Para salir un poco de la
rutina quincenal del demandante #LaGenteVota,
me le animé al hombre del momento. Fue gracias a una invitación de Revista Anfibia y tuvo, para mí, una
linda noticia: alguien había leído mi tesis. Querían que una nota que abordara la
recorrida política de Súper M. Con el matriz correspondiente sobre lo “súper”,
armé este perfil político que encuentran publicado en su versión original acá,
editada y con otro título. Me gustó hacer el perfil, creo que le tomé el
gustito. Por ahí me animo a otros. Acá dejo la versión original, sin
condimentos ni agregados. A cara lavada.
Las
fases de Massa
Sergio Tomás Massa es un
hombre paciente. Es un hombre de construcción. Es un hombre de timing.
Es un hombre que siempre tuvo un mueble como meta: el Sillón de Rivadavia en la
Casa Rosada. Esto lo vuelve, también, un hombre perseverante. Su reciente
designación como Ministro de Economía, Producción y Agricultura en este tercer
tiempo del Frente de Todos es un paso en esa dirección. Una más. Una
que no había intentado hasta ahora. Es un hombre que lo intentó todo. Es, hoy,
un ministro, no uno más, pero no necesariamente uno super. Aunque todos
presagiemos un reacomodo de quienes toman las decisiones al interior de la
coalición de gobierno, el poder se construye con el tiempo. Para que podamos
verlo super faltan conferencias y anuncios.
Massa también es un hombre que
tuvo momentos. Estuvieron marcados por el vínculo con otro sujeto político desde
el cual, paradójica pero argentinamente, él mismo parió su propia construcción
política. Su relación con el kircherismo y sus distintas etapas dieron
forma al tigrense que hoy conocemos. Su lugar entre Néstor Kirchner y Cristina
Fernández de Kirchner sin dudas marcaron el derrotero político que lo llevan
hoy, por esas vueltas de la política, a ser el salvador de quienes aseguró
jubilar.
Massa es, entonces, una gran
incógnita. Sin votos, pero con apoyo. Sin imagen positiva alta, pero con
sorprendente valoración salvadora. Sin confianza entre los políticos, pero con convencidos
dentro del círculo rojo, el establishment y en casi todos los medios. Sin un
electorado propio, pero con discursos e ideas que, de otra manera, irían para
el otro lado de la vereda. Es una incógnita, pero una sorprendente. Un Frank
Underwood argentino y plástico.
¿Cómo se construyó Sergio
Tomás Massa? Esta es una sintética biografía política en fases. La que pude
reconstruir cuando me tocó abordar
el estudio de su legado político al mundo: el Frente
Renovador.
El alineamiento y la
disciplina
Massa no nació rebelde, sino
alineado. Su desembarco en el peronismo vino de la mano de un socio a la
derecha del movimiento que, en ese momento, aún era menemismo: la UCeDé.
La alianza táctica que le permitió al presidente Carlos Saúl Menem lavar la
cara de los herederos de Juan Domingo Perón frente al estabishment de la pizza
y el champagne fue la puerta de entrada para muchos cuadros políticos. Entre
ellos, Sergio Tomás. Sus primeros pasos vinieron en la provincia de Buenos
Aires, en el Ministerio del Interior y en el Ministerio de Desarrollo Social. En
1999 fue elegido Diputado Provincial en distrito bonaerense en lo que
comenzaría a ser uno de sus futuros bastiones políticos, como es la Primera
Sección Electoral. Eran tiempos del Partido de San Martín. El de Tigre aún
estaba lejos.
