Cuando
salió “Socios
pero no tanto” tuve la fortuna de difundirlo, debatirlo y comentarlo con
varios colegas y amigos. Fue muy gratificante: el trabajo de varios años al fin
salía al público. La editorial me preguntó si quería hacer un
resumen/presentación del libro para difundirlo en Perfil. Acá
está la original publicado, quedó muy linda. Más lindo aún fue ir el domingo a
comprar la edición papel al kiosco de la vuelta de casa.
Amigos con beneficios
Los
partidos políticos son organizaciones relativamente estables. Algunos duran
más, otros menos, otros demasiado poco y otros lo suficiente. Como tales, se
nutren de dirigentes, militantes, funcionarios públicos y líderes que trazan
una determinada estrategia para sostenerse en el tiempo. Este conjunto de
actores internos define los objetivos de la organización, el rumbo hacia donde
quieren ir y las metas que quieren alcanzar. Las reglas de la organización
establecen el peso que tiene cada uno de ellos para que privilegien sus
objetivos propuestos. Para lograrlos, necesitan de recursos políticos de
distinto tipo, de los cuales se destacan dos muy importantes: recursos humanos
encargados de llevar a cabo las campañas electorales; y recursos monetarios
provistos por el financiamiento (público o privado). Una visión importante de
la literatura considera que la clave para que los partidos políticos se nutran
de estos recursos y mantengan sus estructuras son los cargos públicos. El Estado,
propiamente dicho (Mair y Katz, 2015).
Este
es el componente estable de los partidos políticos. Sin embargo, cotidianamente
lidian con el componente inestable de su entorno: el sistema de partidos en el
cual se insertan. Es el ambiente en el que se desarrollan. Es cambiante, se
altera, se modifica, evoluciona, avanza y retrocede (a veces, aunque poco). En
esta coyuntura cotidiana, los partidos políticos conviven con otros partidos
políticos. Las organizaciones partidarias no están aisladas y solitarias, salvo
en los sistemas de partido único de tipo soviético (Sartori, 1980). Como la
mayoría de los partidos buscan la misma forma de supervivencia, existe un
proceso a través del cual se reparten los limitados recursos disponibles: los
cargos públicos se dirimen en elecciones libres, obligatorias y limpias. Pero,
¿qué pasa cuando los que compiten son muchos? ¿Cómo pueden sobrevivir si lo
disponible para repartir es limitado?
Adicionalmente,
no todos los entornos en los que conviven los partidos políticos son iguales.
Toda forma de Estado federal tiene en su interior una interacción de varios
sistemas de partidos: uno a nivel nacional y tantos otros a nivel subnacional
como unidades políticas lo integren. En Argentina, podemos contar 25 sistemas
de partidos si sumamos las 24 provincias y el sistema de partidos nacional.
Cada uno de estos ambientes tiene su propia dinámica, sus propias pautas de
interacción y sus propias lógicas de funcionamiento. Generalmente tienen
conexiones entre sí, especialmente entre el nivel nacional y los subnacionales.
Algunos de ellos están muy fragmentados, otros menos. En algunos hay un partido
político dominante, en otros cambia constantemente y en otros rotan dos
principales.
Esto
no es algo nuevo. Viene de antaño. Tal como suele repetir una destacada
profesora gringa de la Universidad de Buenos Aires, el esquema institucional
argentino fue concebido desde las bases teóricas de Juan Bautista Alberdi como
un sistema que obligara a sus partes constitutivas a lograr acuerdos. Las provincias
originarias que fundaron el país estaban gobernadas por elites locales con
distintos objetivos, intereses, características, desafíos y urgencias. Tamaña
complejidad política requería de cierta complejidad institucional para alcanzar
acuerdos, consensos y decisiones. Para ganar elecciones. Para gobernar.
Entonces,
se complejiza el relato. Anteriormente, eran las elites provinciales. Luego,
fueron los partidos políticos. Ahora, hay un nuevo fenómeno digno de ser
investigado. Los partidos políticos, aunque tengan características distintas,
necesitan todos de lo mismo para sobrevivir como organizaciones y para gobernar
como tomadores de decisiones. Si, para colmo de males, los recursos disponibles
son limitados y no todos tienen la misma fortaleza para obtenerlos, ¿cómo
pueden hacerlo? ¿Cuál es la clave? Acordar. Consensuar. Coalicionar. De esto
tratan estas páginas.
