Entre
octubre de 2018 y enero de 2019 publiqué una serie de notas sobre el huracán
Bolsonaro. En la era de los diagnósticos políticos errados, el Messias fue uno
más. Esta situación generó un gran número de notas, análisis, tuits y
entrevistas para tratar de entender cómo y por qué había pasado lo que pasó en
Brasil. Bueno, las aristas fueron muchas y todas muy interesantes. En la primer
nota publicada
en Perfil y reproducida también acá
me concentré en las causas electorales de la victoria de uno que parecía outsider
pero que sin dudas es insider de la política. En esta segunda, también publicada
en Perfil, resalté los límites autogenerados por Bolsonaro para empezar,
fortalecerse y consolidarse. Tanto no le pifié.
¿Bolsonaro
for ever?
Facundo
Cruz, Coordinador Académico de la Lic. en Gobierno y Relaciones Internacionales
(UADE)
No. Bolsonaro just for president. El
próximo domingo 28 de octubre es muy probable que el mesías Jair Bolsonaro se
convierta en el nuevo titular del Palacio del Planalto por los próximos 4 años.
Habrá un nuevo ocupante. Tendrá posibilidad de reelección por un mandato más. ¿Habrá
bolsonarismo?
Hace dos semanas esta idea
rodó por los aires en un panel sobre las elecciones brasileras en la
Universidad Católica Argentina. Entre comparaciones, asombros y sorpresas, los
disertantes plantearon la posibilidad. O, peor, que ya lo tenemos frente a
nuestros ojos. No desesperen: el mismo Brasil que lo hará ganar puede
eyectarlo. Cuando quiera.
Los partidos políticos brasileros
son hidropónicos, como los definió el politólogo César Zucco. Si, son plantas
acuáticas con débiles raíces. Esto nace de dos factores centrales. Primero, de
un sistema electoral caracterizado por listas legislativas cerradas y
desbloqueadas, donde los electores pueden armar el orden de candidatos que les
guste. A diferencia nuestra, eligen caras y nombres que arman su propio juego.
Segundo, las campañas electorales están altamente personalizadas como consecuencia
de este método de elección. Los codazos internos sobresalen. Difícil que sin
centralización ni cooperación mutua haya partidos serios, ordenados y
atractivos.
Salvo el PT, ninguno de los
demás ha desarrollado vínculos sólidos y programáticos con los electores. El
PMDB y el PSDB, fuertes en la década del ’90 y 2000, o incluso los históricos
de centro izquierda PSB o PDT, son ejemplos claros. Han sostenido proporciones
de votos similares en elecciones consecutivas (hasta ahora), pero no se ha
generado un sentimiento de pertenencia o identificación de los ciudadanos con
las propuestas de los candidatos y dirigentes. El PSL es una sigla más de una
gran mesa familiar de partidos débiles, con baja cohesión, escasa organización
y sin fortaleza social. Una estructura de estas características difícilmente
pueda sostener una construcción el día que los vientos soplen en contra. La
política colacional y de acuerdos casi personales en el Congreso que
caracteriza a Brasil es consecuencia de esto, y nada indica que sin una reforma
institucional importante cambie.
Bolsonaro y el PSL entraron
por la ventana aprovechando al máximo estas ventajas estratégicas. Pero no deben
dormirse en los laureles: son el mal menor. Los propios electores brasileros
han manifestado su preferencia electoral actual por oposición a 16 años de
gobierno que consideran inescrupulosos corruptos carentes de transparencia o
dignidad.
Esto es propio brasileño, pero
también regional. Las encuestas LAPOP y Latinobarómetro muestran una caída en
el apoyo y en la satisfacción con la democracia como sistema de gobierno.
Construir vínculos sociales a través del rechazo no solo es perjudicial para el
sistema político sino que también es peligroso para quien se construye
políticamente empujando estas ideas. Un cuchillo de doble filo.
Muy probablemente Bolsonaro
arme su primer gabinete presidencial renegando de la partidocracia que sustentó
el presidencialismo de coalición brasilero desde el retorno a la democracia. Se
inclinará por una vieja receta, aunque nueva para Brasil: solo técnicos y
militares para gobernar, decidir, penalizar, asignar y distribuir. Si privilegia
respetar el deseo de su base electoral y renegar del propio sistema que lo
alimentó, la hiena se puede comer otra cría. Pero si juega el juego de la
política, necesitará reformar una estructura que tiene los incentivos para
convertirlo en uno más, no en uno distinto. Sería más kerosene a una crisis
democrática e institucional.
De modo que el mismo apoyo por la negativa puede convertirse en negativa directa. Negar al otro para ganar puede rendir. Para gobernar puede esfumarse. Del olor a una tormenta de Collor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario