18 julio 2012

La supervivencia de los dinosaurios. Tres casos de adaptación partidaria: PRI, PJ y ANR-PC

Volvió Leviatán. Volvió con todo, pero más que nada, volvieron con todo. Partimos de un hecho concreto: la victoria del Partido Revolucionario Institucional (PRI) mexicano. Este suceso, impensado hace una década, nos inmiscuye en la discusión/debate sobre la vigencia actual de los grandes partidos de masas latinoamericanos del Siglo XX, los que marcaron a fuego a algunos países de la región. Corrijamos: volvieron los Leviatanes.

La victoria presidencial de Enrique Peña Nieto (EPN para los amigos) devolvió al histórico, tradicional, ¿anquilosado? y “viejo” PRI a la máxima autoridad del país luego de 12 años de oposición. La derrota del 2000 a manos del PAN había hecho conjeturar a más de uno sobre las posibilidades de supervivencia política de un partido al que se lo asociaba a las peores prácticas políticas y clientelares que recuerden los mexicanos contemporáneos (no los del porfiriato, claro). A tal punto que hablar del Estado mexicano era hablar del PRI. La simbiosis era automática.

Pero la victoria del PRI, como dije más arriba, trasvasa las fronteras. No en términos de votos o de corrientes ideológicas, sino en términos comparativos. Que el PRI haya vuelto a Los Pinos nos lleva a pensar cómo ha hecho para adaptarse a un rol de oposición jamás practicado en su historia política, respetando (generalmente) las reglas de juego y rearmándose para competir nuevamente, sin caer en divisiones y escisiones profundas.
No fue el único. También le ha pasado (y pasa) a otros pares regionales: PJ argentino y ANR-Partido Colorado paraguayo. Comparemos.

Los tres partidos se han caracterizado por ser fuertes partidos políticos de masas con 1) suficiente capacidad movilizadora, 2) estrechos vínculos con movimientos sociales, sindicales y corporativos (tanto orgánicos como no orgánicos), y 3) lazos simbióticos con Estados benefactores, asistencialistas e interventores. Características más, características menos, los PRI, PJ y ANR-PC se enmarcan dentro de este cuadro (muy) general.

Con este esquema, uno podría esperar, como bien puntualiza un excelente trabajo sobre la materia, que una vez “fuera” del Estado y, sobre todo, del Poder Ejecutivo, las organizaciones partidarias de los tres hermanos regionales sufrieran profundos conflictos internos para adaptarse a un ambiente hasta ese momento desconocido: la oposición. Vaticinio: el fin de una era.

Pero nunca llegó. Todo lo contrario. Lo que los tres partidos políticos han podido lograr es un doble proceso de adaptación partidaria: uno interno y otro externo.

Interno. Por un lado, institucionalizaron sus estructuras organizativas (repasar al amigo Huntington por este concepto), ya sea en una dirección formal o informal. Es decir que, aunque los tres partidos continuaron en cierta medida siendo “un sentimiento”, más “movimiento” que partido político, lograron aprovechar la vida interna y la infraestructura montada para adoptar un conjunto de reglas (de nuevo, formales y/o informales) que terminaron siendo aceptadas y valoradas por todos sus miembros. Concretamente: los líderes partidarios de turno infundieron valor en la organización. Le dieron importancia. Creyeron en el partido. Se convencieron de ello. Y luego el efecto cascada se replicó a gran parte de sus integrantes.

Externo. Por otro lado, y tal vez más importante que el punto anterior, aceptaron las reglas del juego democrático. En teoría, una derrota electoral por parte de partidos políticos que estaban fuertemente vinculados a la creación y ampliación de las estructuras estatales resultaba ser un cocktail político peligroso para institucionalizar la rotación en el poder. En la práctica, no hubo situaciones que llegaran al punto de que el sistema político se fracturara o que la competencia por el poder derivara en lucha descarnada.

El aprendizaje de la “rotación democrática” no estuvo, sin embargo, exento de prácticas, al menos, polémicas. Ejemplo 1: 13 paros y movilizaciones generales de los sindicatos peronistas contra el gobierno radical de Raúl Alfonsín. Ejemplo 2: el reciente Juicio Político al Presidente paraguayo Fernando Lugo impulsado por ANR-PC y con el apoyo de PLRA, otrora aliado del depuesto primer mandatario.

En otras palabras, aunque hubo aprendizaje, hay prácticas políticas que no se dejaron de lado. Es su naturaleza.

Estrategia política. Ahora bien, este doble proceso de institucionalización interna y externa se pudo lograr gracias a una estrategia de supervivencia política que se concentró fuertemente en retener los pocos espacios de poder a los que se pudo aferrar cada uno. Básicamente, fueron dos: 1) en el orden subnacional, los Estados, Provincias y Departamentos a los que accedieron candidatos ejecutivos del PRI, PJ y ANR-PC, respectivamente; 2) bancas en el Congreso, tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado.

Concretamente, podríamos decir que el mantenimiento de esos espacios de poder permitió a los tres partidos políticos dirimir disputas internas, renovar sus principales cuadros dirigenciales, mantener su capacidad de veto o influencia sobre las decisiones de gobierno, y conservar sus estructuras organizativas vivas, activas y voraces. En cierta medida, esta fue la plataforma institucional sobre la cual se mantuvieron y pudieron construir, posteriormente, el retorno al Poder Ejecutivo (aclaración: ANR-PC aún no es gobierno en Paraguay, pero se ha posicionado en un buen lugar para alcanzarlo).

Cerrando. Que el “sentimiento” priista, peronista y colorado haya sobrevivido implica que los partidos de masas latinoamericanos no perecen fácilmente. Siempre y cuando la adaptación partidaria vaya en una dirección similar, entonces podemos esperar que otros partidos con características y contextos similares logren los mismos objetivos.

Llegaron para quedarse. Y se quedarán un buen tiempo.

Como bien me comentó un amigo: “Desde mi más temprana infancia, los primero de julio moría Perón y, cada tanto, se festejaba mi cumpleaños”. Un sentimiento.

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