Como nos pasa a los politólogos, eso demandó armar una base de datos. La pueden consultar acá. Es pública, y si alguien quiere usarla para trabajar me avisa sin problemas. Todos somos nerds.
La base incluye todas las fórmulas
presidenciales argentinas de 1983 hasta 2019 inclusive. Para cada una se indica
el partido o coalición que representó, quién encabezó para presidente y quién
secundó para vicepresidente, y la provincia donde cada uno de ellos tenía su
base política de referencia. Cuando coinciden provincias, la fórmula es
desbalanceada; cuando son distintas, es balanceada. No tomé donde nació, sino
en cuál estaba afincado políticamente al momento de la elección. Su base
política de lanzamiento.
Nota para ansiosos: algunos
casos cambian. Como, por ejemplo, Daniel Scioli: para 2003 tomé en cuenta CABA,
para 2015 la Provincia de Buenos Aires. Las fuentes que usé fueron múltiples,
variadas y de todos los colores: Wikipedia, páginas personales, Twitter, notas
de diarios, consultas a expertos locales, etc. Solo en unos pocos casos (4
sobre 113, menos del 4%) no pude encontrar nada de nada. Ignotos totales.
Bueno, a los bifes. ¿Qué
encontré?
El
panorama general
La
intuición era correcta: 2 de cada 3 fórmulas presidenciales fueron balanceadas.
Esto da 77 casos de binomios de distintas provincias, 32 que fueron de la misma
y los 4 ignotos. Sin tomar en cuenta a estos últimos, el porcentaje llega al
70% de balance.
Del
primer gráfico podemos sacar más conclusiones si desagregamos por dos criterios
adicionales. Primero, ver si la tendencia se mantuvo a lo largo de los años.
Acá agrego, además de los porcentajes, los valores absolutos para cada
categoría.
Y parece que sí. Salvo en 1995 y 2007, cuando estuvo por debajo del 60%, y 1989 y 2015, cuando clavado en ese porcentaje, en todas las restantes elecciones la distribución se mantiene. Incluso, superando los guarismos generales en 1983, 2003 y 2011. No encuentro factores que expliquen este comportamiento. Solo queda indagar caso por caso. Adelante los atrevidos con esa tarea.
Pero sigamos mejor con el segundo criterio de desagregación: tomemos en cuenta las 5 fórmulas presidenciales principales de 1983 a la fecha. Segunda nota: para 2019 tomé en cuenta la ubicación que tienen las principales encuestas antes de las PASO del próximo domingo. Tercera nota: 2015 incluye todas las fórmulas que se presentaron a competir, no solo las que se alzaron con la nominación (casos de Cambiemos, UNA y FIT).
En algunos casos incluye todas
las que superaron el 2% de los votos. En otras el 10%. Puede ser algo
exagerado, pero reducir más la población hubiera implicado dejar afuera varias
fórmulas relevantes de la disruptiva elección presidencial del 2003. Lo
positivo es que todas esas fórmulas reúnen una importante mayoría de votos (al
menos el 90%).
Este es otro dato. De 1983 a
la fecha, nunca hubo menos de 10 fórmulas presidenciales: el pico fue 2003 (18)
y la base 1999, 2011 y 2019 (10). De modo que, si 5 fórmulas concentran alrededor
del 90% de los votos, entonces la mitad o más son meramente testimoniales.
Competir garpa, aunque estés peleando el descenso.
Como se puede ver, los que verdaderamente valen la pena respetan la tendencia. Salvo 1995 y 1999, en todas las demás hay totalidad de balanceadas o 4 sobre 5. Esto puede estar asociado a la siguiente idea. Si consideramos que las que verdaderamente importan son las que tienen alguna chance de ganar o, al menos, sumar un pucho de votos, podemos inferir que son las que mayor presencia territorial tienen en el país. Me refiero a que hay locales, dirigentes, militantes, recursos y campaña en la mayor parte de las provincias. En ese sentido, pagar a un socio interno o aliado estratégico con la vicepresidencia respeta la idea del baile sonriente.
En cambio, las fórmulas
presidenciales que son meramente testimoniales son las que generalmente tienen
escasa penetración en el territorio. Se concentran en algunos distritos, tienen
escasos recursos, no tienen partidos propios en la mayoría de las provincias o
aliados circunstanciales, y son mayoritariamente urbanas (CABA sobre todo,
Córdoba) o referentes con fuerte identidad provincial (Neuquén y Tucumán). Acá
crece el desbalance. Y es lógico.
En
total son 68 casos, de los cuales el 56% son balanceados (38 fórmulas) y el 38%
desbalanceados (26). En 6% de ellos no hay información (4 casos).
Cómo se armaron las parejas
Este es otro hallazgo interesante. Acá importa ver quién encabeza y quién secunda en detalle. El foco está puesto en si la zona que concentra la mayoría del electorado argentino predomina por sobre los demás en la designación, o bien zanjamos la disputa entre federales y unitarios.
Y no,
parece que no lo zanjamos. Más del 70% de las fórmulas presidenciales fueron encabezadas
por porteños o bonaerenses. En el gráfico anterior se puede ver el desagregado
de acuerdo a las combinaciones posibles. Sobresalen el 19% CABA-otra y el 18%
CABA-CABA. Solo un 10% CABA-PBA. A los porteños no les gusta invitar a sus
vecinos del otro lado de la autopista.
Los bonaerenses, en cambio, son más diversos. De la porción de la torta que les toca, el 14% estuvo formado por PBA-otra, muy por encima del 6% PBA-CABA y el 5% PBA-PBA. Ellos tampoco cruzan del otro lado.
Esto se refuerza con el gráfico anterior. De todo el período estudiado, casi la mitad de las fórmulas presidenciales estuvieron lideradas por porteños. O sea que no solo son sectarios, sino que también van al frente seguido. Bernardino Rivadavia sonríe.
Pero la historia no termina ahí. Algo notable para destacar es que tan balanceados son las fórmulas por dirigentes de la Provincia y de la Ciudad de Buenos Aires. En este sentido, los bonaerenses son más diversos y los porteños más sectarios. Ninguna sorpresa ahí.
Las fórmulas encabezadas por otros distritos se acercan más a las estrategias que priman en bonaerenses que a las que privilegian los porteños.
En definitiva, la historia es constante a la hora de armar fórmulas presidenciales. Si bien los referentes de la Reina del Plata rompen un poco el molde, no terminan de sacar del todo los pies del plato. Es algo constante desde el retorno a la democracia en 1983 y creo que se mantendrá en los próximos años.
Federalista se nace. Armando se aprende.
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