20 mayo 2010

Una coalición en Gran Bretaña, chau formalidad

En el último post, Doña Rosa se sorprendió (luego de algunas semanas) con una buena nueva. Y parece que fue semana de sorpresas porque una de las democracias parlamentarias más antigua de Europa, muy acostumbrada a la tradición, rompió el molde. Chau formalidad: Gran Bretaña ahora tiene un gobierno de coalición, algo no visto desde la II GM.


Claro que en ese entonces la necesidad que tenían conservadores y laboristas de mantener un curso correcto para salvar el país de una invasión alemana (nazi) los llevó por el camino de acuerdos y pactos políticos. Sin importar diferencias ideológicas básicas y esenciales.


Ahora las necesidades fueron nuevas y los actores (casi) los mismos. Los conservadores, liderados por David Cameron, se juntaron con los liberal-demócratas, de la estrella Nick Clegg, para formar gobierno. La necesidad: terminar con 13 años de laborismo. Otros pueden decir que fue para poner fin a una recesión económica que los mismos laboristas generaron y no pudieron resolver. Da igual.


Pasemos ahora a un análisis más minucioso. La coalición formada confirma (en esta oportunidad) la teoría de William H. Riker, según la cual los actores de un determinado juego político pactarán con la menor cantidad de socios posibles, siempre y cuando ese acuerdo les permita alcanzar sus objetivos. Es decir, que se formarán coaliciones mínimas ganadoras únicamente.


En nuestra historia, los conservadores no iban a pactar con laboristas y liberales en la misma mesa porque sería una coalición sobredimensionada e innecesaria. Les alcanzó con los lib-dem solamente.


Además de confirmar esta, refutó parcialmente otra. Robert Axelrod nos contó hace más de 30 años que los partidos políticos, además de formar coaliciones mínimas ganadoras, también las “conectan”: no elegirán sus socios únicamente siguiendo su deseo de alcanzar el poder con la menor cantidad posible, sino que también tendrán tendencia a acercarse ideológicamente.


En nuestra historia, los conservadores jamás hubieran pactado con los laboristas. No sólo por diferencias ideológicas muy profundas, sino incluso por las reticencias de los primeros a mantener en el gobierno a Gordon Brown, sea en el cargo que sea. Pero tampoco estaban tan cerca de los liberal-democrátas. Existen profundas diferencias entre ambos. Por ejemplo, los liberales son más favorables a una mayor integración de UK con UE. Los conservadores, no. Los liberales creen un poco más en la intervención del Estado. Los conservadores, cero.


Y también la madre de las diferencias. Los liberales desean introducir un sistema proporcional que les permita traducir lo más exactamente posible la cantidad de votos que obtienen, en bancas. Los conservadores prefieren (en el fondo) mantener el sistema mayoritario que tan bien les ha pagado (a los laboristas también). En este punto llegaron a un punto medio: la introducción de un sistema mixto de voto alternativo. Ni muy muy, ni tan tan.


Estas breves y apenas mencionadas diferencias podrán acentuarse dependiendo de la duración de la “luna de miel” que tenga este matrimonio por conveniencia. Todos los que han vivido un cambio de gobierno sabe que un nuevo gobernante tiene un período de gracia que le otorga el electorado para resolver los temas candentes. Y acá es dónde los nuevos socios políticos deberán limar diferencias, bajar decibeles y evitar conflictos frontales entre funcionarios que (como dije) no están acostumbrados a convivir con colores políticos distintos. Tampoco están acostumbrados a gobernar: los conservadores, en la oposición desde el 97, y los liberal-demócratas, sin ninguna experiencia (más info acá, acá y acá).


Un dato que puede ayudar a entender esta lógica de juego entre socios. Todas las coaliciones (y la “nueva” británica no escapa a ello) funcionan mejor en la medida en que exista cierto balance entre los partidos políticos integrantes. A la hora en que las papas queman, todos ponen sobre la mesa sus credenciales de poder partidarias.


Los conservadores controlan el 47% (36.1% de votos) de las bancas de la Cámara de los Comunes, mientras que los lib-dem tienen el 8% (23%). Si vemos la configuración del gabinete, la disparidad de poder se hace también evidente: 78% de los ministerios conservadores (18 en total, incluyendo al Primer Ministro) y el 22% restante liberal-democrátas (5 en total). A eso habría que sumarle otros 5 cargos de segunda línea, que también participan de reuniones del gabinete, todos conservadores.


Siguiendo este razonamiento, los lib-dem llevan claramente las de perder. Tienen dos opciones cuando no logren acuerdo con sus socios sobre puntos importantes (caso reforma electoral): a) mantenerse en la coalición y tragarse su orgullo político, b) romper la sociedad. La opción a) los obligará a rendir cuenta con su electorado y responder a la presión de sus bases. La opción b) los dejará como los héroes sacrificados, pero fuera del gobierno y sin la certeza de saber cuándo podrán volver al 10 Downing St.


Habrá que esperar y ver. Por fortuna, la política diaria rompe las ataduras que, por momentos, le imponen las instituciones. A veces se sale del esquema, como algo que quiere romper lo viejo y desafiar con nuevas teorías. Ahora si tenemos tarea. Quién lo hubiera dicho. Chau formalidad.

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