31 julio 2025

La democraca fatigada

Leviatán cambió bastante en este tiempo. Empezó siendo un espacio de reflexión general cotidiano. Luego ahondó en el mundo de los datos. En un momento tuvo que darle paso a un emprendimiento semi-colectivo, que fue La Gente Vota en Cenital. Y ahí fue quedando, como el lugar donde voy dejando las notas que publico en distintos medios. Hacía rato que no escribía. Ahora volví. Me invitó José Natanson a decir algo en El Dipló sobre la caída de la participación electoral en las primeras elecciones provinciales que se celebraron en este 2025. Hace ya un rato que con mis colegas y amigos del Centro de Investigación para la Calidad Democrática (CICaD) venimos analizando el tema. Actualizamos, procesamos y graficamos la base de datos que tenemos. Una que, al momento de escribir estas líneas, tiene 892 elecciones nacionales y provinciales desde 1983 hasta 2025. Y salió esto.

La democracia fatigada

Facundo Cruz*

13  de abril de 2025. Atardecer en Santa Fe. Llegan los primeros reportes: votó poco más del 50% del padrón electoral para las elecciones de convencionales constituyentes provinciales, que se realizaron junto a las primarias locales. 

11 de mayo. Cerca de las 20:00 los datos muestran que en Chaco, Jujuy, Salta y San Luis votó el 52%, el 60%, el 58% y el 59% de los respectivos padrones en las legislativas de mitad de mandato. Los porcentajes más bajos desde 1983 en estas provincias.

18 de mayo. Ciudad de Buenos Aires. Pasadas las 19:00 llegan las primeras informaciones: muestran que el nivel de participación electoral ronda el 52%. Finalmente fue del 53,35% para las primeras elecciones de renovación parcial de la Legislatura porteña.

Siete elecciones. Siete datos. Siete alarmas. Una misma lectura que se extiende: no está votando nadie. Pero lo que se viene formulando como una afirmación puede ser pensado mejor como pregunta. ¿La gente vota? O más bien, ¿está votando? Si vemos el cortometraje, la respuesta es que no tanto. Pero si miramos el largometraje, la historia es muy diferente.

La tendencia histórica

Desde el Centro de Investigación para la Calidad Democrática (CICaD) construimos una base de datos para analizar las tendencias de participación electoral en Argentina desde 1983 hasta la fecha. Tomamos todas las elecciones a cargos ejecutivos, legislativos, de convencionales constituyentes y primarias, tanto nacionales como provinciales. El registro nos arroja, hasta la fecha, un total de 891 comicios que brindan información muy rica sobre la concurrencia a las urnas del electorado argentino. El Gráfico 1 sintetiza esa película larga. Cada punto indica el valor de participación electoral en una elección en un distrito y año determinados.

Fuente: Centro de Investigación para la Calidad Democrática (CICaD).

El primer aspecto para resaltar es que las provincias argentinas se mueven bastante juntas. En otras palabras, los cambios en el comportamiento electoral son parejos cada dos años, salvo algunos casos aislados. Como muestra el Gráfico, esta idea se refuerza al ver la baja dispersión que muestra cada fila de puntitos: el tamaño de la pilita es bastante similar cada dos años. No es un dato menor si tenemos en cuenta que en las primeras dos décadas de democracia las elecciones provinciales y nacionales estaban en su mayoría unificadas, mientras que en los últimos 20 años se viene imponiendo el desdoblamiento.

El segundo punto a destacar está en sintonía con el anterior, y se apoya sobre lo que muestra la línea de tendencia. Hay oleadas, algunas descendentes y otras ascendentes. Esto quiere decir que hay momentos en los cuales la participación disminuye elección tras elección (los más), y otros en los cuales sube (los menos). Como toda marea, va y viene. Pero, tal como se ve en el margen derecho extremo del Gráfico, las elecciones de este año muestran una caída importante, rompiendo la tendencia histórica. Excepciones, por ahora, antes que la regla. Hoy estamos cerca del 50% de participación electoral, valor que suele ser común en elecciones celebradas en países que tienen voto voluntario.

¿Se trata, entonces, de un momento aislado? ¿O estamos en una nueva fase? Esto se puede responder si partimos la base de datos en décadas. La Tabla 1 sintetiza esa información. La primera columna indica la década de referencia, mientras que la segunda contabiliza la cantidad de elecciones celebradas en ese período. La tercera y la cuarta columnas muestran la elección con menor y mayor asistencia. La quinta muestra el promedio de todo el período, y la última presenta la diferencia del promedio de cada década contra la anterior, expresada en puntos porcentuales. 

Fuente: Centro de Investigación para la Calidad Democrática (CICaD).

Los datos hablan. La participación electoral ha ido cayendo desde 1983 hasta hoy. Pero esa caída no ha sido fuerte en términos históricos. El interés por participar en elecciones se ha ido desgranando como una torta. Pasito a pasito, suave, suavecito. La década de los 90 muestra, en promedio, que la caída es de poco más de cuatro puntos porcentuales. Después del 2000, la baja es levemente más pronunciada, superando los cinco puntos y medio.

Sin embargo, a partir del 2011 la concurrencia a las urnas sube tres puntos y medio, con casi el doble de procesos electorales celebrados. El período coincide con la incorporación de las primarias obligatorias nacionales y en varias provincias. Esta suba, por otra parte, no logra compensar la magnitud del descenso de las dos décadas anteriores, pero sí estabiliza la participación en torno al 75%. Decente, digamos.

La situación de hoy es la que genera mayores alarmas. Alarmas que, sin embargo, hay que matizar. Es cierto que los datos de las siete provincias que ya celebraron elecciones en 2025 rompen la tendencia histórica, con una caída de entre 20 y 25 puntos en relación al período anterior. Pero, volviendo a la Tabla anterior, se puede ver que ya en la década del 90 hubo elecciones aisladas donde concurrió a votar una proporción similar a la de este año. Esto se puede ver claramente en los niveles de participación mínima. 

El gran interrogante es si este cortometraje se convierte en una película larga. Eso es algo que todavía no sabemos.

Los legisladores no son ejecutivos

El electorado argentino tiene una mayor propensión a concurrir a las urnas cuando se elige al Presidente o alguno de los 24 gobernadores que cuando solamente se renuevan bancas de legisladores. Este 2025 es un año de renovación parcial de cargos legislativos nacionales y de 13 legislaturas provinciales.  

