Leviatán
se demoró un poco. Agenda cargada. Coaliciones de acá y de allá. Como toda
construcción política pensada desde una hoja en blanco, este espacio es una
construcción colectiva. Ya lo dijo Hobbes (y la imagen del libro es clara). Por
eso ya hemos difundido otros artículos en co-autoría.
Toda
idea colectiva sale debatiendo. Y así nos pasó con la Gringa Lara y el Bonaerense Fer: empezamos a
pensar (¡agárrense!). La Runner Paduis
también tiró algunas ideas entre oficinas y postres. Algunas semanas y
entremesas después, salió esta provocadora nota. La cocina queda para un off
the record pero sí puedo adelantar (sin
que me sancionen mis socios) que hace rato venimos pensando que Cambiemos es una coalición. Lo que aún
no sabíamos era de qué tipo. Se nos prendió una lamparita (de las de ahorro,
porque está salada la factura mensual). Asique tiramos algunas líneas en Suplemento Ideas de La Nación el 2 de octubre del corriente.
Acá las gracias son para Raquel
San Martín, quien se animó a la idea desde un principio.
Y
acá
la nota original publicada. Lo que sigue es su reproducción leviatanera. Al
final, unos gráficos para sumarle color y nerdismo. Ah, me olvidaba: esto es un
digno debate entre Leviatán y Doña Rosa, como los fundacionales de este
espacio. Lo único que un hombre no puede cambiar es su coalición…perdón, su
pasión.
Cambiemos, esa coalición de nuevo tipo
Facundo Cruz,
Politólogo, docente e investigador UBA (@facucruz)
Lara Goyburu,
Politóloga, docente e investigadora UBA (@laralin78)
En colaboración con
Fernando Belotti (@fer_belotti)
Los presidentes latinoamericanos tienen una
pesadilla recurrente: la ingobernabilidad. Para dormir tranquilos, recurren a
numerosas estrategias: suman aliados, reparten cargos, presentan iniciativas
conjuntas con otros actores políticos y satisfacen demandas postergadas. Los presidentes amplían sus familias. Hacen coaliciones. Reparten poder.
La región se ha empapado de estos casos: Brasil, Bolivia, Chile,
Colombia, Ecuador y Uruguay. Argentina, ¿desaprobó en coaliciones? No. Hay, y
de un nuevo tipo. Aquí proponemos cómo y dónde observarlas.
Una visión amplia
Los principales estudios de la ciencia política tradicional sobre
coaliciones de gobierno se han concentrado en una visión restringida: observan solamente
el reparto de cargos entre los socios de los acuerdos. Peleas más, peleas
menos, importa solamente cuánto le toca a cada uno, si es representativo de su
peso legislativo y, sobre todo, quién ocupa el despacho del último piso del
edificio.
En las coaliciones de gobierno los socios
integrantes son corresponsables de las decisiones que se toman, lo que invita a
una visión amplia de las coaliciones de gobierno. Más allá de los ministros que
representan a cada uno de los aliados, existen dos dimensiones de análisis: la
distribución de cargos públicos y las funciones que le competen a cada socio de
la coalición.
Con la primera dimensión observamos el reparto de
espacios, que puede ser balanceado (equitativo entre los socios) o
desbalanceado (un actor concentra la mayoría). Como bien indican Natan Skigin e
Iván Seira en una investigación reciente, este reparto no debe concentrarse
solamente en los ministros, sino que también importan las segundas, terceras y
demás líneas en la estructura de toma de decisiones. Con la segunda dimensión
observamos el rol de cada aliado: las funciones pueden estar compartidas entre
todos (todo entre todos) o repartidas (algo a cada uno).
Si se toma en cuenta el proceso de las políticas públicas –en cinco
etapas: diseño de la política, toma de decisiones, implementación, control y
ajuste de las decisiones–, esta distinción cobra sentido. Algunos pueden
encargarse del diseño de políticas y de la toma de decisiones, mientras que
otros pueden hacerlo de su implementación y del control. El ajuste posterior
puede realizarse en conjunto entre todos (o algunos) de los integrantes del
acuerdo.
