Parece que fue hace años que
dictaminaron la cuarentena por la pandemia de Covid-19. La normalidad te lleva
a pensar que fue hace banda. Bueno, no fue hace tanto, solo algunos meses. En
pleno encierro, cuando andábamos viendo cómo nos acomodábamos todos y el
alcohol en gel era un bien suntuario, nos sentamos con una Gringa a pensar el problema macro.
Nos metimos con el Estado: en el centro de la escena, el definidor de las
reglas, el que marca el timing y el que (no) puede atajar el bicho. Creo que no
le pifiamos tanto. Salió en
Cenital, con el apoyo de Iván y Juano. Me gusta cuando escribimos
juntos, ya tenemos dinámica de pareja.
Cuestión
de Estado
Lara Goyburu (@LaraLin78)
Facundo Cruz (@facucruz)
La pandemia producida por el
Covid-19 llegó demasiado rápido. Nadie tuvo tiempo de prepararse. Los gobiernos
han corrido detrás del problema y nunca llegaron a ponerse adelante. La veloz
expansión dejó solamente el aprendizaje vecino para ejecutar prueba y error de
manera constante. Mientras tanto, demandamos diariamente, semana a semana,
soluciones rápidas a un problema invisible.
El Coronavirus puso en el
centro de la escena al Estado. Otra vez, el Estado. No fue el mercado el
encargado de salir a ofrecer soluciones. Nunca pudo haberlo sido y esto es lo
irónico de la situación: todas las instituciones que los estudios
internacionales mostraban que perdían sistemáticamente la confianza de la
ciudadanía son hoy las vitales para contener la pandemia. A las sociedades las
sostiene el Estado, no el mercado. Si la conectividad internacional generada
por la globalización fue uno de los factores de la rápida expansión del virus,
los gobiernos con sus herramientas estatales terminaron siendo los responsables
de salir a atajarlo. Día a día de definiciones por penales.
En estos 3 meses hemos visto que
todas las reacciones a este problema mundial han sido nacionales. Los ámbitos
de cooperación internacional han quedado presos de las resoluciones individuales,
limitándose únicamente a hacer llamados a la solidaridad comunitaria pero sin
poder aportar soluciones concretas ni fondos suficientes. Tan solo la
Organización Mundial de la Salud (OMS) ha intervenido activamente, pero a
partir de expertise, conocimiento técnico y recomendaciones, sin inyección de
recursos. Los recursos son de los Estados. En esta primera etapa la prueba y el
error es nacional; en una segunda etapa vendrá la cooperación internacional
para la reconstrucción. Para eso aún falta, y bastante.
Si el Estado está en el centro
de la escena, entonces el debate pasa a ser sobre sus capacidades. Los 195 leviatanes
tienen las mismas funciones a cargo, pero disímiles recursos, formación,
habilidades, herramientas y fondos para enfrentar un problema que es global.
Compartir conocimiento ayuda, coordinar acciones contribuye y recibir
asistencia auxilia, pero los Estados están solos con lo que tienen frente a la
pandemia.
Un problema adicional se suma
con las denominadas zonas marrones: regiones donde el
Estado no llega con su autoridad y las riendas para ejercerla son tomadas por
grupos privados con recursos propios. Si las autoridades oficiales no aplican,
ni deciden, ni logran entrar, ¿quién protege? El ejemplo más claro y reciente
fue la decisión del PCC (Primer Comando da
Capital) en Brasil de implementar por su propia cuenta
medidas contra la expansión del Coronavirus en las regiones que controla.
Escenarios similares, pero sin presencia de grupos privados, pueden ser foco
potencial de rápida expansión del virus sin las medidas de contención
apropiadas. El Estado, siempre es el Estado o su ausencia.
Las primeras semanas
demandamos eficacia en las decisiones. Reclamamos reacciones rápidas con
resultados concretos, necesarios y urgentes. Relegamos a un segundo plano el
deseo liberal de disfrutar de nuestra libre circulación para poner la seguridad
individual y comunitaria en el primer plano. Hobbes le
ganó a Locke y la
salud a la república. Pero ahora se viene un segundo momento: evaluar la
efectividad de esas decisiones. Aquellas zonas donde el Estado no pudo penetrar
previamente se caracterizan por contar con menos recursos económicos y
simbólicos, con una alta concentración y aglomeración de personas en
preocupantes condiciones habitacionales. Estos son los focos importantes que
contener para evitar la propagación del virus. No solo en términos de salud y
prevención, sino en cuanto a actividad comercial, seguridad individual y
supervivencia familiar.
Un simple ejemplo diario. La
economía de estas zonas no está digitalizada, sino que se mueve cotidianamente
a través del billete. Para superar la diaria se necesita dinero y solo se
acepta en papel o en metal, algo que la propia OMS rechaza en este momento. Las
largas colas en cajeros vistas el viernes pasado en municipios cercanos a la
General Paz muestran esta tensión: al cruzar la autopista hacia tierra porteña Mercado
Pago y el postnet afloran, pero no del otro lado. Esas también son zonas
marrones.
Cuando la cadena de pagos que
hace mover a la economía se corta donde no hay un resguardo en la autoridad
pública, la soledad prima. No todos los Estados estarán entonces en las mismas
condiciones para enfrentar este escenario. Así como Recoleta tendrá más
herramientas y posibilidades de enfrentar el pico de la curva que Villa Lugano,
Canadá las tendrá respecto de la Argentina.
Si, la pandemia llegó demasiado rápido, mientras seguíamos dentro de una grieta que generó más preguntas que respuestas. Nos agarró a todos de sorpresa. Cuando nos percatamos de que la pandemia se volvió un asunto grave, el Estado tomó el volante y cambió el lema: hacer lo imposible con lo posible y que pase la torm
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