La Tabla ilustra esta situación. Como era de esperar, la tendencia para ambos tipos de elecciones, ejecutivas y legislativas, es en general descendente, muy similar al recorrido histórico desde 1983 (salvo la década 2011-2019). Por fuera de esta evolución paralela, hay diferencias. Al ver la comparación entre décadas, se puede observar que la caída de la concurrencia a las urnas para elecciones donde sólo se renuevan cargos legislativos es mayor. Solamente cambia en la década del 2000 y en la subsiguiente. Incluso en el período que estamos transitando el descenso es más del doble para elecciones legislativas (caída de 7,87) que ejecutivas (caída de 3,09). ¿Síntoma de época?

Fuente: Centro de Investigación para la Calidad Democrática (CICaD).

La otra diferencia entre ambos tipos de elección se observa al interior de una misma década. En cada período analizado, el promedio de participación en procesos electorales para bancas legislativas fue menor que para sillones ejecutivos. Durante los primeros 36 años de elecciones, la distancia nunca superó los 2 puntos y medio porcentuales entre legislativas y ejecutivas. En los últimos cuatro esa distancia se amplió a poco más de 6. ¿Más síntomas de época?

El dilema de adelantar

Desdoblar elecciones se ha vuelto una moda. Adelantarlas, en realidad, porque son muy pocos los casos en los que los gobernadores deciden convocar a elecciones provinciales después de las nacionales. Esto también fue motivo de debate. Las siete provincias que ya votaron lo hicieron antes. En un mundo en donde la fatiga democrática nos inunda, convocar a votar cargos provinciales por separado no parece ser el mejor remedio.

Este argumento nos llevaría a pensar que en elecciones desdobladas la participación electoral debería ser menor a las que son unificadas. Pero los datos dicen que no es tan así. Salvo en la década del 2000-2009, en el resto de los períodos la evolución es bastante similar. Adicionalmente, la diferencia en el promedio de participación es bastante parecida al contrastar desdobladas contra unificadas en cada década. Desdoblar, entonces, no parecería ser el problema.

Fuente: Centro de Investigación para la Calidad Democrática (CICaD).

Muchos mitos

“Existen acá”, cantaba Alejandro Sokol. Y puede ser que eso le esté pasando a nuestro prisma de este año electoral 2025. La estadística muestra que la baja participación puede ser sólo un momento, no necesariamente una fase. Hemos tenido en el pasado elecciones con 50% de participación, sí. Hemos tenido elecciones por encima del 90% de concurrencia, también. 

No hay que temer. Las alertas se encienden porque la tendencia del año es bastante marcada respecto de períodos anteriores. Sin embargo, eso no necesariamente indica que lo que queda de la década pueda continuar en el mismo carril. Si las elecciones nacionales de octubre se acercan a los mínimos históricos, y si esa tendencia se mantuviera en 2027, sí habría motivos de preocupación. 

¿Todos están viendo la misma película? El dictamen es generalizado y se centra sobre cuatro puntos que explican un presente de desencanto. 

En primer lugar, y como se adelantó más arriba, hay fatiga democrática. Esta idea refiere a cierto desgaste o pérdida de entusiasmo de una parte importante de la ciudadanía hacia la democracia como sistema político, a sus instituciones, sus procesos y sus actores. Esta sensación no implica necesariamente que exista un deseo masivo de reemplazar a la democracia por otro tipo de régimen, sino más bien una disminución en la participación cívica, en la confianza en los procesos electorales y en el compromiso con los comicios. Si el sistema político es un motor, lo que no tiene hoy es la inyección de nafta ni de energía para andar bien.

En segundo lugar, los niveles de polarización política  van in crescendo con el correr de los años. Esto no es algo nuevo, pero sí es innovador el ingenio que se le dedica a la disputa amigo-enemigo entre partidos, coaliciones y dirigentes. Los puntos de consenso son cada vez menores; los de encuentro mucho menos. Si el sistema está cada vez más polarizado frente a una demanda ciudadana que, según surge de varios estudios de opinión pública, brega por el consenso y los acuerdos, entonces se refuerza la fatiga. Es circular.

En tercer lugar, la oferta política actual no entusiasma mucho. Es una especie de crisis del 2001 aggiornada. Algo que, por otra parte, parece ocurrir cada veinte años. Si a fines de los 90 se jubiló a la generación política que lideró la transición a la democracia, veinte años después de esa crisis de representación aparece una nueva, esta vez enfocada en los responsables de reconstruir la relación del Estado con la sociedad argentina después del estallido de diciembre de 2001. Son estas caras, las mismas de siempre, las  que no estarían satisfaciendo del todo la necesidad de renovación política que la ciudadanía viene demandando desde hace ya algunos años. 

En cuarto lugar, y como corolario de los tres anteriores, todo este cocktail tomó forma en el medio de procesos electorales que no se entienden bien. En estos casos, el adelantamiento puede operar como elemento catalizador. La Ciudad de Bueno Aires votó por primera vez en su historia legisladores locales sin unificación con diputados nacionales o Jefe de Gobierno. Lo mismo ocurrirá en territorio bonaerense. “¿Qué hace un legislador por mí en mi diaria?”. “¿De qué me sirve un convencional constituyente?”. “¿Por qué el gobernador necesita una mayoría si ya empezó a cambiar las cosas?”. Preguntas sin respuesta, pero preguntas al fin.

A esto se le suma un gran interrogante: el efecto Cristina Fernández de Kirchner. La titular del Partido Justicialista, principal referente opositora al gobierno de Javier Milei y quien mejor intención de voto y diferencial de imagen tiene en la provincia de Buenos Aires, está oficialmente fuera de la cancha electoral. Si ahora empieza a oficiar como DT desde el banco de suplentes, ¿resulta suficiente para reactivar la pasión por el peronismo? Asumir que la caída de la participación electoral se debe en gran parte a una desmovilización del votante peronista desencantado puede derivar en que la construcción de un Puerta de Hierro del siglo XXI recupere la mística, el amor, los votos y la participación. ¿Alcanzará? Tomando en cuenta los puntos anteriores, huele, por ahora, a poco.

*Politólogo. Codirector del Centro de Investigación para la Calidad Democrática (CICaD). @facucruz.

12 agosto 2022

Las fases de Massa

Para salir un poco de la rutina quincenal del demandante #LaGenteVota, me le animé al hombre del momento. Fue gracias a una invitación de Revista Anfibia y tuvo, para mí, una linda noticia: alguien había leído mi tesis. Querían que una nota que abordara la recorrida política de Súper M. Con el matriz correspondiente sobre lo “súper”, armé este perfil político que encuentran publicado en su versión original acá, editada y con otro título. Me gustó hacer el perfil, creo que le tomé el gustito. Por ahí me animo a otros. Acá dejo la versión original, sin condimentos ni agregados. A cara lavada.

