La
victoria presidencial de Enrique Peña Nieto (EPN para los amigos) devolvió al
histórico, tradicional, ¿anquilosado? y “viejo” PRI a la máxima autoridad del
país luego de 12 años de oposición. La derrota del 2000 a manos del PAN había hecho
conjeturar a más de uno sobre las posibilidades de supervivencia política de un
partido al que se lo asociaba a las peores prácticas políticas y clientelares
que recuerden los mexicanos contemporáneos (no los del porfiriato, claro). A tal punto que hablar del Estado mexicano era
hablar del PRI. La simbiosis era automática.
Pero
la victoria del PRI, como dije más arriba, trasvasa las fronteras. No en
términos de votos o de corrientes ideológicas, sino en términos comparativos. Que
el PRI haya vuelto a Los Pinos nos lleva a pensar cómo ha hecho para adaptarse
a un rol de oposición jamás practicado en su historia política, respetando
(generalmente) las reglas de juego y rearmándose para competir nuevamente, sin
caer en divisiones y escisiones profundas.
No
fue el único. También le ha pasado (y pasa) a otros pares regionales: PJ
argentino y ANR-Partido Colorado paraguayo. Comparemos.
Los
tres partidos se han caracterizado por ser fuertes partidos políticos de masas
con 1) suficiente capacidad movilizadora, 2) estrechos vínculos con movimientos
sociales, sindicales y corporativos (tanto orgánicos como no orgánicos), y 3)
lazos simbióticos con Estados benefactores, asistencialistas e interventores.
Características más, características menos, los PRI, PJ y ANR-PC se enmarcan
dentro de este cuadro (muy) general.
Con
este esquema, uno podría esperar, como bien puntualiza un excelente
trabajo sobre la materia, que una vez “fuera”
del Estado y, sobre todo, del Poder Ejecutivo, las organizaciones partidarias
de los tres hermanos regionales sufrieran profundos conflictos internos para
adaptarse a un ambiente hasta ese momento desconocido: la oposición. Vaticinio:
el fin de una era.
Pero
nunca llegó. Todo lo contrario. Lo que los tres partidos políticos han podido
lograr es un doble proceso de adaptación partidaria: uno interno y otro
externo.
Interno. Por un lado, institucionalizaron
sus estructuras organizativas (repasar al amigo Huntington por este concepto),
ya sea en una dirección formal o informal. Es decir que, aunque los tres
partidos continuaron en cierta medida siendo “un sentimiento”, más “movimiento”
que partido político, lograron aprovechar la vida interna y la infraestructura
montada para adoptar un conjunto de reglas (de nuevo, formales y/o informales)
que terminaron siendo aceptadas y valoradas por todos sus miembros. Concretamente:
los líderes partidarios de turno infundieron valor en la organización. Le
dieron importancia. Creyeron en el partido. Se convencieron de ello. Y luego el
efecto cascada se replicó a gran parte de sus integrantes.
Externo. Por otro lado, y tal
vez más importante que el punto anterior, aceptaron las reglas del juego
democrático. En teoría, una derrota electoral por parte de partidos políticos
que estaban fuertemente vinculados a la creación y ampliación de las
estructuras estatales resultaba ser un cocktail político peligroso para institucionalizar
la rotación en el poder. En la práctica, no hubo situaciones que llegaran al
punto de que el sistema político se fracturara o que la competencia por el
poder derivara en lucha descarnada.
El
aprendizaje de la “rotación democrática” no estuvo, sin embargo, exento de
prácticas, al menos, polémicas. Ejemplo 1: 13 paros y movilizaciones generales
de los sindicatos peronistas contra el gobierno radical de Raúl Alfonsín.
Ejemplo 2: el reciente
Juicio Político al Presidente paraguayo Fernando Lugo
impulsado por ANR-PC y con el apoyo de PLRA, otrora aliado del depuesto primer
mandatario.
En
otras palabras, aunque hubo aprendizaje, hay prácticas políticas que no se
dejaron de lado. Es su naturaleza.
Estrategia política. Ahora
bien, este doble proceso de institucionalización interna y externa se pudo
lograr gracias a una estrategia de supervivencia política que se concentró fuertemente
en retener los pocos espacios de poder a los que se pudo aferrar cada uno. Básicamente,
fueron dos: 1) en el orden subnacional, los Estados, Provincias y Departamentos
a los que accedieron candidatos ejecutivos del PRI, PJ y ANR-PC,
respectivamente; 2) bancas en el Congreso, tanto en la Cámara de Diputados como
en el Senado.
Concretamente,
podríamos decir que el mantenimiento de esos espacios de poder permitió a los
tres partidos políticos dirimir disputas internas, renovar sus principales cuadros
dirigenciales, mantener su capacidad de veto o influencia sobre las decisiones
de gobierno, y conservar sus estructuras organizativas vivas, activas y
voraces. En cierta medida, esta fue la plataforma institucional sobre la cual
se mantuvieron y pudieron construir, posteriormente, el retorno al Poder
Ejecutivo (aclaración: ANR-PC aún no es gobierno en Paraguay, pero se ha
posicionado en un buen lugar para alcanzarlo).
Cerrando. Que el “sentimiento” priista, peronista y colorado haya
sobrevivido implica que los partidos de masas latinoamericanos no perecen
fácilmente. Siempre y cuando la adaptación partidaria vaya en una dirección
similar, entonces podemos esperar que otros partidos con características y
contextos similares logren los mismos objetivos.
Llegaron para
quedarse. Y se quedarán un buen tiempo.
Como bien me comentó
un amigo: “Desde mi más temprana infancia,
los primero de julio moría Perón y, cada tanto, se festejaba mi cumpleaños”. Un
sentimiento.
Excelente resumen!
ResponderEliminarMuy bueno y claro aunque duela la realidad
ResponderEliminar