06 julio 2010

Europa debate el estado de su Estado

Pareciera como si el mundo entero estuviera en crisis. Desde la quiebra de Lehmann Brothers hace casi dos años, todos los meses sale alguno nuevo. Un banco que se salva justito. Un gobierno que interviene para rescatar una empresa “sólida”. Un paquete de salvataje para reactivar una economía nacional.


Europa no zafa de esta situación. El Viejo Continente se encuentra actualmente en el centro de atención y concentra todas las miradas, tanto economistas como no economistas. Si bien el año pasado las potencias europeas pudieron a duras penas salvar la frágil estabilidad económica y no tuvieron que adoptar medidas tan drásticas como las aplicadas por Estados Unidos, esta primera mitad del año sí les tocó.


Esas mismas potencias europeas (cuasi-desesperadas ahora) han emprendido en los últimos meses severos ajustes presupuestarios destinados, principalmente, a recortar gastos estatales considerados excesivos para así poder reducir sus altos déficits. Gastar menos y recaudar más.


En términos teóricos: reformar el Estado de Bienestar. Lo que los distintos gobiernos europeos han comenzado a hacer es reducir y/o quitar beneficios, prestaciones y recursos sociales, todos cimientos sólidos sobre los que se erigieron los estados luego de la II GM. Símbolos del crecimiento sostenido y la prosperidad social durante la segunda mitad del Siglo XX.


El debate pasa entonces por la forma de Estado que deben tener los europeos hoy en día. Cuánto se puede achicar. Reformas que, por otro lado, no habían realizado todavía. De algunas experiencias pueden aprender: nosotros. Los países latinoamericanos se vieron obligados, a partir de mediados de los ’80, a reducir los espacios de intervención estatal y ajustar lo máximo posible mientras la deuda externa y los déficits exorbitantes los corrían por todos lados.


Claro que hay causas para esa demora en Europa. Una es de factor temporal. Durante los ’80 los europeos asistieron al inicio de la desintegración del comunismo. Diez años después avanzaron en la integración estatal y confiaron en una estructura supranacional que gradualmente comenzó a tomar las decisiones del continente en su conjunto.


Ambos procesos generaron un clima de estabilidad y crecimiento sostenido, amparándose en la fortaleza económica de las potencias europeas y la solidez con que se empezó el proyecto de la Unión Europea. El optimismo siguió en la primera década del Siglo XXI, donde el Euro (símbolo supranacional) llegó a superar al dólar y nadie imaginaba un mejor cuadro. Con este clima, no había espacio para ajustes. Tampoco hacía falta.


El segundo es un factor estratégico. Aquellos países en los cuales se hizo imperioso reducir el déficit presupuestario eran, casualmente, aquellos que tuvieron procesos electorales importantes. Francia, Gran Bretaña, Italia, Alemania, Portugal, Grecia e Irlanda eligieron autoridades nacionales, regionales y/o municipales en los últimos 10 meses.


Los partidos políticos gobernantes en esos países no se animaron ni pretendieron pagar el alto costo político que implicaba una reducción de los beneficios sociales. Conservadores, liberales o socialdemócratas actuaron por igual, sin importar su color político. Por eso, los ajustes vinieron después. Mientras los legisladores se estaban sentando en sus nuevas bancas, ya estaban votando medidas de austeridad. Casi al mismo tiempo.


Pero, por decirlo de alguna manera, no están solos. El estéril G-7 “evolucionó” por el más amplio G-20, y fue en este ámbito donde los países europeos se encontraron con dos cosas: una buena y una mala. La buena es que todos los Jefes de Estado reunidos declararon intenciones (otra vez) para solucionar problemas mundiales con soluciones mundiales. La mala es que sus pares de otras regiones les reclamaron mayor estabilidad económica y medidas decididas para paliar la recesión europea. La solución, entonces, termina siendo el ajuste.


De modo que las elites europeas están, digamos, entre la espada y la pared. Sus pares mundiales reclaman decisión y sacrificio en un momento en que todo puede terminar en cualquier cosa, y cualquier cosa puede ser cualquier otra. Por otro lado, sus electores pueden hacerlos rendir cuentas y retirarles el mandato gobernante castigando las medidas recesivas.


En el medio de todo ese embrollo, el debate se centra en que hacen los europeos con sus estados. O sea, la forma que debe adoptar y el alcance que debe tener la arquitectura institucional responsable de dar seguridad, bienes y servicios públicos a los ciudadanos. Por ahí la experiencia de otros lugares les sirva. Probablemente no. Pero les iba a tocar, tarde o temprano. Todos pasan por ese debate. Todos rinden cuentas.

1 comentario:

  1. http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1274382
    Capaz ya la leiste, y si no, seguro te interesa :)

    Sabés, no puedo dejar de trasladar la realidad a nuestro país... si en Europa, la provisión social feu tan golpeada por la crisis, ¿qué pasa en América Latina?

    Hay otra nota de la nacion que me llamo la atencion, hace algunas semanas: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1275144

    ¿Será así, como se plantea, que nuestros electos gobernantes están encubriendo estas reducciones? ¿O buscando formas alternativas de impulsar la economía? ¿Intentando mantener un discurso que saben que no se puede sostener, porque no alienta precisamente un círculo virtuoso?

    Si es así... bienvenidos sean. Pues significa que no están pensando en los votos del año siguiente, sino verdaderamente en la economía en su conjunto. Nadie los puede culpar tampoco de necesitar el discurso...

    Te la dejo para otro post, jeje

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