Las fases de Massa

Sergio Tomás Massa es un hombre paciente. Es un hombre de construcción. Es un hombre de timing. Es un hombre que siempre tuvo un mueble como meta: el Sillón de Rivadavia en la Casa Rosada. Esto lo vuelve, también, un hombre perseverante. Su reciente designación como Ministro de Economía, Producción y Agricultura en este tercer tiempo del Frente de Todos es un paso en esa dirección. Una más. Una que no había intentado hasta ahora. Es un hombre que lo intentó todo. Es, hoy, un ministro, no uno más, pero no necesariamente uno super. Aunque todos presagiemos un reacomodo de quienes toman las decisiones al interior de la coalición de gobierno, el poder se construye con el tiempo. Para que podamos verlo super faltan conferencias y anuncios.

Massa también es un hombre que tuvo momentos. Estuvieron marcados por el vínculo con otro sujeto político desde el cual, paradójica pero argentinamente, él mismo parió su propia construcción política. Su relación con el kircherismo y sus distintas etapas dieron forma al tigrense que hoy conocemos. Su lugar entre Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner sin dudas marcaron el derrotero político que lo llevan hoy, por esas vueltas de la política, a ser el salvador de quienes aseguró jubilar.

Massa es, entonces, una gran incógnita. Sin votos, pero con apoyo. Sin imagen positiva alta, pero con sorprendente valoración salvadora. Sin confianza entre los políticos, pero con convencidos dentro del círculo rojo, el establishment y en casi todos los medios. Sin un electorado propio, pero con discursos e ideas que, de otra manera, irían para el otro lado de la vereda. Es una incógnita, pero una sorprendente. Un Frank Underwood argentino y plástico.

¿Cómo se construyó Sergio Tomás Massa? Esta es una sintética biografía política en fases. La que pude reconstruir cuando me tocó abordar el estudio de su legado político al mundo: el Frente Renovador.

El alineamiento y la disciplina

Massa no nació rebelde, sino alineado. Su desembarco en el peronismo vino de la mano de un socio a la derecha del movimiento que, en ese momento, aún era menemismo: la UCeDé. La alianza táctica que le permitió al presidente Carlos Saúl Menem lavar la cara de los herederos de Juan Domingo Perón frente al estabishment de la pizza y el champagne fue la puerta de entrada para muchos cuadros políticos. Entre ellos, Sergio Tomás. Sus primeros pasos vinieron en la provincia de Buenos Aires, en el Ministerio del Interior y en el Ministerio de Desarrollo Social. En 1999 fue elegido Diputado Provincial en distrito bonaerense en lo que comenzaría a ser uno de sus futuros bastiones políticos, como es la Primera Sección Electoral. Eran tiempos del Partido de San Martín. El de Tigre aún estaba lejos.

Haciendo escuela como se debe, el primer mojón relevante lo tenemos que rastrear en el tiempo inmediato posterior a la crisis del 2001 y el salvataje político que vino después. En enero del 2002, con posterioridad a la caída de la Alianza y la asunción de Eduardo Duhalde como presidente provisional, asumió la Dirección Ejecutiva de la Administración Nacional de la Seguridad Social (ANSES) . Desde ese lugar, fue el responsable de gestionar el sistema previsional argentino durante los 6 años que ocupó el cargo. Acá incidió fuertemente uno de sus principales pilares políticos: su suegro, Fernando “Pato” Galmarini, hombre destadado del peronismo bonaerense en los ’90 y de máxima confianza de Duhalde. Este lugar le permitió a Massa comenzar a generar una red de vínculos políticos desde un lugar de gestión, en particular en un proceso de reconstrucción estatal post desguace menemista. Néstor Kirchner, ya sentado en la Casa Rosada, quiso reconstruir lo destruido, y la ANSES fue una pieza clave de este proceso. “Hacer política con gestión”, principio rector de Sergio Tomás.

Su primera apuesta electoral fuerte fue una patriada. No solo quiso cambiar de municipio, sino que se le animó a una de esas construcciones sorprendentes que ha dado la provincia de Buenos Aires al país como son “los vecinalismos”. Son espacios transversales de muchos dirigentes de distintas tribus que han sabido ganar y consolidarse en distritos específicos por un buen tiempo. Siempre atados a liderazgos carismáticos, con encanto social y muñeca para administrar tensiones, roles y egos. De todo esto, aprendió. Se paró enfrente a Acción Comunal del Partido de Tigre, un partido vecinalista que gobernaba el distrito desde 1987 y que había sido creado por Ricardo Ubieto, fallecido en el 2006 y gobernante local durante la última dictadura. En esas elecciones de 2007, Massa, con el aval de Néstor, se presentó y ganó. Sergio Tomás al municipio, Daniel a la provincia, Cristina a la Rosada. Ya en ese entonces se había mostrado ducho para las estrategias electorales: ganó por 5 puntos gracias a dos listas espejo, la propia del FPV y la de Acción para Crecer de Tigre. La hilacha del partido propio. Alineado, pero con su sello en espejo. Massa, igual, esperó para su tiempo. Se pidió licencia, se quedó al frente de la ANSES y esperó a su momento nacional. No, claro, sin dejar de trasladar su base política de San Martín a Tigre.

Ese momento llegó con la salida de Alberto Fernández de la Jefatura de Gabinete de Ministros. Las vueltas de las cosas. La fallida votación del proyecto de la 125 en el Senado eyectó al por entonces mano derecha y hombre de confianza del matrimonio presidencial, y depositó al joven con ansias de poder en la coordinación general del gabinete presidencial. Un salto de niveles. La osadía. Su debut fue la presentación del proyecto para re-estatizar Aerolíneas Argentinas. Aplaudido y ovacionado.

Y disciplinado. En las elecciones legislativas de 2009, las adelantadas de junio del conflicto con el campo y la crisis internacional, fue convocado por Néstor Kirchner para el 4° lugar de la lista de diputados nacionales. La de los testimoniales. 1° estaba Néstor, 2° el gobernador Daniel Scioli, 3° Nacha Guevara. El FPV acusó el golpe a manos de Francisco De Narváez, Felipe Solá y Mauricio Macri, Sergio Tomás renunció apenas 1 año después de haber asumido y decidió ir a construir desde lo local. Comenzaba a nacer el mito del tigrense. Se venía la indisciplina.