Este
libro continúa una tradición de investigación que ya tiene más de 25 años. El
estudio de las dinámicas competitivas en América Latina ha atraído la atención
de numerosos académicos, especialmente en lo que refiere a la formación,
mantenimiento y supervivencia de las coaliciones. Paralelamente, en años
recientes el estudio de las dinámicas políticas subnacionales ha adquirido
mucha notoriedad y relevancia. El desarrollo de estas investigaciones ha
llevado a cierto consenso académico que considera insuficiente estudiar
aisladamente los procesos políticos nacionales si queremos comprender cómo
funcionan los sistemas políticos multinivel. Al romper con el “nacionalismo
metodológico” imperante podemos traspasar una barrera importante y pasar a
considerar que los procesos políticos que se dan en el nivel subnacional de un
sistema político no son necesariamente “de segundo orden” o menos relevantes. No
solo el nivel nacional de la política partidaria no es el único importante, sino
que por debajo, en el nivel provincial y municipal, ocurren fenómenos importantes
que impactan más arriba. Todo lo contrario a lo que estamos acostumbrados.
¿Por
qué esto cobra sentido y pertinencia política? Porque actualmente los partidos
políticos no pueden acceder por sí solos a los distintos cargos que se ponen en
juego en elecciones libres y competitivas en un país heterogéneo y federal como
es Argentina. Es decir, hoy en día aquellos dirigentes, candidatos o
funcionarios que desean convertirse en, por ejemplo, presidente, necesitan
encontrar aliados en la mayor cantidad de provincias posibles, que pongan a
disposición sus recursos en pos de un acuerdo que le garantice beneficios y
ventajas a todos los involucrados. Adicionalmente, quienes “hacen política” en
las provincias necesitan de apoyos en el nivel nacional para disponer de
recursos públicos que les permitan gobernar (si ocupan la gobernación) o bien ganarla
(si ocupan el rol de oposición provincial). En medio de esta interacción, los
presidentes también precisan legisladores que voten sus propuestas en el
Congreso Nacional, siendo estos electos en cada uno de los distritos del país.
Estas interacciones políticas adquieren una dinámica particular: una dinámica
coalicional. Son acuerdos relativamente estables entre actores partidarios en
pos de alcanzar un objetivo común y acordado entre ellos, para lo cual cada uno
pone a disposición determinados recursos políticos necesarios.
Esta
dinámica a la que hago mención adquiere una característica particular en
Argentina. En las últimas dos décadas, el sistema partidario argentino ha
avanzado progresivamente hacia la desnacionalización. En otras palabras, cuando
la competencia política se “territorializa” (Calvo y Escolar, 2005; Leiras,
2007 y 2013; Gibson y Suárez Cao, 2010; Navarro y Varetto, 2014) implica que
cada provincia es un mundo partidario distinto al de su vecino más cercano y al
de su par más lejano: los actores son distintos, la proporción de votos que
reciben en las elecciones celebradas no es la misma y la cantidad de los
partidos políticos que efectivamente pueden ganar las elecciones varía de
provincia a provincia. Cada una tiene sus propias características, dinámicas y
procesos internos, pero cada una de ellas se encuentra conectada a un Estado Nacional
que unifica a todo el territorio nacional. Es decir, aunque las unidades sean
distintas entre sí, existe un número específico de vinculaciones institucionales,
políticas y sociales que integran la estructura en su conjunto. Estas
conexiones generan determinadas consecuencias políticas y producen efectos
específicos, especialmente en lo que a la competencia por el poder político se
refiere. Los Estados son multinivel en tanto existen distintos niveles de
competencia política, las cuales están “anidadas” (Tsebelis, 1990): la política
nacional produce efectos sobre la política provincial y esta sobre la
municipal, y viceversa.
Acá
es donde arranco. Necesitamos alcanzar mayor desarrollo teórico para explicar
cómo y por qué medios se logran cierto grado de coordinación electoral entre
actores partidarios con distinto peso territorial. Me quita el sueño lo
siguiente: ¿cómo se forman las coaliciones electorales multinivel? Ya sabemos
cuáles fueron esas coaliciones y tenemos alguna impresión sobre qué incentivos
las llevaron a construirse, pero aún desconocemos el detalle de cómo se
conformaron y qué procesos siguieron: en otras palabras, qué pasos dieron para
hacerlo.
Busco
responder con esta investigación a cuatro preguntas centrales: ¿cómo es el
proceso de construcción de una coalición electoral multinivel? ¿Qué partidos
políticos la integran? ¿Cuáles son las estrategias que persiguen y los recursos
que disponen para alcanzar sus objetivos? ¿Cuáles son las reglas que acuerdan
para intentar alcanzar los acuerdos a los que llegan?
