En una conversación que tuve la semana pasada con tres canadienses que estaban de visita y uno más que reside en el país, surgió el tema de las Elecciones Generales 2011. Obvio que iba a surgir. Si nosotros mismos aún no sabemos qué va a pasar, quiénes van a ser, cómo se van a elegir y cuántas veces íbamos a concurrir a votar, menos van a saberlo los extranjeros.
Nos encontramos en una situación en la que hacía años (no sé si décadas) no estábamos. Ocho meses antes de las elecciones generales, no sabemos quiénes son los principales candidatos presidenciales. Por lo general nos enterábamos un año antes, gracias a la impaciencia periodística.
¿Por qué? Dos son los motivos: uno de reglas e incentivos, y el otro de política cotidiana.
El primero de ellos es la reforma electoral aprobada con escasos números hace dos años, la cual fijó por imposición un sistema de primarias abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO) que pocos partidos políticos han aceptado sin rechistar. En realidad, uno sólo lo ha hecho y es el Partido Justicialista (las facciones que responden al Frente para
Si el objetivo principal de esa reforma consistía en a) disciplinar a los distintos sectores políticos que cuestionaban al kirchnerismo y b) evitar la proliferación de candidatos presidenciales por fuera de las estructuras partidarias tradicionales, hasta hoy (1° de febrero de 2011) no se ha cumplido.
Concreto: el a) era Eduardo Duhalde y el b) Julio César Cleto Cobos. Duhalde está convenciendo a la mayoría de los dirigentes del Peronismo Federal de ir por fuera de la estructura formal del PJ y elegir así a sus propios candidatos. Mientras Cobos, arrinconado por
Hoy en día, ni Duhalde ni Cobos miden actualmente en las encuestas lo suficiente como para meter algo de presión al oficialismo kirchnerista. Incluso muchos partidos políticos opositores aún dudan de entablar alianzas electorales formales con cada uno de ellos para octubre de este año. Por ende, como bien escribió hace poco Julio Burdman, las PASO se quedaron sin incentivo.
El otro de los porqués es el quiebre que provocó el fallecimiento de Néstor Kirchner en noviembre del año pasado. Con más dudas que certezas, la consecuencia inmediata de tamaño suceso fue el pique corto de Cristina Kirchner en las encuestas, alcanzando mediciones que rondan y rondaron entre el 40 y el 45%. Es el deseo de todo candidato presidencial: medir casi lo necesario para ganar en primera vuelta.
La estrategia electoral de todos los partidos políticos, entonces, mutó en dos direcciones. Radicalmente.
Por un lado, cada uno de los candidatos que venía asomando para lanzarse a la carrera presidencial comenzó a medirse política y electoralmente contra Cristina Kirchner, en lugar de hacerlo con sus pares opositores. Primus inter pares: en lugar de confrontar con los pares, empezaron a hacerlo con el primus.
Por otro lado, las propuestas ofrecidas al electorado dejaron de centrarse estrictamente en las diferencias con el “modelo” kirchnerista, para pasar a elegir y privilegiar aquellas medidas gubernamentales actuales que pueden ser salvadas y mejor gestionadas por la oposición. Algunos lo llaman discurso político vacío. O carente de contenido.
En toda esta ensalada política, entonces, nadie entiende mucho y pocos entienden algo. Tanto el nuevo conjunto de reglas electorales como el (nuevo) escenario político alteraron las aguas de tal manera que aún siguen sin aquietarse. Mientras tanto el electorado sigue atento y comienza a conjeturar y pensar quién es el más o menos potable de todos los candidatos.
En abril volvemos a hablar. No vaya a ser que gane el voto en blanco. O que lo haga Clemente.
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