La ruptura y la competencia

Massa es una consecuencia del kirchnerismo, de sus decisiones y de sus estrategias. Al agarrar el sillón de Tigre, Sergio Tomás encontró que podía capitalizar los vínculos políticos generados en 6 años de ANSES y en 1 de Jefatura de Gabinete. “Cuando Sergio Massa va a Jefatura de Gabinete, ahí desarrolla y empieza a mantener una relación más fluida con estos intendentes. Y se le suman dirigentes. Después, cuando se va de Jefatura, es como que empezaron a juntarse políticamente. Ahí surge el embrión del Frente Renovador”, me dijo un dirigente provincial y operador político bonaerense del incipiente massismo el 2 de octubre de 2017. A esto se le sumó un hecho que la ciencia política ha estudiado bastante en estos años: el federalismo salteado de Néstor Kirchner. La estrategia privilegiada por él mismo fue la de establecer relaciones políticas sólidas con los titulares de los poderes ejecutivos municipales. Tanto para la construcción política como para el envío de fondos, la nueva regla llevó a que la transferencia de recursos públicos se hiciera desde el Gobierno Nacional hacia los gobiernos municipales, salteando administrativamente al gobierno provincial. Eso fortaleció las capacidades financieras, administrativas y, sobre todo, política de los intendentes[1].

A esta situación se le sumó un proceso que se venía empujando en años recientes. Las elecciones de 2007 dejaron una camada de nuevos intendentes con una visión distinta de lo que debía ser la gestión local de los municipios. Esta nueva generación, más joven, dando sus primeros pasos en la gestión de los asuntos públicos y con un aire renovador de la política partidaria, comenzó a vislumbrar que el ámbito de intervención del intendente local no debía limitarse únicamente a gestionar la limpieza de las calles, el tendido eléctrico y la recolección de los residuos. “Todo lo que es este grupo se apalanca en lo que hacía Kirchner: puentear al gobernador y abastecer de fondos a los municipios. Esto produce cierta transformación a nivel obra e inversión pública, pero también los intendentes querían tener más peso. Massa ve que ahí se potencia el espacio municipal. ‘¿Esto se lo va a llevar Kirchner solo? No’”, me precisó en confianza un militante e intelectual del Frente Renovador el 5 de octubre de 2017.

Estos intendentes dejaron de ver el ABL como el único recurso administrable y al Partido Justicialista (PJ) como el paraguas que iba a protegerlos siempre. Tenían que ampliar su base financiera para hacer, construir y extender política. Tenían que enfrentar los problemas de pobreza con recursos propios. Tenían que mostrar soluciones al problema de la seguridad con cámaras. Tenían que ser más que administradores. Tenían que ser políticos. Sergio Tomás lo vió, le dio forma y los conquistó. Se venía la revolución de los intendentes, con uno a la cabeza. Y nació el Grupo de los 8, integrado por el propio Massa (municipio de Tigre), Joaquín de la Torre (San Miguel), Sandro Guzmán (Escobar), Jesús Cariglino (Malvinas Argentinas), José Eseverri (Olavarría), Luis Acuña (Hurlingham), Pablo Bruera (La Plata) y Gilberto Alegre (General Villegas). La mayoría de ellos de la Primera Sección Electoral de la Provincia de Buenos Aires (Tigre, San Miguel, Escobar, Malvinas Argentinas y Hurlingham), con apoyos en el interior en la Cuarta (General Villegas), en la Séptima (Olavarría), y la correspondiente a la capital provincial, La Plata (Octava). Empezó a armarse como línea interna dentro del PJ bonaerense cuando se nutrió de otros dirigentes de segundas líneas del distrito. Con un primus inter pares: Sergio Tomás. Este grupo buscó, al construirse como un espacio de poder dentro del peronismo bonaerense, contar con mayor autonomía para la toma de decisiones políticas y de gestión, sin demasiadas interferencias de parte del gobierno nacional o del gobierno provincial. Lo cual fue posible solamente si obtenían los fondos públicos y los recursos necesarios para poder hacerlo. La innovación en la gestión pública local fue, así, una de las patas de la plataforma sobre la cual pudieron edificar una coalición electoral propia que, a su vez, trazó sus propios objetivos políticos para poder obtener mayores beneficios y, en consecuencia, intentó acrecentar su poder interno.

¿Cuándo fue el quiebre para el divorcio definitivo? Con las elecciones del 2011, no con las del 2013. Néstor Kirchner había alimentado esta construcción, una forma de bypassear a Daniel Scioli en la gobernación. Eran los intendentes que mejor recaudaban, los superavitarios, los que tenían algo para mostrar. Eran, al mismo tiempo, los que hacían “kirchnerismo crítico”. Era la renovación futura. El acuerdo entre Massa y Kirchner fue que podían jugar la interna en 2011. Para eso (también) se inventaron las PASO. Él se imaginaba tres líneas, cada una con su lista: Scioli y el aparato, el Sabbatellismo y los movimientos sociales, y Massa y los intendentes. Así, Néstor volvía, mejor, con más y con todos. Pero nada salió según lo planeado. Néstor Kirchner murió en octubre de 2010, las PASO ya estaban aprobadas y Cristina Fernández de Kirchner no respetó el acuerdo. Massa eligió esperar paciente sin jugar. Renovó en Tigre con el 73% de los votos y 110.000 de ventaja respecto del segundo, los vecinalistas que sacaron el 6%. Arrasó.

Y se envalentonó. La historia ahí ya es más conocida. Comenzó a marcar diferencias con el tercer kirchnerismo, que ahora era cristinismo, se enfrentó públicamente a La Cámpora, dio forma al Frente Renovador con peronistas, radicales, socialistas, vecinalistas e independientes, y se lanzó a ganarle al gobierno en su propio terreno, el bonaerense. Casi como una tragedia griega, volvió a derrotar al FPV en una elección legislativa intermedia, pero esta vez con más diferencia que la de De Narváez sobre el propio Kirchner. Si en 2009 habían sido 2 puntos y 200.000 votos, ahora fueron 6 y más de medio millón. Ganó en 109 de los 135 municipios. La segunda patriada también le salió bien. La ruptura consumada con competencia.

Tal como me sintetizó el mismo dirigente provincial allá por 2017: “El Frente Renovador fue una construcción de tipos rebeldes, que se llevaban mal con Cristina. Y eso reflejó que eran tipos que no eran fáciles de llevar”. La ampliación del espacio massista pasó a reconfigurarse en lo que se llamó Unidos por una Nueva Alternativa (UNA), que llevó a la candidatura presidencial de Massa con el apoyo del PJ cordobés de Juan Manuel De La Sota, con los acuerdos provinciales con Cambiemos en el norte y con la derrota del FPV en 2015. La tercera patriada lo convirtió en el garante de la gobernabilidad amarilla, con un bloque nada despreciable de diputados nacionales. Ruptura, competencia y traición, para varios.

