticos que han conspirado contra sus competidores o, que incluso, han abogado por la supresión del orden republicano construido para instaurar modelos pseudo-autoritarios. Argentina, Brasil, Uruguay y Chile son algunos de esos casos.


Recién la tercera ola de democratización que regó la región a partir de la década del ’80 trajo una lavada de cara para estos partidos. Acordadas esas bases mínimas en el respeto del régimen democrático, se comprometieron a no volver atrás y construir sobre esos cimientos.


Sin embargo, aún quedan deudas pendientes en el triángulo ciudadano-partido-Estado. Son pocos los países que cuentan con mecanismos de participación ciudadana disponibles por medio de referéndums, propuestas e iniciativas legislativas (Argentina y Uruguay van a la cabeza, Bolivia también acompaña). Tampoco hay una gran apertura de los partidos políticos hacia los ciudadanos: la gran mayoría exige un tiempo mínimo de militancia antes de que puedan participar de la toma de decisiones y se han convertido en estructuras cerradas, clientelares y de baja transparencia. “Déficit de representación” que le dicen.


La deuda de los países latinoamericanos no sólo es al día de hoy con sus propios ciudadanos, sino también con sus pares regionales. Existen profundas diferencias entre los mandatarios sobre lo que significa la democracia, la República, las instituciones, las libertades individuales y el rol que debe jugar la ciudadanía. Para algunos la fórmula correcta es liberalismo en exceso. Para otros, necesaria intervención estatal. Luego hay elecciones y cambian los roles.


La deuda y la diferencia se transforman en duda: no sabemos que es democracia, República, instituciones…todo el listado. Bueno, lo sabemos. Pero no lo vivimos plenamente por momentos. América Latina sigue sin sentar las bases que era necesario sentar 200 años atrás y sobre las cuales progresar.


Un caso cotidiano reciente. La Cumbre de Unasur del lunes pasado designó como Secretario General a Néstor Kirchner (post aparte próximo). Las reticencias de Uruguay se debían a la inacción (luego exacerbación) del ex–presidente en su época de mandatario para terminar el bloque de un puente que impedía el paso hacia el vecino país. Dudas, deudas y diferencias sobre qué es legal y legítimo.


La “patria grande” también traía de la mano un ambicioso proyecto de integración regional con una base económica sólida y que permitiera el desarrollo autónomo. Recién a mediados del Siglo XX se comenzó con los primeros (y tibios) avances hacia esa integración, materializada parcialmente en los años ’90 (Mercosur, CAN, ahora Unasur). Sin embargo, al momento de escribir estas líneas se sigue discutiendo que modelo de desarrollo regional que se pretende construir. Si el objetivo era impulsar la unión económica, aún falta alcanzar acuerdos sobre el comercio bilateral.


Para terminar con el mate amargo, estos doscientos años han dejado un sabor agridulce (mezcla rara de sabores). Independientes: sí somos. Autónomos: todavía no. Democráticos: depende el que gobierne. Republicanos: siempre.


El déficit regional parece centrarse exclusivamente sobre la institucionalidad de los regímenes políticos. Si las fallas se centran hoy en día en las normas, reglas y la interacción entre los actores políticos, entonces la gran meta revolucionaria de hace 200 años aún no ha sido alcanzada. El debate por el nivel de desarrollo económico quedará para otra discusión. Feliz cumpleaños.

1 comentario:

  1. Bueno, lograste que me pusiera en pesimista a las 9 de la mañana, jaja.

    Esto que escribís me recuerda qué tan poco tiempo de vida tenemos. Lo cual, por un lado, es un consuelo, porque después de venir de la dominación colonial y lograr a duras penas la Independencia, no podemos más que esperar una lenta transición a la democracia...

    Pero por otro lado, también, me llena de tristeza. Para explicarte debo hacer una aclaración: no creo en nada parecido a un progreso democrático en nuestro país. Si para mi no hubo algo, es precisamente un aprendizaje sobre superación de los conflictos y la tolerancia. Quizás ya no nos animemos a hacer desaparecer a nuestros opositores, pero creo que nuestras acciones, sobre todo en la dinámica política, indican que en nuestro subconsciente yace lo contrario.

    Bueno, dicho eso: Espero (contra mis propias apreciaciones) que realmente estemos avanzando a un respeto por las instituciones y evolucionando a la conformación de una sociedad verdaderamente democrática, entendiendo que no podemos reducir esto ni a un mero proceso electoral ni a un intento de libertad de expresión.

    ¡Espero que el Tricentenario ya nos encuentre mejor que los dos aniversarios anteriores! Y que nuestros análisis sean más positivos en esa época... jaja.

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