Haciendo escuela como se debe,
el primer mojón relevante lo tenemos que rastrear en el tiempo inmediato
posterior a la crisis del 2001 y el salvataje político que vino después. En
enero del 2002, con posterioridad a la caída de la Alianza y la asunción de
Eduardo Duhalde como presidente provisional, asumió la Dirección Ejecutiva de
la Administración Nacional de la Seguridad Social (ANSES) . Desde ese lugar,
fue el responsable de gestionar el sistema previsional argentino durante los 6
años que ocupó el cargo. Acá incidió fuertemente uno de sus principales pilares
políticos: su suegro, Fernando “Pato” Galmarini, hombre destadado del peronismo
bonaerense en los ’90 y de máxima confianza de Duhalde. Este lugar le permitió
a Massa comenzar a generar una red de vínculos políticos desde un lugar de
gestión, en particular en un proceso de reconstrucción estatal post desguace
menemista. Néstor Kirchner, ya sentado en la Casa Rosada, quiso reconstruir lo
destruido, y la ANSES fue una pieza clave de este proceso. “Hacer política con
gestión”, principio rector de Sergio Tomás.
Su primera apuesta electoral
fuerte fue una patriada. No solo quiso cambiar de municipio, sino que se le
animó a una de esas construcciones sorprendentes que ha dado la provincia de
Buenos Aires al país como son “los vecinalismos”. Son espacios transversales de
muchos dirigentes de distintas tribus que han sabido ganar y consolidarse en
distritos específicos por un buen tiempo. Siempre atados a liderazgos
carismáticos, con encanto social y muñeca para administrar tensiones, roles y
egos. De todo esto, aprendió. Se paró enfrente a Acción Comunal del Partido de
Tigre, un partido vecinalista que gobernaba el distrito desde 1987 y que había
sido creado por Ricardo Ubieto, fallecido en el 2006 y gobernante local durante
la última dictadura. En esas elecciones de 2007, Massa, con el aval de Néstor, se
presentó y ganó. Sergio Tomás al municipio, Daniel a la provincia, Cristina a
la Rosada. Ya en ese entonces se había mostrado ducho para las estrategias
electorales: ganó por 5 puntos gracias a dos listas espejo, la propia del FPV y
la de Acción
para Crecer de Tigre. La hilacha del partido propio. Alineado, pero
con su sello en espejo. Massa, igual, esperó para su tiempo. Se pidió licencia,
se quedó al frente de la ANSES y esperó a su momento nacional. No, claro, sin
dejar de trasladar su base política de San Martín a Tigre.
Ese momento llegó con la
salida de Alberto Fernández de la Jefatura de Gabinete de Ministros. Las
vueltas de las cosas. La fallida votación del proyecto de la 125 en el Senado
eyectó al por entonces mano derecha y hombre de confianza del matrimonio
presidencial, y depositó al joven con ansias de poder en la coordinación
general del gabinete presidencial. Un salto de niveles. La osadía. Su debut fue
la presentación
del proyecto para re-estatizar Aerolíneas Argentinas.
Aplaudido y ovacionado.
Y disciplinado. En las
elecciones legislativas de 2009, las adelantadas de junio del conflicto con el
campo y la crisis internacional, fue convocado por Néstor Kirchner para el 4°
lugar de la lista de diputados nacionales. La de los testimoniales. 1° estaba
Néstor, 2° el gobernador Daniel Scioli, 3° Nacha Guevara. El FPV acusó el golpe
a manos de Francisco De Narváez, Felipe Solá y Mauricio Macri, Sergio
Tomás renunció apenas 1 año después de haber asumido y decidió
ir a construir desde lo local. Comenzaba a nacer el mito
del tigrense. Se venía la indisciplina.
La ruptura y la competencia
Massa es una consecuencia del kirchnerismo,
de sus decisiones y de sus estrategias. Al agarrar el sillón de Tigre, Sergio
Tomás encontró que podía capitalizar los vínculos políticos generados en 6 años
de ANSES y en 1 de Jefatura de Gabinete. “Cuando Sergio Massa va a Jefatura
de Gabinete, ahí desarrolla y empieza a mantener una relación más fluida con
estos intendentes. Y se le suman dirigentes. Después, cuando se va de Jefatura,
es como que empezaron a juntarse políticamente. Ahí surge el embrión del Frente
Renovador”, me dijo un dirigente provincial y operador político bonaerense
del incipiente massismo el 2 de octubre de 2017. A esto se le sumó un
hecho que la ciencia política ha estudiado bastante en estos años: el
federalismo salteado de Néstor Kirchner. La estrategia privilegiada por él
mismo fue la de establecer relaciones políticas sólidas con los titulares de
los poderes ejecutivos municipales. Tanto para la construcción política como
para el envío de fondos, la nueva regla llevó a que la transferencia de
recursos públicos se hiciera desde el Gobierno Nacional hacia los gobiernos
municipales, salteando administrativamente al gobierno provincial. Eso
fortaleció las capacidades financieras, administrativas y, sobre todo, política
de los intendentes[1].