La colaboración y la supervivencia mutua

Pero algunos divorcios tienen un final feliz. Un nuevo ejercicio político-electoral encontró a Sergio Tomás sin demasiados aliados potenciales para mantenerse vivo en la arena del Coliseo argentino. Armó 1País con Margarita Stolbizer. Porque, si la ancha avenida del medio había fijado un piso de 20 puntos a nivel en 2015, había que hacerlo crecer 2 años después. Massa terminó preso del bicoalicionismo y perforó lo que aspiraba a que sea su base. Había ido por la senaduría de la provincia de Buenos Aires, que se imaginó como su siempre seguro conquistado terruño. Pero quedó tercero a 2 millones y medio de votos de Cristina, ahora su verduga y no su víctima. El espacio logró colar 4 diputados nacionales: Felipe Solá, Mirta Tundis, Daniel Arroyo y Jorge Sarghini, todos de él. Desensillar hasta que aclare fue el lema a partir del lunes 23 de octubre del 2017. La cuarta patriada salió mal.

Esa elección, además, pintó de amarillo a la Argentina. Se venía un macrismo que olía mucho a hegemonía. Sin embargo, Cambiemos cometió el pecado político del que nadie escapa en el país: autoconvencerse que billetera mata política. Los números de la economía dejaron de acompañar a la coalición que iba a renovar la gestión pública y nació el “hay 2019”. En esos días, Sergio Tomás se dedicó a reforzar su vínculo con el estabishment, a viajar a Estados Unidos, a aprender de la gestión moderna, a hacer consultoría y a esperar. Porque la fortuna siempre sonríe en Tigre. Consolidó su pago chico con sus más fieles y renegó de quienes lo abandonaron en la ola cambiemita. Como si tuviera sangre italiana, su momento llegaría en forma de candidatura. Atrás habían quedado los acuerdos y el Foro de Davos. 2017 cambió todo.

Una nueva apuesta por la ancha avenida del medio lo vió reunirse con los desencantados del cristinismo Juan Schiaretti, Miguel Ángel Pichetto, Roberto Lavagna y Juan Manuel Urtubey en lo que muy circunstancialmente se llamó Alternativa Federal. Comenzaron a acercarse gobernadores alejados de Cristina y su Unidad Ciudadana, como Gustavo Bordet (Entre Ríos), Mariano Arcioni (Chubut), Juan Manzur (Tucumán) y Gerardo Zamora (Santiago del Estero), entre otros. Igual que 2013, pero con gobernadores. Pero todo terminó siendo un pasaje sin salida. Primero, vino el video de la nominación de Alberto Fernández y los gobernadores plegándose a él. Después, la reelección de Arcioni en su provincia y un sonriente Massa que aceptó tomar café. La puntada final fue la salida de Pichetto hacia Cambiemos. Sergio Tomás ya no se quiso pelear con el bicoalicionismo y eligió un lado.

Este acercamiento ya había comenzado en diciembre de 2018, donde una mezcla de enemistades personales con broncas políticas fueron diluidas en charlas que jamás se filtraron. Cristina y Sergio Tomás hicieron las pases. También sus delegados. La dinámica política argentina, el resto. El acuerdo implicó que Massa fuera el primero en la lista de diputados nacionales de la provincia de Buenos Aires, lo que, en caso de ganar, lo ubicaría tercero en la línea de sucesión presidencial. Así ocurrió. El Frente de Todos terminó de armar sus tres patas a partir de los pedazos que habían comenzado a separarse en la ruptura. El cristinismo, el justicialismo y el massismo, todos juntos en el peronismo. Que ahora es una coalición de gobierno con sus problemas. Ya no hubo patriadas, sino colaboración y supervivencia mutua. Un estratega.

¿Cuál es el futuro de Massa?

Y esa es la sensación que queda en su último movimiento. Tal vez el último que tiene para llegar al mueble que tanto anhela. Se juega el todo por el todo, sin licencia y renunciando a su banca. Sergio Tomás entra como el hombre capaz de arreglar de manera política un montón de problemas económicos. La falta de credibilidad resuelta en un montón de mesas. Con muñeca, con rosca y con relaciones. El punto cúlmine de una vida política dedicada a eso.

Esperó su tiempo. Es un tiempista. Se amigó con sus rivales, detractores y enemigos políticos. Se posicionó en el medio entre dos padres que no se hablaron mucho tiempo a pesar de vivir juntos. Tuvo su operativo clamor, tanto del mercado como de la política. Llegó envalentonado, como en aquel 2013 pero esta vez desde adentro. La magnitud de su desembarco es casi tan grande como el desafío que tiene enfrente. Es la última que le queda. Es, en cierto modo, otra patriada. La última.

Y su futuro se dirimirá entre ser el Fernando Henrique Cardoso de la Argentina, o el Domingo Cavallo del Frente de Todos. Si arregla la economía con política, el estadista reemplazará al oportunista. Si la economía reniega y patalea, entonces a él le quedarán tan pocas chances de supervivencia como a la coalición peronista. Solo en el primer escenario los apoyos serán votos, la desconfianza credibilidad y, el peronismo, tal vez massismo.



[1] Para ahondar sobre este punto, recomiendo los artículos de Carlos Gervasoni y Germán Lodola en el libro “La política en tiempos de los Kirchner”, de Miguel De Luca y Andrés Malamud.

01 mayo 2022

Cáscaras en vez de partidos

Hace rato que no subía nada a este espacio virtual de ensalada política. No por vagancia, sino por falta de tiempo. La producción nerd se concentra actual y mayormente en esta creación, que cumplió 1 año hace poco y que me entusiasma mucho. Hoy retorno con una nota corta que salió el sábado 30 de abril en el newsletter latinoamericano semanal de IDEA International. Pueden ver el original acá. Con datos de Latinobarómetro y a partir de un trabajo que comenzamos hace un tiempo con Fundación Directorio Legislativo, me metí a ver en detalle qué tanto valoran los latinoamericanos a sus propios partidos políticos. La respuesta no es buena y los efectos tampoco. Gracias Daniel Zovatto y Nicolás Liendo por el espacio y la invitación.

