20 enero 2010

Cuando pa’ Chile me voy

Durante los últimos 20 años Chile ha vivido en transición. O por lo menos, eso comentan periodistas y analistas políticos. Primero de la dictadura pinochetista a una incipiente democracia. Luego de una presidencia demócrata-cristiana a una socialista, con Ricardo Lagos electo –la primera de ese color político desde Salvador Allende-. Más tarde con la primer mujer en la historia del país en alcanzar el Palacio de la Moneda: Michelle Bachelet.


Y cuando se pensaba que finalmente había terminado la transición histórica –o la historia de la transición, como cada uno quiera mirarlo-, gana las elecciones Sebastián Piñera, llegando al poder luego de 52 años de exilio político de la derecha democrática chilena. Finalmente, podemos decir, la alternancia en el poder puede cerrar este proceso. ¿O no?


El proceso electoral que terminó el pasado domingo abre, sin embargo, tantos interrogantes como expectativas.


Si bien Piñera pudo con éxito aunar posturas en la derecha chilena detrás de su única candidatura presidencial, tuvo que realizar un gran esfuerzo para consolidar un mensaje de cambio democrático en su Coalición por el Cambio. Era la sociedad chilena la que debía confiar en que la derecha política había finalmente madurado y modernizado. Cabe recordar que muchos de sus aliados políticos, particularmente en la UDI –Unión Democrática Independiente-, han tenido un pasado tortuoso en tiempos de Pinochet.


El debate electoral tampoco estuvo exento de este tema. Como si la sombra de Pinochet aún rondara por la política chilena, generando clivajes y dividiendo posturas.


Pero si hay algo que caracteriza al mundo de la política es que una cosa son los tiempos electorales, y otra muy distinta son los de gobierno. Acá es donde, tal vez, Piñera tenga la tarea más difícil.


Primero, deberá confiar en aquellos socios que le permitieron alcanzar la victoria, aportando sus estructuras políticas –UDI y Renovación Nacional-. Lo curioso es que Chile ha vivido 20 años de política de coaliciones, siendo especialista en la región. Y algo le ha quedado de enseñanza a Piñera: tratar de imitar a Salomón. No dejar a nadie afuera.


Segundo, cumplir con sus promesas de campaña y, al mismo tiempo, respetar los logros económico-sociales de la Concertación en su etapa de gobierno. Ahí radica la dificultad de modernizar y dinamizar la economía chilena sin desmantelar la estructura de protección social creada los últimos 20 años. Aunque flexibilidad laboral no sea sinónimo de protección social.


Tercero, alejarse lo suficiente de los negocios personales que ha sabido acumular. Si la política y los negocios no van bien de la mano, deberá deshacerse de aquellos activos que puedan interferir en su gestión de gobierno. Caso contrario, hay temor de “mano en la lata”.


Pero nos estamos olvidando de la otra mitad de esta historia: la Concertación. La tormenta electoral pasó y ha dejado sus restos. Las críticas de Marco Enriquez-Ominami –ME-O para los amigos- se convirtieron en realidad e hirieron de muerte a una de las experiencias políticas más productivas y exitosas en la Latinoamérica democrática. Primero, ausencia de mecanismos abiertos de elección interna de candidatos. Segundo, renovación generacional de dirigentes.


La mala campaña realizada en primera vuelta, los errores en la construcción de una propuesta renovadora para la sociedad y las disputas chiquilinas entre sus integrantes los terminó alejando del gobierno. La paradoja: Bachelet, Presidente saliente, se va con más del 80% de imagen positiva. La enseñanza: prestar atención a tiempo.


Ahora, entonces, los roles se han invertido. La derecha es gobierno y la izquierda oposición. También acá hay muchas expectativas e interrogantes. Ambos deben aprender a ejercer esos roles. Hace más de 50 años que no lo hacen. O, en su defecto, será la transición de nunca acabar. Esperemos que no.

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