A esta situación se le sumó un
proceso que se venía empujando en años recientes. Las elecciones de 2007 dejaron
una camada de nuevos intendentes con una visión distinta de lo que debía ser la
gestión local de los municipios. Esta nueva generación, más joven, dando sus
primeros pasos en la gestión de los asuntos públicos y con un aire renovador de
la política partidaria, comenzó a vislumbrar que el ámbito de intervención del
intendente local no debía limitarse únicamente a gestionar la limpieza de las
calles, el tendido eléctrico y la recolección de los residuos. “Todo lo que
es este grupo se apalanca en lo que hacía Kirchner: puentear al gobernador y
abastecer de fondos a los municipios. Esto produce cierta transformación a
nivel obra e inversión pública, pero también los intendentes querían tener más
peso. Massa ve que ahí se potencia el espacio municipal. ‘¿Esto se lo va a llevar
Kirchner solo? No’”, me precisó en confianza un militante e intelectual del
Frente Renovador el 5 de octubre de 2017.
Estos intendentes dejaron de
ver el ABL como el único recurso administrable y al Partido Justicialista (PJ)
como el paraguas que iba a protegerlos siempre. Tenían que ampliar su base
financiera para hacer, construir y extender política. Tenían que enfrentar los
problemas de pobreza con recursos propios. Tenían que mostrar soluciones al
problema de la seguridad con cámaras. Tenían que ser más que administradores.
Tenían que ser políticos. Sergio Tomás lo vió, le dio forma y los conquistó. Se
venía la
revolución de los intendentes, con uno a la cabeza. Y nació
el Grupo de los 8, integrado por el propio Massa (municipio de Tigre), Joaquín
de la Torre (San Miguel), Sandro Guzmán (Escobar), Jesús Cariglino (Malvinas
Argentinas), José Eseverri (Olavarría), Luis Acuña (Hurlingham), Pablo Bruera
(La Plata) y Gilberto Alegre (General Villegas). La mayoría de ellos de la Primera
Sección Electoral de la Provincia de Buenos Aires (Tigre, San Miguel, Escobar,
Malvinas Argentinas y Hurlingham), con apoyos en el interior en la Cuarta
(General Villegas), en la Séptima (Olavarría), y la correspondiente a la
capital provincial, La Plata (Octava). Empezó a armarse como línea interna
dentro del PJ bonaerense cuando se nutrió de otros dirigentes de segundas
líneas del distrito. Con un primus inter pares: Sergio Tomás. Este grupo
buscó, al construirse como un espacio de poder dentro del peronismo
bonaerense, contar con mayor autonomía para la toma de decisiones políticas y
de gestión, sin demasiadas interferencias de parte del gobierno nacional o del
gobierno provincial. Lo cual fue posible solamente si obtenían los fondos
públicos y los recursos necesarios para poder hacerlo. La innovación en la
gestión pública local fue, así, una de las patas de la plataforma sobre la cual
pudieron edificar una coalición electoral propia que, a su vez, trazó sus
propios objetivos políticos para poder obtener mayores beneficios y, en
consecuencia, intentó acrecentar su poder interno.
