Promediando
el 2019 me puse a pensar en la polarización. Acá la llamamos grieta, pero
siempre fue polarización para el resto del mundo. En un momento donde medios,
opinólogos, analistas, tuiteros e instagrameros le daban de comer al monstruo
divisor, decidí aportar una visión positiva sobre la polarización. En realidad,
una forma de verla con naturalidad: es propio del debate político contemporáneo.
Y fue el preludio del resultado electoral en la campaña presidencial 2019: dos
grandes coaliciones que dejan un sistema
bicoalicional. La ancha avenida del medio terminó en un pasaje con adoquines.
Primera nota
publicada en La Vanguardia, gracias al querido Fer Suárez, hábil triplero, eximio
pasador y mejor rebotero.
Polarización,
te queremos
La maldita grieta. Que, en
realidad, no es tan maldita. La denostamos y la potenciamos. Nos quejamos y la
llamamos. Queremos dejar de visitarla y la alimentamos. Esa línea divisoria se
llama, en realidad, polarización. Y, tal
como dice Aníbal Pérez Liñán, un poco es bueno para una
sociedad desarrollada (o, al menos, en vías de). Demasiada… ahoga.
La polarización vive todo un
mandato presidencial. Pero va al gimnasio y se activa en años electorales. Ya
pasó en 2017, vuelve a pasar en 2019. Precisamente, en este año de renovación del
máximo cargo del sistema político argentino es cuando más a flor de piel
aparece. Cuando más se activan sus estratos impulsores. Cuando más la
potenciamos. Cuando más la llamamos. Cuando más la alimentamos.
Por fuera de nuestras pasiones
políticas, la polarización tiene dos dimensiones diferenciadas pero conectadas
entre sí. La primera es la de la definición de las candidaturas. Cuando las
elites políticas se coordinan mutuamente para definir quiénes encabezarán,
quiénes acompañarán, quiénes tendrán que esperar, quiénes tienen que lanzarse
rápido y quiénes no levantan ni con plutonio. Elegir quiénes serán las caras de
la competencia por los distintos cargos en juego impacta en los acuerdos que
puedan armarse. Un candidato moderado llama a otros moderados. Convence a
quiénes dudaban de saltar. Hace temer a quiénes querían desafiar. Ordenar la
oferta ordena a la tropa.
En esta clave es que
deberíamos leer la designación de Alberto Fernández como candidato presidencial
de Unidad Ciudadana. El efecto contagio que generó en gran parte de los
peronismos provinciales fue una clara señal de bajar los decibles, de reducir
la polarización, de atraer a los pares. De convencerlos y de evitar sus saltos.
En la misma línea debe leerse la apertura de la fórmula ejecutiva nacional de
Cambiemos. Miguel Ángel Pichetto no es miembro formal del Gobierno Nacional,
solo ofició como aliado táctico en el Senado. Suma el peronismo reclamado por
los radicales, y agrega heterogeneidad y balance regional a la fórmula. Moderar
a los propios llama a nuevos y reduce los temores a la derrota.
La segunda dimensión es la del
electorado. En este momento, los candidatos ya están definidos o en vías de
serlo. Quienes votan comienzan a mirar con cariño, con odio y con indiferencia
a quienes se animaron a lanzarse al ruedo. El bombardeo electoral es constante.
Aparece en radio, TV, redes sociales, almuerzos de domingo y cena con amigos.
Los candidatos, los partidos y las coaliciones se lanzan a la caza del voto. Al
convencimiento de las masas.
¿Cómo se conectan las dos
dimensiones entre sí? Una baja polarización es alimentada por la combinación de
dos factores. El primero: una gran cantidad de indecisos en las encuestas.
Cuando una porción importante no se inclina por ninguna de las dos opciones
polares, sino que llama a gritos a una tercera posición. El segundo: cuando
aparece una tercera candidatura que escucha ese llamado, se diferencia de las
opciones polares pero rescata parte de sus virtudes. El medio crece, se
posiciona y se diferencia de los polos, pero no choca ni genera discordia.
En el mundo opuesto, hay alta
polarización en el electorado cuando las preferencias por la oferta electoral
están bien definidas, los indecisos se reducen y se ubican en dos opciones
claramente diferenciadas. En este tanque quisieron pescar las terceras
posiciones, Alternativa Federal y Consenso 19. Pero se rajó y se filtraron para
los polos. No les quedó otra que juntarse para rescatar lo posible.
¿Dónde estamos parados hoy en
día? A mediados de junio, aparentemente los planetas que andaban volátiles
desde enero comenzaron a alinearse. La grieta no se va. Llegó para quedarse, como
dice Jorge Liotti. Los gestos renovadoras de Cambiemos y Unidad
Ciudadana no garantizan que durante la campaña electoral no muestren los
dientes. Son dos opciones políticas que no tienen puntos en común ni
posibilidades de acuerdo. No hay palabras bonitas entre ellos. Les rinde
electoralmente: la polarización es clara y marcada. A la hora de buscar a los
votantes, difícilmente apelen a la moderación de la ancha avenida del medio.
Todo lo contrario: bien pueden recurrir a todos los recursos polarizantes que
tienen a disposición para convencer a los que aún quedan dando vueltas de que
elijan una de las dos veredas.
A este escenario tributa el
hecho de que la definitiva y unida tercera posición, Alternativa Federal junto
a Consenso 19, ha quedado algo flaca de dirigentes, ausente de estructura
extendida y con escasos recursos políticos propios. El paso al costado de Cristina
Fernández de Kirchner los dejó huérfanos de aparatos. La esperanza de Roberto
Lavagna, Juan Manuel Urtubey y Juan Schiaretti radica en que cierta porción del
electorado se mantenga indiferente a la polarización: el tamaño que pueda
alcanzar ese segmento es el quid de la cuestión.
No parece que vayamos por el
camino de la moderación en campaña, al contrario.
Facundo Cruz (@facucruz) es politólogo, profesor e investigador. Está enamorado de los partidos políticos y las coaliciones electorales. Por eso su primer libro se llama “Socios Pero No Tanto. Partidos y Coaliciones en la Argentina, 2003-2015” (Editorial Eudeba).
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