11 enero 2017

#FinDeAñoBD El primer año de la coalición Cambiemos

Cerramos el año. Pero no lo dimos por terminado. Ahora 2/3 de la ciudad y (casi) una proporción similar de amantes de la Política (con P) están entre sombrillas, lonas, mates, churros y la pelota que se va al agua y no vuelve. Para ellos, dedicado este posteo. Así no se llenan de arena.
El año cerró con un balance amargo para algunos. La economía sigue media a los tumbos. El Gobierno logró capear algunas tormentas, con aciertos y desaciertos. Todos tienen fe. Pero medio que se corta la paciencia. En ese clima espeso, los amigos de Bastión Digital nos invitaron a varios divulgadores de ideas (sic) a tirotearnos con la aldea de alta intensidad que es el análisis político online. Como Leviatán charla seguido con Doña Rosa, qué mejor que describir un poco cómo funcionó el primer año de gobierno de la coalición de gobierno Cambiemos.
Sí, tomamos postura. Tomá mate. Lo que sigue, la yerba.

El primero de la coalición Cambiemos

Las coaliciones también rinden exámenes. No tiene que extrañar: son estudiantes del pasaje de su estado electoral al estado de gobierno. La diferencia con el aprendiz tradicional radica en que no tienen manuales, ni textos, ni clases personalizadas, solamente la prueba y el error, los aciertos y los desaciertos. Esto les aporta un determinado funcionamiento, una dinámica propia.

Y Cambiemos no le escapa a la fecha de finales. En su primer año, la interacción entre sus socios nos brinda algunas pautas y regularidades que vale la pena destacar. Acá me concentro en lanzarlas al debate y plantar postura: Cambiemos es una coalición de gobierno y tiene su funcionamiento particular.

A continuación sus cinco características más relevantes.

1. La distribución de funciones. Hace algunos meses publicamos junto a Lara Goyburu y Fernando Belotti en Ideas La Nación un primer acercamiento a qué tipo de coalición representaba Cambiemos (acá el original). En concreto planteamos que, siguiendo el esquema tradicional de puesta en marcha de una política pública, entre PRO, UCR y CC-ARI se reparten las etapas. Mientras que el primero concentra las decisiones, los dos segundos operan como escudo legislativo. La UCR, adicionalmente, aporta un importante control del territorio a nivel municipal.

Cada partido tiene una función asignada dentro de la coalición. Y los datos acompañan esta presunción. En el siguiente gráfico se puede observar la distribución de carteras ministeriales, de bancas en el Congreso Nacional y de intendencias.

Gráfico N° 1. Distribución de cargos en Cambiemos: gabinete nacional, Congreso Nacional e intendencias.
  



2. El pivot es Macri. Es cierto: todas las coaliciones de gobierno tienen distintas dimensiones o niveles de funcionamiento. Pero la más marketinera, la que más despierta el interés periodístico y popular tuitero diario, es el nivel del Ejecutivo Nacional. El gabinete presidencial concentra la atención (y la tensión) política y así ocurrió durante todo el primer año de examen.

Dos elementos le aportan su dinámica propia. El primero: Mauricio Macri funciona como un pivot en las relaciones con los ministros, en el proceso de toma de decisiones y en la resolución de los conflictos internos. No, no tiene la altura de Tim Duncan. Solamente ocupa el centro de un esquema radial de vínculos con los responsables de formular las políticas públicas: desde allí marca el rumbo, evalúa los aciertos y desaciertos, y resuelve los roces. Un Google Calendar cargado.

El segundo: el Jefe de Gabinete Nacional escapa un poco a esta coordinación. Marcos Peña prefiere concentrar la comunicación del gobierno, tanto la explicación de las decisiones adoptadas como enfrentarse a los críticos micrófonos en momentos de crisis. Si la Jefatura de Gabinete fue pensada como una rueda de auxilio presidencial en distintas tareas, en lo que refiere al control y el seguimiento de la gestión entran en juego sus segundas líneas: Gustavo Lopetegui y Mario Quintana. Son ellos dos los que asisten al pivot en el centro de la llave.