¿Cuándo fue el quiebre para el
divorcio definitivo? Con las elecciones del 2011, no con las del 2013. Néstor
Kirchner había alimentado esta construcción, una forma de bypassear a
Daniel Scioli en la gobernación. Eran los intendentes que mejor recaudaban, los
superavitarios, los que tenían algo para mostrar. Eran, al mismo tiempo, los
que hacían “kirchnerismo crítico”. Era la renovación futura. El acuerdo
entre Massa y Kirchner fue que podían jugar la interna en 2011. Para eso
(también) se inventaron las PASO. Él se imaginaba tres líneas, cada una con su
lista: Scioli y el aparato, el Sabbatellismo y los movimientos sociales,
y Massa y los intendentes. Así, Néstor volvía, mejor, con más y con todos. Pero
nada salió según lo planeado. Néstor Kirchner murió en octubre de 2010, las
PASO ya estaban aprobadas y Cristina Fernández de Kirchner no respetó el
acuerdo. Massa eligió esperar paciente sin jugar. Renovó en Tigre con el 73% de
los votos y 110.000 de ventaja respecto del segundo, los vecinalistas que
sacaron el 6%. Arrasó.
Y se envalentonó. La historia
ahí ya es más conocida. Comenzó a marcar diferencias con el tercer kirchnerismo,
que ahora era cristinismo, se enfrentó públicamente a La Cámpora, dio
forma al Frente Renovador con peronistas, radicales, socialistas, vecinalistas
e independientes, y se lanzó a ganarle al gobierno en su propio terreno, el
bonaerense. Casi como una tragedia griega, volvió a derrotar al FPV en una
elección legislativa intermedia, pero esta vez con más diferencia que la de De
Narváez sobre el propio Kirchner. Si en 2009 habían sido 2 puntos y 200.000
votos, ahora fueron 6 y más de medio millón. Ganó en 109 de los 135
municipios. La segunda patriada también le salió bien. La ruptura consumada
con competencia.
Tal como me sintetizó el mismo
dirigente provincial allá por 2017: “El Frente Renovador fue una
construcción de tipos rebeldes, que se llevaban mal con Cristina. Y eso reflejó
que eran tipos que no eran fáciles de llevar”. La ampliación del espacio
massista pasó a reconfigurarse en lo que se llamó Unidos por una Nueva
Alternativa (UNA), que llevó a la candidatura presidencial de Massa con el
apoyo del PJ cordobés de Juan Manuel De La Sota, con los acuerdos provinciales
con Cambiemos en el norte y con la derrota del FPV en 2015. La tercera patriada
lo convirtió en el garante de la gobernabilidad amarilla, con un bloque nada
despreciable de diputados nacionales. Ruptura, competencia y traición, para varios.
La colaboración y la
supervivencia mutua
Pero algunos divorcios tienen un
final feliz. Un nuevo ejercicio político-electoral encontró a Sergio Tomás sin
demasiados aliados potenciales para mantenerse vivo en la arena del Coliseo
argentino. Armó 1País con Margarita Stolbizer. Porque, si la ancha avenida del
medio había fijado un piso de 20 puntos a nivel en 2015, había que hacerlo
crecer 2 años después. Massa terminó preso del bicoalicionismo y
perforó lo que aspiraba a que sea su base. Había ido por la senaduría de la provincia
de Buenos Aires, que se imaginó como su siempre seguro conquistado terruño.
Pero quedó tercero a 2 millones y medio de votos de Cristina, ahora su verduga
y no su víctima. El espacio logró colar 4 diputados nacionales: Felipe Solá,
Mirta Tundis, Daniel Arroyo y Jorge Sarghini, todos de él. Desensillar hasta
que aclare fue el lema a partir del lunes 23 de octubre del 2017. La cuarta
patriada salió mal.
Esa elección, además, pintó de
amarillo a la Argentina. Se venía un macrismo que olía
mucho a hegemonía. Sin embargo, Cambiemos cometió el pecado
político del que nadie escapa en el país: autoconvencerse que billetera mata
política. Los números de la economía dejaron de acompañar a la coalición que
iba a renovar la gestión pública y nació el “hay
2019”.
