La linda
nota que salió en Cenital y la repercusión que generó me conectaron con Agenda Pública y con su principal
motor, Yanina Welp (¡gracias!). Me
invitó a reflexionar sobre el sistema de primarias en Argentina y la diferencia
con otros en otros países. Claro que la defensa se mantuvo: sigo creyendo que
es eso o implosionar todo de vuelta. El corset con alambre de las PASO ayudó a
cimentar la estabilidad del sistema actual. Lo bueno de esta segunda nota fue
su resultado: se generó un interesante
debate con Sebastián Linares
(me sentí como en un Intratables virtual tuitero). Acá
la nota original publicada.
Argentina
también tiene sus primarias
Facundo Cruz (@facucruz)
Politólogo, profesor e
investigador universitario
Autor
de “Socios pero no tanto” (Editorial Eudeba)
La discusión sobre la
democratización de los sistemas políticos es una constante en el mundo actual. Hemos
sido testigo en las últimas décadas de importantes procesos de apertura en la
selección de candidatos a cargos públicos. Uruguay adoptó, a partir de la
reforma constitucional de 1997, un sistema de primarias para elegir candidatos
presidenciales. Chile ha hecho lo propio en 2017, con su primera implementación
en las últimas elecciones generales. Estados Unidos ya tiene una tradición en
el área, aplicando estos mecanismos para elegir candidatos legislativos, a
gobernador y también para presidente.
En Argentina no hemos marcado
tendencia, pero sí innovación. La reforma política aprobada en el año 2009 ha
sumado al país a la ola democratizadora en lo que a definición de candidaturas
se refiere. Las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) han sido
la herramienta adoptada, con características únicas en el mundo. Cada sigla del
sistema indica un componente propio.
Por primaria, como anticipé,
se entiende una instancia previa a la elección general: hay un momento en donde
los ciudadanos eligen quiénes van a competir por los cargos y quiénes tienen
que esperar (o buscar otro lugar). Como son abiertas, todos los electores habilitados
para sufragar en una elección pueden votar en las primarias, independientemente
de si están o no afiliados a algún partido político específico. Este proceso es
simultáneo para todos los actores políticos: en un mismo día todos coinciden en
la definición de sus candidatos. Y es obligatorio tanto para los partidos o
coaliciones que quieren competir en la elección general (quien no va a la
primaria no puede competir después) como para los ciudadanos (votar es un
derecho y una obligación). Esto difiere de Chile (solo van a primarias quienes
no acuerdan lista de unidad) y de Uruguay (son obligatorias solo para los
partidos y coaliciones, no para los electores).
Nace
una idea, se resuelve un problema
El momento en el cual se
adoptan las PASO no es menor. Desde el retorno a la democracia en 1983,
Argentina se caracterizó por un sistema bipartidista dominado por el Partido
Justicialista (PJ) y la Unión Cívica Radical (UCR). Entrando en la década del
’90 el crecimiento de algunos partidos provinciales y otros de corte
metropolitano amenazaron el predominio de los tradicionales. Lo cual fue
transitoriamente moderado a finales de la década, cuando la UCR conformó una
coalición con uno de éstos últimos, el FREPASO: se llamó la Alianza. La caída
de su presidente Fernando De La Rúa en el año 2001 dio rienda suelta a las
tendencias fragmentarias del sistema. Los partidos, valga la redundancia, se
partieron. La competencia política en cada una de las 24 provincias se
construyó como propia y particular, dificultando la construcción de coaliciones
electorales nacionales sólidas, estables y homogéneas. Este momento duró hasta,
aproximadamente, el año 2007-2009.
De los dos partidos
tradicionales, los más afectados por la crisis fueron los dirigentes de la UCR,
que vieron mermar estructura, dirigentes y militantes por izquierda y por
derecha. Sin embargo, el PJ no se quedó muy entero que digamos: las facciones
internas se animaron a presentarse por fuera del partido, llegando a disputar
el liderazgo nacional de Néstor Kirchner, presidente entre 2003 y 2007, y
titular del partido luego de dejar la Casa Rosada en manos de Cristina
Fernández.
Con las elecciones
legislativas de mitad de mandato en 2009 se encontró el argumento central. La
derrota del PJ oficial a manos de una coalición de peronistas disidentes, líderes
metropolitanos sin estructura nacional y aliados locales plantó la idea: era
necesario tener a todos adentro para evitar una derrota en el 2011. El trabajo
conjunto de la Jefatura de Gabinete de Ministros y del Ministerio del Interior alentó
un proceso de discusión que sumó a la mayoría de las fuerzas políticas
nacionales y distritales. El proyecto finalmente fue aprobado en diciembre del
2009 (136 votos a 99 en la Cámara de Diputados, y 42 a 24 en el Senado).