Zoom electoral: Cáscaras en vez de partidos

Los partidos políticos cumplen tres funciones centrales en las democracias contemporáneas. La función social de estructurar y articular intereses sociales. La función política de construir un mensaje, valores e ideología desde esa defensa, además de seleccionar al “personal político”. Y la función de gobierno de ejercer el poder, tomar decisiones y ser, en definitiva, el gobierno. Esto los convierte en instituciones fundamentales para el funcionamiento de una democracia en tanto son vehículos de la representación política. Con esta centralidad vital, ¿en qué estado se encuentran hoy en día los partidos políticos latinoamericanos? Ciudadanos y ciudadanas dicen que los actores de la política de hoy son cáscaras, no partidos.

Coincido con Yanina Welp en que sin ellos no se puede, pero con estos no alcanza: a pesar de que se sostienen, están socavando sus propias funciones. Esto es algo que se puede ver con profundidad en los datos de la encuesta de Latinobarómetro. Es una herramienta interesante para evaluar la percepción ciudadana en la región a partir de preguntas cerradas que se vienen realizando desde 1995 en adelante. Esto permite hacer comparaciones año a año entre países dado que muchas de las preguntas se mantienen en el tiempo. La referida a confianza en los partidos políticos tiene 4 categorías de respuesta (mucha, algo, poca o nada de confianza). Para este artículo, las agrupé en 2: confianza (más bien + algo) o no confianza (no muy + nada).

Los partidos políticos, en picada

En un informe publicado hace unos meses con la Fundación Directorio Legislativo encontramos que, según los datos publicados el año pasado, hay un fenómeno generalizado en América Latina que retrotrae a circunstancias preocupantes de la historia reciente de la región: una crisis de confianza extendida y compartida. Nuestros partidos no escapan a esta acérrima crítica, sino que se encuentran en el ojo de esa tormenta.

En el siguiente gráfico se puede la evolución temporal de la confianza en los partidos políticos latinoamericanas desagregado por cada país entre los años 1995 (primera oleada de Latinobarómetro) y 2020 (la última realizada).


Solamente en Uruguay, en República Dominicana y, sorpresivamente, en Nicaragua y en El Salvador, la tendencia es alcista a partir de la encuesta realizada en 2020. El resto de los países muestran una tendencia decreciente en la confianza en los partidos políticos, a tal punto que en la gran mayoría se encuentran en el piso más bajo desde el comienzo de este estudio hace casi 20 años. Es muy simbólico que este valor ronde el 10% de confianza, lo cual indica de 9 de cada 10 latinoamericanos no ve con buenos ojos a sus propios partidos políticos. De modo que en medio de una crisis de confianza institucional que también afecta a los poderes ejecutivo, legislativo y judicial en la región, se agrega un golpe en la puerta con una crisis de representatividad. Un cocktail bastante peligroso en una región donde la crisis estructural, económica y social viene afectando las posibilidades de un crecimiento sostenido con desarrollo equitativo. Trinitrotolueno.

La cadena representativa en crisis

En paralelo a esta falta de confianza en los actores partidarios, se replica también una falta de confianza en las instituciones de gobierno. Es particularmente importante analizar qué ocurre con los congresos latinoamericanos, los órganos responsables de sancionar las leyes pero, al mismo tiempo, de ser la voz de la ciudadanía en el debate público. El siguiente gráfico muestra la evolución simultánea de la confianza tanto en los congresos de América Latina como en los partidos políticos. Cada punto representa cada uno de los países analizados en un año específico de 1995 a 2020.

Tal como se puede observar, la evolución es simultánea, similar y en la misma dirección. Si la confianza en los partidos políticos sube, entonces ocurre lo mismo con el congreso. Si la primera cae, entonces la segunda también. Actores partidarios y órganos legislativos van de la mano a la hora de tomar decisiones y a la hora de representar políticamente las distintas posturas de una sociedad. La crisis, entonces, es conjunta y compartida. La desconfianza se reproduce.

De esta manera, esta sensación generalizada afecta tanto a las instituciones de gobierno (en este análisis, el poder legislativo) como a los actores políticos encargados de tomar las múltiples decisiones que impactan en nuestra vida cotidiana. En este escenario, es posible que ya estemos entrando en un nuevo ciclo de desconfianza ciudadana y crisis estructural, ambas dimensiones que se retroalimentan mutuamente. Si esta tendencia se consolida en el tiempo, y no se revierte o corrige en el corto y mediano plazo, las consecuencias para la estabilidad política y social pueden ser muy negativas.

El futuro inmediato para América Latina

Frente a este escenario, la salida que han encontrado numerosos países en años recientes ha sido la reestructuración de sus sistemas partidarios, a partir de la caída de los actores más tradicionales, y el surgimiento de nuevos partidos políticos y movimientos. Nuevas demandas sociales demandaron nuevos vínculos representativos. A pesar del fuerte movimiento de esas placas tectónicas, la democracia se sostuvo en la región como the best game in town. Las instituciones hicieron su trabajo. Y lo hicieron bien.

Sin embargo, los nuevos actores partidarios que surgieron no han logrado revertir el avance de la desconfianza. Pedro Castillo en Perú emergió como una novedad con cambio, y entró nuevamente en la inestabilidad crónica del sistema político que vino a corregir, sin frenar el desencanto. Nayib Bukele llegó para cambiar las bases políticas de El Salvador, pero a partir de la concentración del poder y del debilitamiento democrático, similar a lo ocurrido con Jair Bolsonaro en Brasil y con el chavismo en Venezuela. Andrés Manuel López Obrador, si bien no alcanza niveles similares, también enfrenta resistencia por su estilo de gobierno. Situación de rechazo que también vive Gabriel Boric en Chile, a tan solo un mes de haber asumido. Si la desconfianza in crescendo dio pie a esas nuevas experiencias políticas, entonces la salida a la crisis representativa no revirtió sus efectos negativos en el corto y mediano plazo.

La consolidación democrática, la estabilidad institucional y la efectiva representación de los intereses sociales se logra con organizaciones partidarias sólidas, estables y cercanas. Los partidos, hoy, carecen de contenido. Están vacíos. Esto es algo que ya hemos vivido. La historia se repite. Que esta vez no sea como tragedia ni como farsa.

Por Facundo Cruz

Politólogo. Profesor universitario (UBA-UTDT, Argentina), consultor e investigador independiente. @facucruz

02 septiembre 2020

Una amiga, politóloga

Es la primera vez que me toca hacer esto. Creo que nunca te podés preparar para semejante noticia. Menos para que, quienes cada tanto escribimos algo para compartir, tengamos que hacerlo con una triste. Hoy, miércoles 2 de septiembre al mediodía, falleció Paola De Simone. Profesora mía hace varios años, colega y compañera de trabajo hoy pero, sobre todo, una amiga.