Ahora bien, ¿en qué condiciones pueden funcionar estas coaliciones? Bajo
la conjunción de dos elementos, que se encuentran muy presentes en la Argentina.
En primer lugar, cuando los partidos políticos no tienen presencia activa en
todo el territorio nacional: algunos son importantes en algunas provincias,
otros en otras, y algunos pocos en todas. En segundo lugar, cuando la
estructura federal de gobierno requiere de un alto grado de coordinación
política para la toma de decisiones públicas. En otras palabras, mientras que
el Estado nacional es responsable de una serie de competencias y funciones, las
provincias y los municipios lo son de otras. Además, hay responsabilidades
compartidas sobre una misma área de política pública.
Resumen: el presidente puede ser muy poderoso y popular, pero necesita
de gobernadores e intendentes que implementen las decisiones que se toman en
niveles superiores. Sin acuerdo, no hay política. Sin coordinación, no hay
coalición. Sin intendentes ni gobernadores, no hay implementación.
¿Qué nos enseña la Argentina?
La Argentina muestra, en principio, que las coaliciones no son
tradicionales ni restringidas: son amplias y novedosas. La primera experiencia
de coalición de gobierno –la Alianza– quedó a mitad de camino para poder
analizarla según este esquema. Pero Cambiemos da la nota justa.
Si tomamos en cuenta el reparto de carteras ministeriales, según datos
del Grupo
de Investigación en Ciencia Política de la UBA “Coaliciones Políticas en
América Latina” PRO
mantiene hoy la mitad del gabinete, y la mitad restante se reparte entre los
aliados. En este esquema, la UCR obtiene sólo el 15%; un grupo de ministros
independientes, el 25%, y la Coalición Cívica (CC)-ARI y otros aliados
provinciales, ninguno. Un marcado desbalance al interior del Poder Ejecutivo.
Principal función PRO: concentrar la decisión.
Pero si nos movemos de la visión restringida hacia la propuesta amplia,
este desbalance ya no es tal, y los socios se ven compensados por una
distribución de cargos más equilibrada en otros niveles. En la Cámara de
Diputados, PRO y la UCR se reparten en partes casi iguales las 87 bancas del interbloque
de Cambiemos (48% PRO, 41% UCR). Ambos representan respectivamente la segunda y
tercera minoría en la Cámara baja. Adicionalmente, la CC-ARI (5%) y los aliados
provinciales (6%) aportan un puñado de votos. En el Senado, el desbalance juega
a favor del radicalismo con la mitad del interbloque (8 senadores), y son 6 los
legisladores PRO (38%). Primera función radical: escudo legislativo.
En las provincias, se vuelve a sentir el peso radical en el territorio.
De los 5 gobernadores de Cambiemos, 3 son radicales y 2 son PRO puros. Y
bajando a nivel municipal, el peso es mayor aún. De las 1.395 intendencias
relevadas, 387 (el 28%) se identifican con la coalición nacional. De ese
número, el 87% corresponde a la UCR y sólo el 7% a PRO. El 6% restante están
gobernadas por aliados vecinales o provinciales menores. Segunda función
radical: implementar políticas y control del territorio.
¿Por qué concentrarse en los ministerios para evaluar una coalición de
gobierno? En un país con marcada desnacionalización de los escenarios de
competencia partidaria y en el cual se necesita un alto grado de coordinación
política, las coaliciones de gobierno rompen los conceptos tradicionales e
instalan una nueva dimensión de los acuerdos: la distribución de funciones y
roles.
Porque evitar la pesadilla de la ingobernabilidad no depende solamente de quién ocupa el despacho del último piso. Sino de quiénes completan todo el edificio.
Ahá ¿Y qué se infiere de esto? ¿Como se van a comportar las junturas aliancistas cuando las azote el viento de frente económico y la neotribalización, más aldea que global. En este escenario los expulsados de la producción, el consumo y, quizás, de la caridad del ingreso de subsistencia, plantearán sus demandas en la lucha callejera. Pocas dudas quedan que serán cada vez más, hasta se pueden predecir con un modelo matemático funcional.
ResponderEliminarEl viejo Klimovsky (vocero oficioso de Hempel) nos enseñaba sobre la simetría ente explicación y predicción. Desde esa perspectiva la nota está renga.