3. Path dependence, o el antecedente de la CABA. Los puntos enumerados anteriormente no son nuevos. Al lector sorprendido, debo decirle que esta tradición de funcionamiento viene de los dos primeros gobiernos del PRO en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Para los desmemoriados, PRO nació como una coalición electoral de radicales, peronistas, demócratas cristianos, ex Recrear e independientes.

Y así gobernó ambos mandatos desde 2007, al menos hasta su institucionalización como partido político. Cada uno de los subsectores integrantes del espacio tenía asignada un área específica de intervención. A grandes rasgos, cultura para los radicales, educación para los herederos de Recrear, y el mantenimiento del espacio público y los vínculos con otros actores políticos para el peronismo. La mayoría y más relevantes de las áreas quedaron en manos de los nuevos ingresantes a la política: coordinación de gestión, recaudación y administración de fondos, salud, desarrollo social y gestión de obras públicas en manos de PRO puros. En este esquema, Macri también funcionaba como pivot central, pero con fuerte intervención de Horacio Rodríguez Larreta (Jefe de Gabinete).

Hoy, no hay nada nuevo bajo el sol macrista.

4. Desgastes legislativos. Como todo gobierno minoritario latinoamericano, el terror de Linz está a la vuelta de la esquina. Durante todo el primer año Cambiemos contó únicamente con el 34% de la Cámara de Diputados y tan solo el 22% del Senado. Para llegar al final, tuvo que lograr dos tareas fundamentales.

La primera fue lograr mantener un interbloque que funcione. En criollo, evitar que se rompa y vuele por los aires. Para ello, resultó fundamental el rol de contención del bloque radical y la buena convivencia con sus pares del PRO y la CC-ARI. La segunda fue la ampliación “a pedido”: para votar las propuestas legislativas del Gobierno Nacional, los líderes legislativos de Cambiemos debieron recurrir al apoyo ad-hoc de bloques peronistas no kirchneristas. Los ganadores de la rifa fueron, en su mayoría, el Bloque Justicialista de Diego Bossio y Una Nación Avanzada, de Sergio Massa.

El balance no es negativo: para un gobierno minoritario, alcanzar poco más del 43% de tasa de aprobación en ambas cámaras de los proyectos presentados es digno de destacar (acá y acá los datos). Salvo los porrazos de ganancias y de la reforma política, la supervivencia legislativa está aprobada. Aunque con desgastes. El año que viene, electoral, puede cambiar la dinámica.

5. El miedo federal. Si el Congreso Nacional funciona con los radicales, el federalismo argentino lo hace con los peronistas. El Ejecutivo Nacional buscó un vínculo de gestión con los gobernadores sin apoyarse en la caja impositiva como instrumento de presión, independientemente de su pertenencia partidaria. También movido por el status minoritario: los gobiernos provinciales (17 de 24) y municipales son en su mayoría peronistas. Y este fue el principal foco de conflicto entre PRO y UCR al interior de la coalición de gobierno.

¿Por qué? Porque los fondos federales son clave para las gestiones provinciales. Las transferencias directas y los acuerdos por obras de infraestructura hacen crecer las popularidades locales. Las gestiones ganan elecciones. Y fortalecen los rivales electorales, tanto a nivel provincial como municipal.

El choque entre la experiencia pasada radical y las nuevas fórmulas políticas del PRO fue motivo de molestia interna. La cuenta no es complicada. Favorecer con recursos públicos a aliados en la gestión pero competidores en la arena electoral puede no ser la mejor estrategia antes de una elección de mitad de mandato. Más aún con los status minoritarios mencionados anteriormente. De allí que Cambiemos deba redefinir el tipo de relación que mantiene con los gobernadores e intendentes, en base a lo aprendido en el primer año de la carrera.

Para evitar que el miedo se vuelva pesadilla (electoral). Y que el segundo año logre más promociones y menos finales.

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