Cuando algo así pasa uno se pone a pensar en todo. A mí me pasó que no puedo todavía creer que el contacto cruzado con ella hace pocos días fue que seguía tos. Tos. Uno piensa, “bueno, es tos. Pasa”. Esta vez no pasó. A ella se le vino encima esta pandemia y se le mezcló con otras complicaciones. Este virus no mide. Ni con ella, ni con nadie.

También pasa, cuando algo así pasa, que uno recrea para atrás todo lo que esa persona significó para en nuestra vida. En nuestra disciplina hay como una tradición para contar todo lo que hizo en términos profesionales. Creo que quienes la conocieron saben bien toda esa historia, no me tienen que leer.

Yo quiero compartir la fortuna que tuve de conocerla personalmente y entonces poder afirmar que cada estudiante que pasó por sus aulas, cada colega que compartió un proyecto con ella, cada compañero que la tuvo en su oficina se llevó consigo su calidad humana. Humana, por sobre todo lo demás.

Paola era politóloga, profesora, maestra, colega, profesional, todo de primera. Podías hablar sobre cualquier tema político que se te ocurriera, desde el municipio más ignoto hasta el conflicto internacional más peligroso. Podía con todo. Pero primero que todo era persona.

El “no” no era algo usual en ella, siempre había algún re-truco. Hace poco me tocó compartir una actividad virtual con ella. En el medio, ese maldito Internet que se te traba en cuarentena la hizo cambiar de lugar de la casa, pasando por cuanta situación cotidiana se imaginen en el medio. Eso fue con una sonrisa. Eso era ella, una sonrisa siempre, frente a cualquier desafío o dificultad.

Esta vez me toca demasiado cerca algo que por ahora era solo un número, una noticia, un título, una crónica. A mí y a todos los que la conocimos, los que hablamos, los que la escuchamos, los que compartimos con ella. Para todos nosotros, Paola no es un número más en esto. Hasta el mismo día de ayer estuvo dando clase con tos. Si, con tos. No pasó.

Ella siempre podía con todo. Siempre con una sonrisa. Siempre con un re-truco. Siempre con más. Esta vez no pudo. Te vamos a extrañar, Pao. Mucho. Adiós, amiga politóloga. 

15 agosto 2020

Ser oposición

Esta ya es más reciente y la última que quedó pendiente de publicar en el mundo leviatánico. Aceptada la cuarentena pandémica como normalidad, la grieta se despertó de su siesta. En cierta medida volvió, aunque nunca se fue. A partir de ahí me metí con el mundillo de Juntos por el Cambio (ex Cambiemos) para pensar coaliciones que dejan el gobierno y pasan al desierto de la oposición. Ese cambio de perfil siempre genera desafíos y oportunidades, pero también límites internos y problemas autogenerados. Debut en El Canciller, con el aval del compamigo Robbiegol. Circuló bien, lo cual siempre es bueno.

Ser oposición

Facundo Cruz

@facucruz

Politólogo, Coordinador Académico del Departamento de Gobierno (UADE)

Ser oposición no es fácil. Cambia la diaria de manera drástica. Ya no se tienen las riendas, ni la chequera, ni los fierros. Ya no sos la primera noticia del día. Ya no te llaman los líderes mundiales para lograr acuerdos. Ya no te queda agenda propia más que la reacción a la del otro.

Oposición se hace, no se nace. Y a Juntos por el Cambio le está costando. No están solos. La historia reciente está plagada de ejemplos de coaliciones de gobierno que pasaron a ser oposición y cuyos aliados, socios y miembros fundantes trataron de mantenerse unidos en el mediano plazo. Trataron.

El primer problema, central en este proceso, es estructural y es el más importante: la Presidencia ordena. La conducción puede tener muchos estilos distintos, pero sentarse en Balcarce 50 permite que los aliados atiendan el teléfono, asienten y apliquen, aunque lo hagan a regañadientes. La chequera y los fierros aceitan.

Mauricio Macri no está solo. Todos los y las expresidentes tienen dificultades por mantener a los propios sentados en la mesa una vez que terminan su mandato. Más difícil aún con una coalición, que de base tiene al menos dos mesas. El olor a poder mantiene unidos a los socios. Cuando es fuerte, se quedan juntos. Cuando se diluye, se alejan.

El segundo problema que tiene Juntos por el Cambio radica en la alteración de sus propias reglas de funcionamiento. A Cambiemos le rindió mucho el esquema de normas informales que definió para funcionar en las elecciones 2015 y en el primer tramo del gobierno: decisiones colectivas, distribución de funciones y respeto por los espacios ajenos. Las encuestas y las elecciones 2017 mantuvieron el esquema. Pero en 2018 cambió todo, reglas, funciones y respeto incluidos.

Y si hablamos de reglas hablamos de mesas, no de  su armado sino en su estabilidad. El grave error de Cambiemos en la segunda etapa del gobierno fue la modificación constante y cotidiana de todas las mesas de decisión que quiso armar. Hasta el nombre cambiaron. Hoy en día Juntos por el Cambio sigue buscando el esquema que mejor les calce a todos.

El tercer problema es consecuencia del primero y del segundo: liderazgo y confianza. O su falta de. Sin Balcarce 50 ni reglas claras y con mesas cambiantes, la principal coalición opositora en Argentina pareciera no encontrar un rumbo claro. Su proceso formativo fue producto de una complementariedad estratégica: cada uno aportó lo que el otro no tenía. El PRO puso al candidato, la UCR el territorio, la CC-ARI no dividir el voto metropolitano (otra vez). La maratón 2021/2023 es muy distinta: el PRO no tiene un solo candidato, la UCR tiene un territorio descoordinado y la CC-ARI tiene bancas pero no líder con votos. Menudo escenario, cada uno tiene que ver qué le aporta al otro.

Es difícil ser oposición. Como dije, Juntos por el Cambio no está solo. A la Concertación en Chile le costó dejar 20 años de gobierno, todas las mesas separadas, y una merma de votos y bancas por izquierda. El Frente Amplio tiene que renovarse luego de 15 años de oficialismos, con todo el sistema de partidos enfrente gobernando. En Brasil el huracán Jair Bolsonaro se llevó puesta la (ya de por sí) frágil coalición que sustentó a Lula y Dilma Rousseff durante 16 años, y que hoy sigue tratando de armarse.