En esos días, Sergio Tomás se dedicó a reforzar su vínculo con el estabishment,
a viajar a Estados Unidos, a aprender de la gestión moderna, a hacer
consultoría y a esperar. Porque la fortuna siempre sonríe en Tigre. Consolidó
su pago chico con sus más fieles y renegó de quienes lo abandonaron en la ola cambiemita.
Como si tuviera sangre italiana, su momento llegaría en forma de candidatura.
Atrás habían quedado los acuerdos y el Foro
de Davos. 2017 cambió todo.
Una nueva apuesta por la ancha
avenida del medio lo vió reunirse con los desencantados del cristinismo
Juan Schiaretti, Miguel Ángel Pichetto, Roberto Lavagna y Juan Manuel Urtubey
en lo que muy circunstancialmente se llamó Alternativa Federal. Comenzaron a
acercarse gobernadores alejados de Cristina y su Unidad Ciudadana, como Gustavo
Bordet (Entre Ríos), Mariano Arcioni (Chubut), Juan Manzur (Tucumán) y Gerardo
Zamora (Santiago del Estero), entre otros. Igual que 2013, pero con
gobernadores. Pero todo terminó siendo un pasaje sin salida. Primero, vino el video de la
nominación de Alberto Fernández y los gobernadores plegándose a él. Después, la
reelección de Arcioni en su provincia y un sonriente Massa que aceptó tomar café. La
puntada final fue la salida
de Pichetto hacia Cambiemos. Sergio Tomás ya no se quiso pelear con
el bicoalicionismo y eligió un lado.
Este acercamiento ya había
comenzado en diciembre de 2018, donde una mezcla de enemistades personales con
broncas políticas fueron diluidas en charlas que jamás se filtraron. Cristina y
Sergio Tomás hicieron las pases. También sus delegados. La dinámica política
argentina, el resto. El acuerdo implicó que Massa fuera el primero en la lista
de diputados nacionales de la provincia de Buenos Aires, lo que, en caso de
ganar, lo ubicaría tercero en la línea de sucesión presidencial. Así ocurrió.
El Frente de Todos terminó de armar sus tres patas a partir de los pedazos que
habían comenzado a separarse en la ruptura. El cristinismo, el justicialismo
y el massismo, todos juntos en el peronismo. Que ahora es una
coalición de gobierno con sus problemas. Ya no hubo patriadas, sino
colaboración y supervivencia mutua. Un estratega.
¿Cuál es el futuro de Massa?
Y esa es la sensación que
queda en su último movimiento. Tal vez el último que tiene para llegar al
mueble que tanto anhela. Se juega el todo por el todo, sin licencia y
renunciando a su banca. Sergio Tomás entra como el hombre capaz de arreglar de
manera política un montón de problemas económicos. La falta de credibilidad
resuelta en un montón de mesas. Con muñeca, con rosca y con relaciones. El
punto cúlmine de una vida política dedicada a eso.
Esperó su tiempo. Es un
tiempista. Se amigó con sus rivales, detractores y enemigos políticos. Se
posicionó en el medio entre dos padres que no se hablaron mucho tiempo a pesar
de vivir juntos. Tuvo su operativo clamor, tanto del mercado como de la
política. Llegó envalentonado, como en aquel 2013 pero esta vez desde adentro.
La magnitud de su desembarco es casi tan grande como el desafío que tiene
enfrente. Es la última que le queda. Es, en cierto modo, otra patriada. La
última.
Y su futuro se dirimirá entre
ser el Fernando Henrique Cardoso de la Argentina, o el Domingo Cavallo del
Frente de Todos. Si arregla la economía con política, el estadista reemplazará
al oportunista. Si la economía reniega y patalea, entonces a él le quedarán tan
pocas chances de supervivencia como a la coalición peronista. Solo en el primer
escenario los apoyos serán votos, la desconfianza credibilidad y, el peronismo,
tal vez massismo.
[1] Para ahondar sobre este punto,
recomiendo los artículos de Carlos Gervasoni y Germán Lodola en el libro “La política en tiempos de los Kirchner”, de Miguel De Luca y Andrés Malamud.