Para
encontrar respuestas, desarrollo un modelo teórico a partir de Panebianco
(1990), que establece que las coaliciones electorales multinivel pueden seguir
distintas estrategias de construcción: se conforman por penetración
territorial, por difusión territorial o privilegian una estrategia mixta
que combine elementos de ambas. Posteriormente, aplico este modelo a cuatro
casos concretos: el Movimiento Federal para Recrear el Crecimiento (MFRC), el
Frente Progresista Cívico y Social de Santa Fe (FPCyS), el Frente de Izquierda
y de los Trabajadores (FIT) y Cambiemos. Observo el proceso de conformación de
las cuatro coaliciones en cada elección donde se presentaron por primera vez:
MFRC en 2003, FPCyS en 2007, FIT en 2011 y Cambiemos en 2015.
¿Qué
nos enseñan estos cuatro casos? Primero, la distribución de espacios de poder
dentro de las coaliciones es un aspecto fundamental para que logren alcanzar
solidez y homogeneidad en todo el distrito: la adopción de reglas de juego
internas claras, consensuadas y aceptadas por los socios aportan la
consistencia necesaria. Segundo, el principal foco de conflicto intra-coalición
se centra en la definición de las candidaturas a distintos cargos públicos en
juego: allí es donde la definición de normas entre los socios electorales puede
moderar las disputas internas. Tercero, la interacción y el tipo de relación
existente entre elites nacionales y provinciales define, en gran medida, las
posibilidades de replicar las coaliciones electorales en todos los distritos:
son las “coaliciones dominantes” de ambos niveles las que inciden sobre las
posibilidades de extensión territorial. En este sentido, el tipo de partido
político, su grado de centralización y cohesión interna, y el margen de
autonomía de sus dirigentes son factores que impactan en estos procesos de
construcción.
¿Cuáles
son los desafíos que encuentran las coaliciones en Argentina? El caso de
Cambiemos tiene apuntes interesantes al respecto. Las coaliciones son
construcciones políticas por etapas. Siguiendo un proceso que lleva a sus
partidos miembro a pasar de un casillero al siguiente, evitando retroceder e
intentando no perder los puntos ganados. La etapa electoral es la primera de
ellas. Confluir en una candidatura nacional fuerte, que unifique a todos los
socios y que presente un conjunto de propuestas de gobierno mínimas que son
compartidas por todos los partidos que ponen a su disposición los recursos
políticos para alcanzar determinados objetivos acordados previamente.
Posteriormente, esa candidatura que ejerce un liderazgo coalicional importante
en el interior del acuerdo debe encontrar su correlato en cada uno de los
distritos donde se presente a competir. Candidatos a gobernador, legisladores
provinciales y nacionales, concejales e intendentes deben traccionar desde los
niveles inferiores de competencia hacia los superiores la suficiente cantidad
de votos que le impriman competitividad al acuerdo. No solo es trabajo del
candidato presidencial, sino de todos los nombres de todas las boletas. Trabajo
en equipo es igual a coalición.
En
esta colaboración mutua durante esta etapa del acuerdo, la clave radica en el reconocimiento
del aporte que hace cada uno al conjunto. Cambiemos, por ejemplo, tuvo un
fuerte componente de complementariedad entre sus integrantes. Cada uno de ellos
ofreció a la coalición los recursos políticos que disponía en cada provincia
del país. Algunos más fuertes en alguno de ellos, otros más fuertes en todos. Y
en aquellos donde todos tenían algo para dar, distribuir según pautas y reglas
acordadas por todos. Desde arriba hasta abajo. Aunque se repita hasta el
cansancio: una alianza estratégica implica tomar conciencia de aportes
disímiles. Esto es tarea de dirigentes partidarios, tanto nacionales como
provinciales. El MFRC y FIT también tuvieron su complementariedad, pero con
menor éxito para extenderse territorialmente. El FPCyS tuvo más dificultades
para encontrarla.
El
tiempo contribuye a esta etapa electoral. Las coaliciones también tienen un
proceso de maduración. Como el proceso de elaboración del vino. O como hacer un
asado. Ambos llevan (e implican) tiempo y paciencia. Respetarlos es reconocer
que los partidos políticos tienen momentos en los cuales pueden acordar y están
listos para hacerlo. Y otros momentos en los que no. Las trayectorias previas
contribuyen a ello. Un aprendizaje. Como en el aula de una escuela o de una
universidad. La urgencia en la conformación del MFRC y en el salto multinivel
del FPCyS muestran las fallas de las cuales aprendieron los dirigentes que
empujaron la construcción de Cambiemos. Los del FIT ya habían probado las
ventajas de la paciencia. Los resultados del lunes poselectoral que tuvo cada
uno les da la razón a los más exitosos. A los que lograron los objetivos
planteados. Que no siempre es ganar elecciones, sino que también puede ser
consolidarse. El éxito de una coalición electoral multinivel no debe ser medido
solamente en términos de cuántos votos alcanzó, cuántos distritos gobernó ni si
accedió a la Casa Rosada. Sino si logró extenderse en el territorio nacional,
replicar los acuerdos nacionales en el ámbito subnacional y perdurar en el
tiempo. Institucionalizarse es la palabra. Porque no todas las coaliciones
están hechas para ganar y gobernar.