Hoy parece que a Juntos por el Cambio solo lo sostiene la lejana imagen del 40%, las cercanas PASO y la dinámica competitiva bicoalicional del sistema. Mientras halcones y palomas se zoompelean, cruzando la calle el Frente de Todos en modo gobierno, y con sus propios problemas de coordinación, empieza a mostrar su agenda no pandémica. El débil equilibrio entre hacer pesar las bancas legislativas (sobre todo en la Cámara de Diputados) y colaborar con la gobernabilidad, entre tensar la cuerda y aflojar, entre polarizar y moderar, puede no ser la mejor estrategia en la búsqueda de una innovadora identidad. Solo aflora las siempre presentes tensiones internas.

El tiempo corre. Ser oposición cuesta, y se nota. 

Chile, el mejor alumno que tiene para aprender

Esta me quedó atrasada para publicar acá. El despelote regional también tuvo a Chile como uno de sus principales exponentes. El “Octubre Rojo” puso la alerta sobre la modernidad, estabilidad y solidez del modelo trasandino. Se cayeron varias cáscaras y adentro apareció vacío. Salimos con una colega a plantear aristas de análisis. Gracias de vuelta a Fabián Bosoer por el espacio en el diario popular.

Chile, el mejor alumno que tiene para aprender

Facundo Cruz – Constanza Mazzina

En los últimos años fue recurrente escuchar hablar de Chile como el país modelo de la región, que contaba con políticas de Estado, a largo plazo, cuyo crecimiento igualaba a los países de la OCDE y que tenia indicadores de transparencia y libertad ajenos al de sus vecinos del cono Sur, con la excepción de Uruguay. El mejor alumno latinoamericano. Así, Freedom House ha calificado a Chile como un país libre, en una escala de 0-100, donde 100 es totalmente libre, Chile alcanza los 94 puntos en 2018 y Uruguay los 98. El resto por debajo, algunos muy lejos. El apoyo a la democracia, según datos de Latinobarómetro, se ha mantenido entre el 55 y 58% en estos años. La pobreza descendió de casi 40% al 10%. Entonces, ¿por qué el estallido? ¿Por qué las primeras planas mundiales?

Como muchos fenómenos sociales y políticos, las causas son múltiples. Es complejo, pero podemos destacar tres factores: la desigualdad, la trampa de los ingresos medios y un sistema político que comprimió hasta hace poco.

El primero choca contra los niveles de crecimiento sostenido y la reducción de la pobreza. Si bien esto último es cierto y los datos lo demuestran, este salto a niveles de primer mundo está desigualmente distribuido. Chile ha sido exitoso en la reducción de la pobreza, pero esto no produjo una distribución del ingreso más equitativa. Un informe del PNUD del 2017 señala que “la desigualdad es parte de la historia de Chile y uno de sus principales desafíos a la hora de pensar su futuro”. Es estructural y acá viene el primer reclamo ciudadano de estos días: ninguno de los gobiernos democráticos ha revertido la situación. Ni los 20 años de la Concertación ni el último gobierno de Michelle Bachelet. Una deuda pendiente enorme.

Chile crece a tasas asiáticas y alcanza niveles de consumo europeos, pero no su igualdad distributiva. Si tomamos el Índice de Gini, que mide la distribución de la riqueza entre 0 (igualitario) y 1 (desigual), vemos una evolución favorable para el país trasandino: desde el retorno a la democracia pasó de 0,56 a 0,46 en 2017. Esto lo ubica cerca de Perú (0,43) y Bolivia (0,44), pero lejos de Argentina (0,39), Uruguay (0,41) y de los más igualitarios como Islandia (0,27), Noruega (0,27) y Dinamarca (0,28). Crecimiento sin distribución no es desarrollo.

El segundo factor fue resaltado por Juan Negri el año pasado. El ensanchamiento de la clase media se choca contra una realidad en la que sus aspiraciones no se concretan. Esto implica que hay una clase media aspiracional que se encuentra frustrada, que no ve que su calidad de vida mejore, sino que se encuentra estancada. Como también lo sintetizó Patricio Navia, “los chilenos están frustrados porque están en las puertas de la tierra prometida pero no los dejan entrar”. En Chile, pasaron, vieron luz, quisieron entrar y quedarse. Ahora la puja distributiva los está forzando a salir. Los sectores medios suelen ser los más dinámicas de una sociedad y han sido el motor del crecimiento sostenido. Ahora, piden más. La demanda de mayor intervención estatal, mayor política y mayor distribución es empujada por los estudiantes secundarios y universitarios que ven en sus padres el freno de los sueños no cumplidos. La juventud parece tomar nota que sus aspiraciones de tener una mejora en sus niveles de vida no se concretan. Es con más Estado y menos mercado.

El tercer punto son las señales del sistema institucional. El cambio vino con la modificación de la obligatoriedad del voto. En la década del ’90 y principios del 2000 rondaba el 90% del electorado. Pero en las últimas elecciones del 2017 participó el 46,7% del electorado en la primera vuelta, y el 49% en la segunda. Las elecciones del 2013, debut del voto voluntario, mostraron niveles similares. La apatía ciudadana fue una señal no detectada por la elite política.

A esto se suma que hace pocos años, en el 2015, Chile, reformó su régimen electoral, dejando atrás un sistema binominal que durante muchos años había sido denunciado como una barrera antidemocrática ya que impedía el surgimiento de fuerzas políticas alternativas. El sistema binominal implantado por Pinochet aseguró la transición y la gobernabilidad durante 25 años, pero no favoreció el recambio dirigencial.  Así, la implementación del nuevo sistema electoral que debutó hace 2 años sumó renovadores y distintos a los mismos de siempre. La aplicación de un mecanismo de conversión de votos en bancas basado en el método D'Hondt de representación proporcional con magnitudes medianas favoreció el ingreso de nuevos partidos políticos, con dirigentes jóvenes y con proyección política futura. Muchos de ellos provenientes del mismo movimiento estudiantil que reclamó por mejores condiciones educativas en 2006 y 2011, como es el caso del Frente Amplio. Esta reforma, si bien descomprimió la oferta política, no vino asociada de una mayor participación, sino todo lo contrario. Esta contradicción fue la alerta final.

El escenario futuro es algo incierto. La clave para destrabar el conflicto radica en la capacidad de una dirigencia política que no supo leer la legitimidad del reclamo a tiempo ni pudo interpretar las demandas con racionalidad de estadista. Pero que ahora los tiempos urgen velocidad y reacción empática. Los tres factores fueron señales no escuchadas. Ahora el desafío es que oficialismo y oposición recuperen el vínculo social que hicieron de Chile el mejor alumno, pero que todavía tiene para aprender.