Esta ya es más reciente y la
última que quedó pendiente de publicar en el mundo leviatánico. Aceptada la
cuarentena pandémica como normalidad, la grieta se despertó de su siesta. En
cierta medida volvió, aunque nunca se fue. A partir de ahí me metí con el
mundillo de Juntos por el Cambio (ex Cambiemos) para pensar coaliciones que
dejan el gobierno y pasan al desierto de la oposición. Ese cambio de perfil
siempre genera desafíos y oportunidades, pero también límites internos y
problemas autogenerados. Debut
en El Canciller, con el aval del compamigo Robbiegol. Circuló bien,
lo cual siempre es bueno.
Ser
oposición
Facundo Cruz
Politólogo, Coordinador
Académico del Departamento de Gobierno (UADE)
Ser oposición no es fácil.
Cambia la diaria de manera drástica. Ya no se tienen las riendas, ni la
chequera, ni los fierros. Ya no sos la primera noticia del día. Ya no te llaman
los líderes mundiales para lograr acuerdos. Ya no te queda agenda propia más que
la reacción a la del otro.
Oposición se hace, no se nace.
Y a Juntos por el Cambio le está costando. No están solos. La historia reciente
está plagada de ejemplos de coaliciones de gobierno que pasaron a ser oposición
y cuyos aliados, socios y miembros fundantes trataron de mantenerse unidos en
el mediano plazo. Trataron.
El primer problema, central en
este proceso, es estructural y es el más importante: la Presidencia ordena. La
conducción puede tener muchos estilos distintos, pero sentarse en Balcarce 50
permite que los aliados atiendan el teléfono, asienten y apliquen, aunque lo
hagan a regañadientes. La chequera y los fierros aceitan.
Mauricio Macri no está solo.
Todos los y las expresidentes tienen dificultades por mantener a los propios
sentados en la mesa una vez que terminan su mandato. Más difícil aún con una
coalición, que de base tiene al menos dos mesas. El olor a poder mantiene
unidos a los socios. Cuando es fuerte, se quedan juntos. Cuando se diluye, se
alejan.
El segundo problema que tiene
Juntos por el Cambio radica en la alteración de sus propias reglas de
funcionamiento. A Cambiemos le rindió mucho el esquema de normas informales que
definió para funcionar en las elecciones 2015 y en el primer tramo del gobierno:
decisiones colectivas, distribución
de funciones y respeto por los espacios ajenos. Las
encuestas y las elecciones 2017 mantuvieron el esquema. Pero en 2018 cambió
todo, reglas, funciones y respeto incluidos.
Y si hablamos de reglas
hablamos de mesas, no de su armado sino
en su estabilidad. El grave error de Cambiemos en la segunda etapa del gobierno
fue la modificación constante y cotidiana de todas las mesas de decisión que
quiso armar. Hasta el nombre cambiaron. Hoy en día Juntos por el Cambio sigue
buscando el esquema que mejor les calce a todos.
El tercer problema es
consecuencia del primero y del segundo: liderazgo y confianza. O su falta de. Sin
Balcarce 50 ni reglas claras y con mesas cambiantes, la principal coalición
opositora en Argentina pareciera no encontrar un rumbo claro. Su proceso
formativo fue producto de una complementariedad estratégica: cada uno aportó lo
que el otro no tenía. El PRO puso al candidato, la UCR el territorio, la CC-ARI
no dividir el voto metropolitano (otra vez). La maratón 2021/2023 es muy
distinta: el PRO no tiene un solo candidato, la UCR tiene un territorio
descoordinado y la CC-ARI tiene bancas pero no líder con votos. Menudo
escenario, cada uno tiene que ver qué le aporta al otro.
Es difícil ser oposición. Como
dije, Juntos por el Cambio no está solo. A la Concertación en Chile le costó
dejar 20 años de gobierno, todas las mesas separadas, y una merma de votos y
bancas por izquierda. El Frente Amplio tiene que renovarse luego de 15 años de
oficialismos, con todo el sistema de partidos enfrente gobernando. En Brasil el
huracán Jair Bolsonaro se llevó puesta la (ya de por sí) frágil coalición que
sustentó a Lula y Dilma Rousseff durante 16 años, y que hoy sigue tratando de
armarse.
Hoy parece que a Juntos por el
Cambio solo lo sostiene la lejana imagen del 40%, las cercanas PASO y la
dinámica competitiva bicoalicional
del sistema. Mientras halcones y palomas se zoompelean, cruzando
la calle el Frente de Todos en modo gobierno, y con sus propios problemas de
coordinación, empieza a mostrar su agenda no pandémica. El débil equilibrio
entre hacer pesar las bancas legislativas (sobre todo en la Cámara de
Diputados) y colaborar con la gobernabilidad, entre tensar la cuerda y aflojar,
entre polarizar y moderar, puede no ser la mejor estrategia en la búsqueda de
una innovadora identidad. Solo aflora las siempre presentes tensiones internas.
El tiempo corre. Ser oposición cuesta, y se nota.
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