El
tiempo también ayuda a las familias políticas desde otro lugar. Los distintos
intentos de construcción de coaliciones electorales desde el año 2003 en adelante
generaron un aprendizaje en numerosos dirigentes partidarios nacionales y
provinciales sobre los desafíos, las posibilidades y las limitaciones de este
tipo de construcciones políticas. El camino recorrido contribuyó a desarrollar
cierta conciencia política en todo un sector de dirigentes políticos que es
ideológicamente afín y que no necesariamente formaron parte de la misma
estructura organizacional. Esta generación de dirigentes no integró
necesariamente el mismo partido político, pero encontraron el momento indicado
y las condiciones adecuadas para acordar. Para formar una coalición electoral
multinivel. En este sentido, los cuatro casos se agrupan por separado. No
podemos entender la experiencia de Cambiemos sin tomar en cuenta el proceso de
formación de Recrear como partido político y de la coalición MFRC. Numerosos
dirigentes de ese espacio pasaron a engrosar las filas de PRO a partir del año
2009, sin olvidar que anteriormente habían formado parte de la estructura
nacional y de estructuras provinciales de la UCR. Tampoco se entiende Cambiemos
sin la experiencia del FPCyS, especialmente en lo concerniente al “salto
multinivel”. Los mismos dirigentes que integraban el Comité Nacional a finales de
2006 y durante todo el año 2007 fueron actores clave para replicar los acuerdos
de la Convención de Gualeguaychú en sus respectivos distritos.
FIT
es un caso aparte. El proceso de aprendizaje vivido al interior de esa
coalición electoral multinivel también tuvo su proceso de evolución y maduración,
que se vio potenciado por la reforma política del año 2009, que modificó las
condiciones de competencia para los cargos nacionales y algunos casos
provinciales. Sin embargo, el impacto que tuvo se generó sobre una generación
de dirigentes políticos nacionales y provinciales con otras vinculaciones y
conexiones, distintas a las de Cambiemos, MFRC y FPCyS. Estos actores tuvieron
otro proceso de socialización política distinto a los que construyeron las
experiencias antes mencionadas. El resultado del aprendizaje en todos fue
similar: encontrar el momento justo para acordar, dadas las condiciones
necesarias. Como en una revolución, decía su padre Karl Marx.
Esto
en lo concerniente a la etapa electoral. No es la única. La etapa de la
coalición de gobierno es la siguiente. Quienes consiguen sortear las difíciles
vallas de las carreras electorales se encuentran en un momento clave donde
muchas veces surge: “¿qué hacemos ahora? ¿Cambiamos algo? ¿O seguimos igual con
nuestro ADN original?” La segunda, sin lugar a dudas.
El
paso de convertirse de una coalición electoral a una de gobierno es una de las
tareas más arduas que tienen los partidos políticos que acuerdan y persiguen
objetivos comunes de manera conjunta. En Argentina esto es particularmente
problemático a raíz del primer caso de coalición de gobierno que formalmente
podemos reconocer como tal. La Alianza (1999-2001) no logró completar sus
cuatro años, sí pudo hacerlo Eduardo Duhalde desde el Senado y como presidente
designado por la Asamblea Legislativa para completar el mandato dejado vacío
por Fernando De La Rúa. Un peronista terminando el mandato de un coalicionero.
Menuda preocupación. Tanto más porque la principal crítica que se le ha
achacado desde la ciencia política (y desde otras ciencias sociales también) a
la Alianza es la ausencia de una conversión en coalición de gobierno, de una
falta de dinámica propia y de una escasez de funcionamiento interno entre los
miembros del acuerdo.
Cambiemos arrancó con ese pesado lastre. Desde atrás de las nuevas vallas que tuvo por delante. Muchas de las cuales aparecen en la mayoría de las coaliciones electorales latinoamericanas que ganan con minoría en el Poder Legislativo. Pero que, sin embargo, logró en su primer año de mandato convertirse en un caso sui generis de coalición de gobierno. Algo propio. Único. Para vivir el caso día a día. Y aprender de él.
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