Así nacieron las PASO: una
forma de incentivar a todos los dirigentes a quedarse dentro de sus partidos y
coaliciones a jugar por adentro. Que la tentación de irse por afuera no sea
alta.
Algunos
particularidades adicionales
Además de adoptar las
primarias, la reforma política del 2009 sumó dos elementos más. En primer
lugar, un mínimo de 1,5% de los votos válidos emitidos (positivos y en blanco)
necesarios para pasar el filtro y lograr competir en las elecciones generales.
Esto aplica tanto para la competencia presidencial (en distrito único) como
para diputados y senadores nacionales (en cada uno de los 24 distritos). Para
las pocas provincias grandes y metropolitanas el piso es bajo, pero para las
chicas y rurales es más bien alto. Con esto se buscó reducir la cantidad de
listas para distintos cargos, homogeneizar la oferta electoral, y garantizar la
equitativa y eficiente asignación de recursos públicos para el sostenimiento de
los partidos políticos.
En segundo lugar, la elección
interna de la fórmula presidencial completa. En este sentido, los partidos y
coaliciones que compiten por el Sillón de Rivadavia deben presentar la boleta
entera. A diferencia de Uruguay, donde quien gana la competencia tiene 72 hs.
para elegir a quién será su vicepresidente. Este dispositivo suele alentar la
disputa y solidificar los acuerdos internos de cara a las generales. En
Argentina fuimos el todo por el todo. Como en el fútbol.
¿Se
usan?
Si, y bastante. Aunque el
clamor popular argumente que la herramienta no es útil, en estos 8 años los
actores han aprendido con la práctica. En lo que respecta a la competencia para
presidente y vice, en 2011 y en este 2019 no ha habido (ni habrá) competencia
interna por el cargo: todas las fórmulas han sido consensuadas. En 2015 tres
coaliciones electorales las utilizaron para dirimir candidaturas y solidificar
los acuerdos informales: Cambiemos, Unidos por una Nueva Alternativa y el
Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT). Los dos segundo se quedaron el
camino: la primera ganó y actualmente gobierna.
En lo que respecta a la
competencia legislativa el
balance es positivo. La actual coalición de gobierno Cambiemos
(que une a la UCR, el PRO y otros partidos menores) recurrió a ellas en 14
provincias en el 2015 y en 11 en 2017. Para estas elecciones 2019, bajo el
nombre de Juntos por el Cambio, lo hará en 13. El PJ (bajo distintas
denominaciones) lo hizo en 3 distritos en 2015, en 13 en el 2017 y en 7 para
este año. De hecho, para el próximo turno electoral, en 17 de 24 provincias
habrá competencia por una de las categorías legislativas y en, al menos, una
coalición. Solo la provincia de Río Negro no tendrá internas de ningún tipo.
Dada la condición de obligatoriedad, las elecciones se deben celebrar igual.
Y ahí está la discusión. Una
cuestión a comprender es la posibilidad que ofrecen las PASO. Están dadas las
condiciones y las reglas para competir. Si no se recurre a ellas, no por eso la
regla no es útil. En todo caso, es posible que esta instancia previa funcione
como incentivo para los dirigentes a consensuar candidaturas comunes, a jugar
juntos. Esto aún tenemos que testearlo, pero es una hipótesis posible.
¿Sirven?
Sus efectos no han sido
testeados a gran escala, pero sí podemos hablar de algunas intuiciones
personales sobre qué generan las PASO en la competencia electoral. Primero,
cabe destacar que hay una ventaja de los oficialismos a la hora de concurrir a
internas. Sean listas de consenso o se genere competencia entre socios, la
cantidad de votantes a favor de las candidaturas oficialistas crece entre las
primarias y la elección general. Esto puede comprobarse en las
elecciones legislativas del año 2013 y 2017. Nuevos votantes
concurren a las urnas y se vuelcan a favor de los representantes avalados por
el gobierno. Comportamiento estratégico, parece.
Segundo, la reforma política
del año 2009 promovió la unión de estructuras reacias entre sí. Logró
consolidar coaliciones electorales que, de otra manera, no se hubieran juntado
para competir en elecciones: los casos del FIT y de
Cambiemos son testigos de ello. Adicionalmente, promovió la equidad
en la competencia, filtró
a los partidos políticos poco relevantes y sentó las bases para la renovación
dirigencial. La democratización de los tomadores de decisiones, tan reclamada
por la ciudadanía, comenzó a vislumbrarse. A nivel local y distrital, pero en
el mediano plazo también a nivel nacional.
No nos corrimos del mundo, nos
subimos a la ola. Adoptamos un sistema. Y nos estamos acomodando a su
funcionamiento. Las
reglas electorales son útiles cuando se sostienen.
Pero, sobre todo, cuando sus propios actores creen en ellas. Solo así podrán
lograr los efectos esperados. A la larga, estamos eligiendo quienes deciden por
nosotros.
Y eso no es poco. Es mucho.
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