Con esto finalizamos el remate. Ya en los dos debates anteriores (este y este bis) habíamos planteado un escenario hipotético de victoria de Cristina Fernández de Kirchner en las primarias, con los consecuentes efectos en el mundo peronista no kirchnerista y otros tantos en el mundo no peronista.
Seamos sinceros. Es puramente hipotético porque todavía no es 14 de agosto. Y la afirmación de “qué va a pasar…” en realidad desata conjeturas personales de cursos de acción posibles para actores puramente racionales y maximizadores (como son los partidos políticos).
En ese mismo tono, pensemos: ¿qué puede llegar a pasar con la política si el oficialismo kirchnerista pierde las elecciones? Momento: hay dos elecciones, con distintos desenlaces, distintas estrategias y distintas lecturas.
Entonces hay dos momentos.
Si el oficialismo pierde las elecciones internas
Sería un dolor de cabeza. Básicamente por una serie de consecuencias inmediatas que pueden llegar a impactar negativamente (sin certeza absoluta) en el resultado de las generales de octubre.
Lo primero que puede ocurrir es que las coaliciones locales que estructuró el kirchnerismo en torno a la candidatura presidencial de Cristina sean dinamitadas. No por los operadores del Gobierno Nacional, sino más bien por los referentes locales provinciales y municipales: no estarán dispuestos a perder sus territorios en octubre. Ya suficiente con tolerar una estrategia electoral fijada desde arriba y candidatos que no son de su riñón.
Esto les deja dos caminos por seguir. Por un lado, pueden, por lo bajo, promover entre sus partidarios el corte de boleta. Eso les garantizaría la conservación del poder en sus distritos y enviaría un mensaje claro: el local pesa.
Por otro lado, y esto me lleva al segundo punto, pueden acompañar el corte con (más por abajo aún) acuerdos electorales con los otros dos candidatos peronistas en carrera: Eduardo Duhalde y Adolfo Rodríguez Saá. Esto dejaría, dependiendo de las relaciones de fuerza y de la amplitud de los acuerdos, tres coaliciones peronistas equitativamente competitivas, pero con un mayor grado de incertidumbre sobre el resultado final.
Desenlace para el cual también importará lo que ocurra en el polo no peronista, dentro del cual el nivel de competencia entre las fórmulas puede ser aún mayor que el actual. Esto se debe, principalmente, a que con un campo peronista sobrecargado de opciones competitivas, a los “no peronistas” les quedaría la opción de presentarse puramente como tales.
De todos ellos, la opción superadora podría llegar a ser Alfonsín. Esto es, en realidad, un arma de doble filo. Puede ser finalmente la opción consensuada “peroradical” que la política argentina ha demandado por años. Pero, al mismo tiempo, su base de sustentación (sobre todo en territorio bonaerense) tendría más incentivos para plegarse a alguna de las coaliciones peronistas ya mencionadas.
O sea, puede salirle todo bien, o todo muy mal.
Si el oficialismo pierde las elecciones generales
El dolor sería una migraña constante. Básicamente porque la capacidad disciplinadora del kirchnerismo depende mayormente de los recursos estatales y de la concentración de las decisiones en el Poder Ejecutivo. Una derrota en las generales obligaría a todo el peronismo que (aún) apoya a Cristina Fernández de Kirchner a replantear sus alianzas políticas
El caos podría ser inmediato: el kirchnerismo se diluiría y el PJ se replegaría hacia los espacios locales de poder. Con lo cual se plantearía de nuevo el dilema que cada diez años aqueja al mayor movimiento político de la Argentina moderna, que es el de la sucesión del liderazgo peronista. Sin a) la presidencia formal (ni real) del partido y sin b) un fuerte apoyo de los gobernadores (que probablemente busquen cuidar sus propios cuellos), poco futuro político le puede quedar a Cristina.
Sin embargo, el PJ no sería el único que deba afronta la tormenta política que este cuadro puede implicar. Todo el sistema político se vería afectado. El primer efecto inmediato (que ya fue discutido en innumerables ocasiones) sería que gane quien gane, nadie contará con mayoría legislativa propia en ninguna de las cámaras del Poder Legislativo. Será interesante medir qué tan excesivo puede llegar a ser el fraccionalismo en la Cámara de Diputados.
Eso implica negociación y muñeca. Mucha de ambas. Y conlleva un doble problema/dilema. El primero y evidente es que las semanas inmediatas al resultado definitivo serán claves para conformar un gobierno mayoritario entre el que resulte ganador y los potenciales socios partidarios que más cerca estén en sus afinidades ideológicas. Con los altos niveles de disenso registrados hoy en día, uno la ve complicada. Muy complicada.
El segundo problema, que parte del anterior, implica que esos acuerdos deberán incluir, forzosamente, un esquema de reparto de ministerios para conformar un gabinete de unidad. Esto sería una especie de “modelo brasilero” de coalición, donde los actores negocian con el ganador su apoyo legislativo a cambio de carteras ministeriales.
Esto se puede lograr en base a un amplio acuerdo partidario sobre la base de 4/5 políticas de Estado básicas que tengan la aprobación de los interesados.
Ahora si el primero es complicado, el segundo es mucho peor.
Pero no todas son calamidades. Supongamos que el primero y el segundo salen bien, ¿no? Esto daría pie a un tercer efecto que puede ser muy positivo a largo plazo: la fragilidad de los acuerdos políticos puede llevar a cierta moderación en la política diaria y a un mayor grado de consenso para cada iniciativa presidencial. El temor a romper el débil apoyo político implicará que quien resulte ganador en octubre, querrá mantenerse vivo los próximos cuatro años.
Por mero instinto de supervivencia política, la política tal vez pueda sobrevivir.
¿Cerramos?
Como comenté en la primer nota, el propósito era plantear escenarios posibles con cursos de acción posibles para actores racionales maximizadores (de poder). Puede que no pase nada de todo esto. O puede que pase parte de todo esto (todo no puede pasar).
Ya sea que el kirchnerismo pierda o gane las elecciones (primarias y generales) que sigue, el sistema político argentino sufrirá ¿profundos? cambios en los próximos cuatro años. Más que nada debido al reacomodamiento de fuerzas y a la (re)aparición de nuevos/viejos actores.
Puede mejorar o puede empeorar todo. Dependerá pura y exclusivamente del cálculo racional.
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